Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
Los asesinos yihadistas veranean en furgonetas
Fue uno de los más terribles renacimientos que se recuerdan. De hecho, ocurrió en el recuerdo de tiempos evocados desde los más tétricos rincones de la memoria. Las masas corales entonaban arias sobre un carpe diem quam minimum credula postero hurtado a Horacio, manipulado e inoculado desde desconocidas aunque intuídas y plurales cimas y simas. Sin saber, no obstante, esos lodos gregarios si vivían presente, pasado o futuro. Incluso, se preguntaban si aquella explosión de variables estaciones donde se sostenía su hábitat tendría algún sentido y destino. El eslogan y la mentira habían clavado daga de plata sobre pensamiento y palabra. El mundo renqueaba y ecos, voces y alaridos construían un entorno sinfónico de paradójicas y enfrentadas armonías. La música de las sociedades no era otra cosa que ruido y las cabezas implosionaban o eran sometidas a muros psicotrópicos de contención. Hubo quien dijo que todo era un requiem por algo que fue y nadie conocía qué había sido.
Parábola del árbol caído
“Érase una vez un árbol que vivía de puntillas sobre el suelo. Este árbol ponía una sonrisa en primavera, cuando brotaban sus tallos, alegría en verano cuando maduraban sus frutos y nostalgia en otoño cuando se iba quedando desnudo.
Un invierno vinieron unos hombres serios y lo cortaron.
El árbol vio como lo arrancaban de aquel trozo de tierra y lo llevaron.
Era un árbol fuerte y valiente, que resistió hasta en su misma muerte, y es que sabía lo que es aguantar el azote de la arena que llevaba el viento y el soplo helado de la noche que congela hasta la savia.
No dejó escapar ni una sola queja cuando lo cortaron. Tan sólo cayó de él una pequeña lágrima que fue a caer en el hueco que dejó en la tierra.
Nadie se dio cuenta, pero con el paso del tiempo, de aquella lágrima creció otro árbol que también era fuerte.
Un día, los hombres que cortaban los árboles se dieron cuenta de que el árbol nuevo que había crecido tenía forma de ave. Y quedaron asombrados, porque nunca habían visto cosa igual.
Tanto les llamó la atención, que se acercaron a él para cortarlo.
Pero antes de dar el primer hachazo, el árbol se echó a volar y sus hojas temblaron como plumas al viento.
Los hombres que cortaban árboles avisaron a un cazador. Disparó y cayó muerto el árbol al vuelo, empapando la tierra con las gotas de sangre que manaban de su herida.
Al año siguiente una arboleda grande crecía en aquel lugar. Cada gota de sangre había llegado a ser un árbol que se levantaba hacia el cielo con las raíces clavadas en la tierra.
Cuando el niño terminó de hablar, el caminante le preguntó:
“¿Quién te ha enseñado ese cuento?”
“Mi abuelo es el árbol en forma de ave, al que mataron de un disparo. Yo he nacido de su sangre ...”
Cuando el niño se marchó moviendo los brazos en forma de alas, el caminante quedó sorprendido y pensando en otra historia que él tenía olvidada ...“
Codicia de sangre, odio y fanatismo religioso
Pocos supieron nunca de Alcanar y Les Cases d'Alcanar-El Marjal, esa playa tarraconense de azul bandera. Pero hubo un día en que el butano despidió al cielo, con malos modos y cajas destempladas, una tierra con sombrero - eso es una casa - donde había encontrado cobijo el contubernio asesino convocado por la muerte a un indiscriminado botellón de sangre. El siniestro grupo contaba con aquella celebérrima y maldita teoría de inconvivencia: odio y fanatismo religioso. A la luz de ese manual, al oscuro de ese sinsentido, se había reunido para elaborar la liturgia del terror que sufren tantos seres humanos en el planeta que compartimos. La imperfección de los hombres en sus manejos hizo que, al parecer, su codicia de sangre inocente no quedara saciada en la medida que pretendían: muy posiblemente, elaborar un coche o una furgoneta bomba que provocara una deflagración brutal con la consecuencia al instante de un también brutal número de cadáveres en el suelo.
El mismo suelo en que Gaudí construyó la Sagrada Familia, el Parque Güell o La Pedrera.
Bajando Las Ramblas hacia la mar
Sí. Soy yo caminando Las Ramblas entre puestos de flores y libros. Es 23 de Abril. Sant Jordi. Porque siempre es Sant Jordi en Las Ramblas para quien ama a Cataluña y aún tiene hueco en el corazón para otras muchas geografías. Hoy, sin embargo, la niebla helada de Los Cárpatos parece haber llegado a Barcelona - la sangre llama a la sangre, la sangre busca a la sangre – para ocultar ese sol de invierno de tan cariñosa calidez que ningún verano puede igualar. Que hasta la melanina anda libre sin la presión del obligado trabajo del estío. Jordi de Miquel acaba de regalarme un libro y una rosa. Un elegante y enorme volumen sobre los más preciosos, preciados y apreciados veleros de regata. De improviso, gotas de sangre han saltado al bermellón de la flor de la primera declinación del Latín. Pero Jordi no lo ha advertido. Se fue hace tiempo. Cuando ya no le quedaba nada que hacer aquí. Nos unían muchas cosas, la más fuerte la mar y sus velas, aquellas que se esconden tras Colón pasos abajo. ¿Tomamos algo en el Café de la Ópera? No. Hoy no. No mires Jordi, que ésta no es tu tierra ni la mía. Continua tu descanso allá donde estés. Que La Rambla de vida enfebrecida se ha cubierto de descalabrada muerte.
Que hay cuerpos aquí y allá. Que un Tyrannosaurus de acero se ha erigido en verdugo despiadado, en carnicero de vísceras, en impío ejecutor bajo el nombre de su dios.
Y los tiempos no se paran
Barcelona no tiene miedo. “No tinc por”. Pero yo sí tengo miedo por Barcelona. Jo sí que tinc por per Barcelona. Porque la intolerancia abre las puertas del infierno para no cerrarlas jamás. Nunca llega en buen momento la muerte porque es ella quien lo elige. Y los hombres no gustan del morir pese a que no les queda otro remedio. Las intolerancias viven fuera y viven dentro. Quisiera estar en Bossost, a la part alta del Pirineu y mirar sin ver Barcelona en horizontes de lejanías, mientras el tiempo discurre al pentagrama de las nubes. Tras los llantos volverá la vida descompuesta y tensa del vivir diario. Y es, justo en este momento de dolor imposible, cuando espero no tener que cantar hoy lo que una vez cantó Joan Manuel Serrat:
“Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no se os dio ayer, que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo. Sigue el camino del pueblo hebreo y busca otra luna. Tal vez mañana sonría la fortuna. Y si te toca llorar es mejor frente al mar”.
Epílogo
Hermanos de Las Ramblas: Os dejo mi alma dolorida e impotente. Y el manifiesto que ya hiciera Miguel: “Para la libertad sangro, lucho, pervivo...”
Fue uno de los más terribles renacimientos que se recuerdan. De hecho, ocurrió en el recuerdo de tiempos evocados desde los más tétricos rincones de la memoria. Las masas corales entonaban arias sobre un carpe diem quam minimum credula postero hurtado a Horacio, manipulado e inoculado desde desconocidas aunque intuídas y plurales cimas y simas. Sin saber, no obstante, esos lodos gregarios si vivían presente, pasado o futuro. Incluso, se preguntaban si aquella explosión de variables estaciones donde se sostenía su hábitat tendría algún sentido y destino. El eslogan y la mentira habían clavado daga de plata sobre pensamiento y palabra. El mundo renqueaba y ecos, voces y alaridos construían un entorno sinfónico de paradójicas y enfrentadas armonías. La música de las sociedades no era otra cosa que ruido y las cabezas implosionaban o eran sometidas a muros psicotrópicos de contención. Hubo quien dijo que todo era un requiem por algo que fue y nadie conocía qué había sido.
Parábola del árbol caído