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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El ministro amnésico

Toda mi vida como periodista he llevado como bandera la ética y la deontología. Estaba todavía en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde obtuve la Licenciatura en Ciencias de la Información, cuando decidí que jamás me afiliaría a partido político alguno ni pertenecería a ningún sindicato. Siempre he escrito desde la más absoluta libertad, nunca al dictado de nadie y no recuerdo una sola vez en que un escrito mío no se haya publicado, fuera la que fuera la línea editorial del medio al que estaba destinado. Pero no soy yo el que debe hablar de mi, cosa que evito siempre por educación. Son los demás los que te dan el cariño, la credibilidad, el respeto, la amistad, esas caricias de la vida que no pueden adquirirse con dinero. Hoy, tampoco voy a hablar de mí. Voy a abordar el penoso asunto del ministro de Industria en funciones, José Manuel Soria, y los ya archifamosos papeles de Panamá. Y lo haré siendo absolutamente fiel a lo que entiendo por periodismo. Por periodismo con rigor y clase. ¿Qué es lo que diferencia a mis letras de las otras que puedan enfrentar la cuestión desde múltiples ópticas? Que conozco muy bien a José Manuel Soria porque fui Jefe del Gabinete de Comunicación de Las Palmas de Gran Canaria durante - hablo de memoria - cerca de cinco años. Cuando llegué, Soria tenía una mayoría absoluta de 14 concejales. Cuando me marché, la mayoría alcanzaba los 19.

Podría llenar aquí folios y folios contando anécdotas jugosas, divertidas, patéticas, miserables, vergonzosas … que sucedieron durante los años en que estuve en mi despacho del antiguo Hotel Metropol de las Palmas de Gran Canaria. Por cierto, eso sí lo digo, ya que hablo de despachos, era la única persona – ni siquiera podían hacerlo los concejales – que tenía acceso al hábitat del alcalde con sólo apoyarme en la manilla de la puerta. No llenaré hoy los folios con esas historias porque, mientras muchos han mutado la honestidad en ambición y bisutería, quiero seguir manteniendo la clase y la caballerosidad. Es una pena para el lector ávido de datos que el ejercicio del periodismo tenga esas servidumbres si uno pretende desarrollarlo al servicio de la sociedad y no al del poder. En el caso de España, el poder esclavista de lo que yo denomino de muchas maneras. Entre ellas, monarcocleptocracia o dictadura corrupta de partidos.

En primer lugar, diré que quizá fuera yo en el Ayuntamiento la única persona a la que Soria trataba con respeto. Incluso, en ocasiones sonreía cuando le presentaba aquellos artículos que escribía y el firmaba en el periódico Canarias7, que en aquellos años lo adoraba y apoyaba como el mejor político emergente de la España antecedente de esta España que hoy tenemos. ¡Cómo han cambiado los titulares ! Sonreía, digo, y me comentaba: “Pero, Jorge, coño, ésto no lo defendería ni Izquierda Unida”. Y entonces, yo modificaba algunas palabrejas para que, sin perder el respeto a mi mismo, una firma del Partido Popular estuviera encima de aquellas letras. Tampoco es que fuera algo excepcional, puesto que los temas eran ciudadanos y no estrictamente políticos o partidistas. El Jefe del Gabinete Político de Soria era entonces el abogado Pedro Quevedo y la Jefa de Protocolo, la economista Margarita Pérez.

No descubro nada nuevo si digo que la persona y el personaje político de Soria siempre navegaron en aguas procelosas y turbulentas. Más aún, navegaron entre dos aguas: la res pública y las cuestiones privadas. Los gobiernos de Soria, donde los concejales o consejeros no pintaban absolutamente nada, siempre se desarrollaron en ese filo de cuchillo que es el oscurantismo. En ese cuadro tenebrista que es la doble cara. En ese mapa donde el tráfico de influencias, el odio y el rencor florecen abonados por el guano de una concepción de la política que desprecio. La trasparencia y la claridad estuvieron ausentes con aura de eternidad. José Miguel Bravo de Laguna, quién precedío a Soria como Presidente del Partido Popular en Canarias, podría contar muchas cosas. Muchísimas personas podrían contar muchas cosas. No lo harán. Unos por caballerosidad, otros por miedo, otros para seguir comiendo, otros para conservar el puesto de trabajo, otros para no perder sus empresas o contratas ... Todos conocen las leyes que rigen en esa peculiar Sicilia que es el Partido Popular, donde los grandes capos mandan y punto. Mandan en vidas y haciendas como en un feudalismo de nuevo cuño cuya sinfonía es el rigor mortis. Penetran la carne con el cuchillo y lo giran entre las vísceras para que el dolor sea lo más intenso posible y la muerte inevitable.

“Soria es un cadáver político y el PP pretende embalsamarlo como al Cid Campeador”

No voy a entrar a analizar a Soria como persona. Eso es asunto de psquiatras. Sí, quiero poner de manifiesto que, en estos momentos, un político que miente descaradamente y sin pudor; que, en una loca huída hacia delante para salvar su carrera, va improvisando respuestas, contradiciéndose, poniendo al borde del infarto el esternocleidomastoideo, debe dimitir motu proprio o ser cesado por el Presidente del Gobierno. Si, estando en funciones, el Ejecutivo del PP continua operando, si se niega al control del Poder Legislativo, también debe proceder ante este caso como se procede en política en todos los países desarrollados. Los ministros de Islandia y Ucrania han dimitido de inmediato. En España, ahora sí, debe y tiene que acontecer lo mismo. Sé muy bien que este régimen del 78 no es una democracia. Cualquiera que entienda un mínimo de Ciencia Política lo sabe. Pero hay líneas que jamás se deben rebasar. Soria es un cadáver político y resulta vergonzoso y un grave insulto a la sociedad civil, a todos los españoles sean de la ideología que sean, que el PP pretenda embalsamarlo y pasearlo por ahí como si se tratara de El Cid Campeador.

También sé que el PP es una secta fundamentada en el clientelismo y la financiación mafiosa, pero si los denominados barones y baronesas, también los afiliados no quieren quedar contaminados para siempre, tienen que forzar al Ejecutivo a que tome la decisión que tiene que tomar. Son los tribunales de justicia los que deben establecer si Soria ha cometido delito o no. Eso no compete al análisis periodístico. Lo que sí compete y es una de las funciones fundamentales de la profesión que desarrollamos muchos en España, y debería desarrollar también al Fiscal General del Estado, los otros partidos y asimismo el Popular, es la exigencia de responsabilidades políticas. No es lo mismo legalidad que legitimidad. Y José Manuel Soria – ese político que ha nacionalizado el sol - no tiene legitimidad alguna ni para tomar decisiones ni para sentarse en en el banco azul dentro de ese espacio donde – dicen – reside la soberanía popular. La del pueblo. Eso es lanzar esputos sobre los españoles.

Sé de igual manera que tenemos un presidente pusilánime, incapaz de tomar una decisión, que se presenta ante los medios de comunicación desde una pantalla de plasma, que huye y se esconde como el fugitivo, que es un títere manejado desde el exterior al que le han rellenado la agenda con actos del partido porque no sabe dónde meterse. Lo sé también. Pero Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, fundamentalmente, deberían forzar a Rajoy a tomar el rumbo que debe tomar de inmediato y que pasa por una longitud y una latitud muy concreta: cesar a un ministro que ha traicionado a España. Los líderes de los demás partidos tendrían asimismo que presionar con coraje para adecentar la política española. No sé si se atreverá Pedro Sánchez, ya que pronto saltará el nombre de un socialdemócrata ligado también al canal de la corrupción. Ya veremos. De momento, nuestro país está afectado y se está despellejando. Ya que no hubo medicina preventiva, el tratamiento de choque es en estos momentos inevitable e inaplazable.

Toda mi vida como periodista he llevado como bandera la ética y la deontología. Estaba todavía en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde obtuve la Licenciatura en Ciencias de la Información, cuando decidí que jamás me afiliaría a partido político alguno ni pertenecería a ningún sindicato. Siempre he escrito desde la más absoluta libertad, nunca al dictado de nadie y no recuerdo una sola vez en que un escrito mío no se haya publicado, fuera la que fuera la línea editorial del medio al que estaba destinado. Pero no soy yo el que debe hablar de mi, cosa que evito siempre por educación. Son los demás los que te dan el cariño, la credibilidad, el respeto, la amistad, esas caricias de la vida que no pueden adquirirse con dinero. Hoy, tampoco voy a hablar de mí. Voy a abordar el penoso asunto del ministro de Industria en funciones, José Manuel Soria, y los ya archifamosos papeles de Panamá. Y lo haré siendo absolutamente fiel a lo que entiendo por periodismo. Por periodismo con rigor y clase. ¿Qué es lo que diferencia a mis letras de las otras que puedan enfrentar la cuestión desde múltiples ópticas? Que conozco muy bien a José Manuel Soria porque fui Jefe del Gabinete de Comunicación de Las Palmas de Gran Canaria durante - hablo de memoria - cerca de cinco años. Cuando llegué, Soria tenía una mayoría absoluta de 14 concejales. Cuando me marché, la mayoría alcanzaba los 19.

Podría llenar aquí folios y folios contando anécdotas jugosas, divertidas, patéticas, miserables, vergonzosas … que sucedieron durante los años en que estuve en mi despacho del antiguo Hotel Metropol de las Palmas de Gran Canaria. Por cierto, eso sí lo digo, ya que hablo de despachos, era la única persona – ni siquiera podían hacerlo los concejales – que tenía acceso al hábitat del alcalde con sólo apoyarme en la manilla de la puerta. No llenaré hoy los folios con esas historias porque, mientras muchos han mutado la honestidad en ambición y bisutería, quiero seguir manteniendo la clase y la caballerosidad. Es una pena para el lector ávido de datos que el ejercicio del periodismo tenga esas servidumbres si uno pretende desarrollarlo al servicio de la sociedad y no al del poder. En el caso de España, el poder esclavista de lo que yo denomino de muchas maneras. Entre ellas, monarcocleptocracia o dictadura corrupta de partidos.