Agulo, mucho más que un pueblo lindo

Apuntaba el reconocido intelectual Eduardo Westerdahl, en 1927, que Agulo era, más que otra cosa, un pueblo lindo. Entonces imaginaba que podría asemejarse, acaso, a un caparazón de tortuga sobre el que se asentaban sus casas, apiladas en tres pequeños barrios que conservan el sabor de la arquitectura canaria.

No andaba desencaminado nuestro ilustre paisano. Quien divisa la silueta del pueblo a lo lejos observa que, efectivamente, sobre un promontorio, Agulo es un pueblo coqueto, arremolinado por casas bien conservadas y rodeado por un gran telón de fondo como son los riscos de la Zula y Abrante, dos enamorados que dieron vida a este pueblo según la leyenda popular.

A medida que nos adentramos en sus calles nos damos cuenta de que Agulo es diferente. Guarda el sabor de lo tradicional, sí, pero tiene porte, tiene señorío. Sus casonas guardan la esencia de la riqueza y prosperidad que tuvo este pueblo a comienzos del siglo XX. Construcciones que tienen la esencia de lo mejor de la arquitectura canaria, con patios interiores bien avenidos y con fachadas imponentes, decoradas tímidamente con casetones en sus ventanas simétricas.

Sus calles de piedra son testigos de ese esplendoroso pasado, no en vano es el único pueblo de las Islas del que conocemos con exactitud su fundación: 1607. Así, al abrigo de sus gentes, Agulo se ha convertido por derecho propio en el paradigma del casco urbano de Canarias, bien conservado, bien cuidado y abierto a todos sus visitantes.

En el centro, como presidiendo el pueblo, encontramos la iglesia de San Marcos, un referente de la arquitectura moderna. Construida en la primera década del siglo XX por el genial Antonio Pintor, este templo neogótico guarda en su interior piezas de gran valor histórico como es el patrón del municipio, San Marcos, o la Virgen de las Mercedes.

El paseo por sus calles nos invita a descubrir el valor que antaño tuvo como motor económico de la Isla, no en vano fue el primer lugar en tener agua potable o electricidad.

En las faldas de este gran caparazón se encuentran las ruinas de su pescante, un embarcadero inaugurado en 1908 y que fue el valedor de su riqueza, pues gracias a su gran brazo articulado se cargaban en los barcos que fondeaban junto a sus costas la enorme producción agrícola que generaba Agulo. A través de un sendero, podemos acercarnos a los restos de estos pilares y conocer de primera mano la revolución industrial que supusieron estos testigos del pasado de La Gomera.

Recorrer sus calles le responderá a todas las dudas y entenderá por qué Agulo es mucho más que un pueblo lindo.