Lo biológico cuando conviene: identidad, cuerpos y relatos que excluyen
El reciente fallo del Tribunal Supremo del Reino Unido, que determina que la palabra “mujer” debe entenderse en función del sexo biológico dentro de la Ley de Igualdad, ha vuelto a encender un viejo debate: ¿la identidad se nace o se construye?
Y es curioso cómo el argumento “biológico” —ese que solemos usar como si fuera incuestionable, objetivo, neutro— aparece y desaparece según nos convenga. En ocasiones se usa como barrera de entrada, como criterio de legitimidad, como forma de decir: “tú sí” y “tú no”.
Pero la biología, por sí sola, no explica quiénes somos. Y mucho menos, quiénes queremos ser.
Pensaba en esto hace unos días, mientras retomaba una idea que mencioné en otro artículo sobre salud mental en La Palma. Hablaba entonces del poder que tienen las historias únicas. De cómo un relato puede instalarse como verdad y ocultar la complejidad de lo que vivimos. Lo mismo sucede con el relato biológico. Se convierte en filtro, en verdad única, y acaba excluyendo otras formas de habitar el mundo.
Pongamos un ejemplo más cercano: la identidad canaria.
¿Quién es “canario”? ¿Solo quien ha nacido aquí? ¿O también quien se ha criado aquí, ha creado vínculos, ha construido sentido de pertenencia en estas islas?
Pocas personas defenderían que lo canario se limita exclusivamente al lugar de nacimiento. Entendemos que es algo más amplio, más simbólico. Un relato compartido que se vive, se elige y se cuida.
Y sin embargo, cuando hablamos de identidad de género, muchos se aferran al cuerpo, al cromosoma, al sexo asignado al nacer. Como si la biología fuera la única historia válida. Como si lo vivido, lo sentido o lo elegido no tuviera peso.
Lo que propongo aquí no es un argumento contra la biología, sino una reflexión sobre su uso: ¿por qué la aceptamos como una categoría flexible para unas cosas y rígida para otras? ¿Por qué el relato biológico se convierte en ley cuando se trata de decidir quién entra o quién queda fuera?
Desde las prácticas narrativas entendemos la identidad como algo múltiple, situado, relacional. No como una esencia fija, sino como un conjunto de historias que se entrelazan. Algunas nos han sido impuestas. Otras, las hemos elegido. Pero todas ellas hablan de la complejidad humana. De nuestras luchas, nuestros valores, nuestras resistencias.
Por eso, ante un discurso que reduce la identidad a una característica biológica, conviene preguntarnos: ¿quién gana con este relato? ¿Y quién queda fuera?
Porque no hay nada más humano que detenernos a pensar en las historias que repetimos… y en las que aún no hemos aprendido a escuchar.
Y quizás ahí esté el verdadero reto: no en encontrar una “definición correcta” de identidad, sino en abrir espacio a todas esas formas de ser que, aun sin cumplir la norma, siguen siendo profundamente legítimas.
Quizás no se trate de definir qué es una mujer, una identidad o una pertenencia.
Quizás la pregunta más honesta sea:
¿Quién está escribiendo esta historia… y a quién estamos dejando fuera?
Porque toda identidad merece contarse con dignidad.
Y toda persona merece el derecho a narrarse sin que la biología —o cualquier otra excusa— le cierre el camino.
Las historias que contamos importan. Y las que dejamos fuera, también.
*Darío García Rodríguez es psicólogo, terapeuta narrativo y fundador de La Palma Psicología
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