Cuando la crisis sanitaria por la enfermedad COVID-19 (del inglés coronavirus disease 2019) irrumpió, nadie estaba preparado. No existían vacunas, ni tratamientos. Aun así, teníamos una última herramienta que ha servido de muro de contención y salvado miles de vidas: la conducta.
Un cambio en nuestra conducta pudo frenar en cierta medida el avance del virus. Aprendimos e incorporamos algunas rutinas: lavado de manos, uso de mascarillas, evitar tocarse la cara, distanciamiento social, cuarentena, etc. En esos primeros momentos de pandemia, no era una vacuna sino nuestra forma de actuar la que frenaba la aparición de la enfermedad.
Por eso, junto a todos los avances científico-médicos, las medidas sanitarias y políticas, es importante considerar en paralelo el conocimiento que se tiene de la conducta humana. Qué origina, mantiene o erradica las acciones que lleva a cabo el ser humano.
Esto ya se ha estudiado antes, ¿por qué a pesar de tener profesionales de la salud cada vez mejor formados, más información sobre enfermedades y mayores avances médicos, hay enfermedades que parecen no inmutarse? Porque de nada vale un tratamiento tremendamente eficaz si la persona no se lo “toma bien”. Conducta. La psicología ya se ha encargado de estudiar por qué algunas personas no siguen adecuadamente determinadas pautas médicas. En estos estudios sobre el comportamiento humano en relación con su salud, se ha encontrado que en algunos casos se debe a la complejidad del propio tratamiento, como es el caso de la diabetes tipo 1; en otros casos, la disminución de la efectividad del tratamiento se debe a los olvidos o despistes, como sucede con los anticonceptivos orales.
Fuera del ámbito de la salud ocurre lo mismo, ya que la conducta humana lo impregna todo. Pensemos en un avión. Los avances ingenieriles han sido enormes, la aviación nunca había sido tan segura como ahora. Pero sería peligroso no tener en cuenta los factores humanos, la relación entre la persona y la máquina. Los fallos humanos existen al margen de los avances tecnológicos y hay que anticiparse a ellos para mitigarlos.
La vacuna para luchar contra el virus Sars-CoV-2 ha llegado, y lo ha hecho en un tiempo récord. Pero dejar todo en manos de esta tecnología, sería cómo dejar al avión volar en solitario. Puede ser muy puntero, pero sólo no va a ninguna parte. Entonces, ¿qué hace que unas personas sigan las medidas contra la COVID-19 y otras no? Las personas que no lo hacen ¿son unas inconscientes, egoístas e impresentables? Es posible, pero replicar así es quedarse en una respuesta fácil y que no aporta información. Es incurrir en una “explicación circular”: ¿por qué esa persona es una impresentable? “pues porque no sigue las medidas, y pone en peligro al resto”, sí vale, pero ¿y por qué pone en peligro al resto y no sigue las medidas? “pues porque es una impresentable”. Y así podríamos estar todo el día. En muchos casos, lo que ocurre con estas personas que se saltan las medidas, es que tienen la falsa creencia de que la vacuna es suficiente, que es la tecnología la que ha llegado para solucionar un problema tan complejo.
Por supuesto, la ciencia del comportamiento no busca justificar las malas actuaciones de las personas que se saltan las medidas sanitarias. Se trata de acciones graves que ponen en peligro la salud de las personas que nos rodean. La ciencia del comportamiento lo que busca es entender por qué las personas hacen lo que hacen, para poder anticiparse a estas conductas o contrarrestarlas. Un momento tan delicado como este, merece un análisis más complejo.
Si estás leyendo esto, no olvides que la pandemia no ha terminado. No olvides que antes de la vacuna, la mayor arma anti COVID-19 era tu conducta. Que tengamos ya una vacuna no implica que tengas que olvidarte de estas acciones tan útiles que nos han salvado desde el inicio de la pandemia, y los últimos datos en nuestra isla respaldan esto.
Quisiera terminar enviando un enorme agradecimiento a todos los profesionales sanitarios a los que les ha tocado gestionar esta dura pandemia. Y lo hago siendo consciente de que no necesitan reconocimiento público, ni ser considerados héroes. Necesitan recursos y que su trabajo sea dignificado. Y, sobre todo, necesitan (y necesitamos todos) que la población se vacune y cumpla las medidas. Mucho ánimo.