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Ensimismarse para no desquiciarse

Una mujer, en una sesión de meditación.
13 de noviembre de 2024 06:01 h

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Cada generación necesita expresiones donde vivan sus entusiasmos. En la hora de ahora, se abusa de vocablos que acaban perdiendo el perfil, como le ocurre a liderazgo o empatía. Ensimismamiento es una palabra en desuso que, sin embargo, denota una necesidad actual, pues apunta al acto de recogerse en la intimidad con el fin de abstraerse y ser capaz de fomentar la concentración en los propios pensamientos. Si miramos más allá, la capacidad de ensimismarse también denota el poder de cautivar y fascinar. 

La vida se comprende no por lo que de ella han hecho las circunstancias, sino por lo que ella misma hace desde su propia intimidad. Vivir es un coexistir entre el yo y las cosas, y un preferir unas cosas a otras. Y al vivir proyectado hacia el futuro, la decisión que marca el ritmo vital es la siguiente, no la anterior, cuyo norte lo marca la elección escogida. Embelesarnos con serenidad en nuestro fondo insobornable, delante de un espejo bruñido que nos refleje como somos, nos entrena a ponernos delante de las cosas y de los demás, y a pensar con el fin de hacer. El hombre viene a la vida en un mundo sin sentido, y dedica su vida a descubrir el sentido del mundo.

En los Años Treinta del siglo pasado, Ortega y Gasset contrapuso el ensimismamiento a la alteración. Según el pensador, las culturas decadentes viven en la alteración, porque la persona alterada (que etimológicamente procede de alter, otro en latín) vive fuera de sí, lo que conlleva haber perdido su autenticidad, y, por lo tanto, resulta susceptible de encarnar una vida falsa. De hecho, la alteración continuada conduce a la estupidez, que se define como la torpeza notable en comprender las cosas.

Las personas necesitamos de la soledad creativa para llegar a saber quiénes somos, serlo y apostar por serlo. Meternos en nosotros mismos para crecer es lo diametralmente opuesto a pensar unilateralmente en nosotros mismos; esfuerzo al que paradójicamente las redes sociales nos empujan con gran eficacia, a base de aislarnos y alienarnos.

Resulta, asimismo, sorprendente, que la moda fake combine bien con la agitación, la inquietud y la perturbación de una vida vaciada de sí misma, inconsistente e inestable.

A partir de una cierta edad es patético rodearse mentalmente de ficciones que disfrazan lo que somos. Vivir, quiérase o no, siempre entraña creer algo acerca de la realidad y de uno mismo. No existen las personas sin convicciones, aunque haya quien deambule sin ocuparse de ellas, viviendo de prestado. Ignorar a qué atenernos, no sentirnos en lo cierto sobre lo que nos afecta, nos impide decidir con nitidez y determinación, y, por lo tanto, sin la energía que demandan un presente incontrovertible.  

Hay que recordar, de modo renovado y original, por referencia al origen, que lo que caracteriza precisamente al ser humano, lo que le confiere un lugar único e incomparable en la fauna del universo es que para él la vida no es único fin de la vida.

Ante el torbellino de los problemas y de las cosas tristes que nos pasan no nos queda otra que ensimismarnos, revisar nuestras ideas y volver a forjar los proyectos personales que anudan unos días a otros a base de ilusión embelesada.

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