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La cosmogonía indígena se oculta en los orígenes de la Virgen de Candelaria de Tijarafe

La iglesia católica estableció la festividad de la Candelaria el 2 de febrero para sustituir, a partir del siglo V, las celebraciones paganas romanas de fecundidad y purificación. Sin embargo, la advocación mariana de la Candelaria tiene su origen en las Islas Canarias, extendiéndose luego por numerosos lugares de América, allí donde los canarios llegaron y se establecieron.

Los primeros monjes que arribaron a las Islas a mediados del siglo XIV se percataron rápidamente de la importancia de los cultos astrales que practicaban los aborígenes. Existen muy pocas pero contundentes citas, coetáneas a ese siglo, que confirman un culto al Sol y la Luna como se muestra en la Bula Ad hoc Semper del Papa Urbano V (1369). Poco después son más abundantes las (citas) que confirman la adoración a determinadas estrellas. Con el éxito del cristianismo, el Sol, la Luna y las estrellas pierden la condición de deidades y adquirieron, eso sí, una dilatada serie de interpretaciones acorde a la teología católica.

Paralela a la conquista militar (siglo XV) se impone una evangelización forzosa, comenzando por la prohibición de las prácticas indígenas, la marginación de la cosmogonía insular y la liquidación de las formas de conocimiento propias para asimilar las nuevas. Se trataba de inhabilitar sus raíces rituales.

Según avanza el tiempo, el proceso de cristianización fue relativamente rápido debido a una brutal aculturación y un plácido sincretismo. Algunas celebraciones y ciertos lugares debieron sufrir un proceso de adaptación y conversión a la ideología cristiana transformando enclaves indígenas de adoración cósmica en cultos católicos, señalando el final para unos y el principio para otros. Los recién llegados reconocieron el discurso indígena y lo manipularon estratégicamente imponiendo, entre otras cosas, el culto a las imágenes como modelo dogmático, instrumento de aprendizaje y propagación religiosa. La imagen fue el medio más adecuado de adoctrinamiento.

Las legendarias historias sobre apariciones de imágenes marianas es un fenómeno bastante extendido en la Península Ibérica, Islas Canarias y América. Centrándonos en el Archipiélago Canario, estas “apariciones” fueron la principal estrategia, el instrumento y el argumento cardinal para la evangelización de los indígenas canarios, al adaptar espacios de singular tradición religiosa ancestral a las nuevas disposiciones del culto cristiano para cambiar así la simbolización que tenía asociada.

Un detalle trascendental a reseñar es que estas primeras imágenes de vírgenes sostienen un niño, clara identificación con el arquetipo femenino maternal, la asociación de la mujer con el poder sobre la vida y la muerte, con la creación y la fertilidad, característico de las sociedades matrilineales como las canarias. La madre es, indudablemente, la figura más poliédrica en el mundo de las creencias, la portadora de vida, la fuerza estabilizadora, centro del universo en la cosmovisión de los antiguos canarios con el objetivo de que las creencias en diosas madres y las celebraciones estelares fueran desplazadas por el culto a la Virgen María. Por eso, las imágenes matriarcales de la Virgen y el Niño trataban de captar rápidamente los sentidos y llegar hasta el alma indígena.

¿Cómo llegó el culto de Chaxiraxi o la Candelaria a Tijarafe? Si retrocedemos en el tiempo hasta el período indígena encontraremos las primeras revelaciones. Los antiguos moradores de Tijarafe nos legaron importantes muestras de su presencia en el territorio, ocuparon aquellas cuevas mejor situadas para la vida cotidiana, usaron otras para depositar a sus muertos, tallaron sobre la roca cazoletas, canales y grabados rupestres como los encontrados en el Barranco del Mocán, Montaña de Los Riveroles, Topo de Las Retamas, Barranco de Tagomate, numerosos lugares de cumbre entre Roque Chico y Pinos Gachos, así como las importantes estaciones rupestres localizadas en las extensas Laderas de El Time. Algo que une a la mayoría de estos lugares sagrados es la dirección que tienen los soportes donde se cincelaron los grabados rupestres. En los yacimientos de la franja costera, más del 80 % de las orientaciones se dirigen al Sur (referencia muy significativa acorde a lo que tratamos de demostrar). Con estos antecedentes era preceptivo que una imagen de Candelaria fuese la más idónea para adaptarse a la tierra tijarafera.

Cuenta la leyenda que, a principios del siglo XVI, una nao desembarcó en el Proís de Candelaria (Tijarafe) una imagen de la Virgen con destino a estas escabrosas tierras todavía habitadas por un grupo de naturales dedicados al pastoreo transterminante que convivían con un número escaso de colonos europeos que practicaban una agricultura de secano y subsistencia. En aquellos tiempos aún no existía un núcleo de población colonial. Aunque la tradición afirma que la imagen tenía como destino Puntagorda, la leyenda se encargó de arraigarla definitivamente a Tijarafe.

La Cueva de la Virgen

Una vez que la imagen llegó a Tijarafe, lo prioritario era buscar un lugar donde colocarla para dar comienzo a su veneración. A la espera de levantar un primer templo, se colocó en el interior de una amplia cavidad en el margen derecho del Barranco en Pino Araujo, a 457 m s n m, pasando a denominarse La Cueva de la Virgen.

Se sabe con toda seguridad que la gruta estuvo ocupada por nativos del lugar pues son evidentes las muestras en superficie de cerámica de las últimas fases IVa y IVb. En la actualidad, la cueva ha sido alterada tanto en el interior como en la parte externa, siendo perceptible la presencia de un muro de grandes dimensiones y una reja que precinta su entrada.

La pregunta que nos hacemos ahora es ¿por qué se eligió este lugar? ¿Simple casualidad o que, con anterioridad, era un espacio excepcional para los indígenas del lugar? Lo que nos hace pensar sobre la segunda idea es la presencia de un grabado rupestre, en un mal estado de conservación, en la misma pared rocosa donde se sitúa la cueva a tan solo unos pocos metros de distancia. Algo que nos sorprendió y nos ayudó a comprender el sentido cósmico del lugar es lo que sucede astronómicamente desde la misma cavidad: En los primeros siglos de la era, al oscurecer, la Osa Mayor (el Cazo) asomaba por el horizonte de la propia ladera del barranco en el ocaso entorno al 2 de febrero y a finales de agosto, al amanecer, coincidiendo ambos momentos con el orto de la estrella Canopo, la segunda más brillante del cielo pero la más hechicera por su constante titileo y cambios de color. En el siglo XVI, cuando llegó la Candelaria a Tijarafe, la Osa Mayor aparecía sobre el 8 de septiembre al amanecer y alrededor del 2 de febrero, al oscurecer, mirando hacia el Norte también sobre la misma ladera del barranco. A su vez, el ocaso de Canopo se puede apreciar en el extremo contrario, justo en la confluencia de la tierra con el mar, hecho que se produce cuando acaba el período de lluvias a finales de abril. Era la digna despedida de la Gran Madre que estará oculta durante cuatro meses. Este fenómeno astronómico lo seguimos observando en la actualidad y cualquiera lo puede disfrutar. Si el lector se ha fijado bien en las fechas que acabamos de exponer podrá seguir atando cabos.

Por otro lado, nos encontramos ante un patrón del catolicismo que se repite casi siempre de la misma manera. Conozcamos dos ejemplos emblemáticos uno en Tenerife y otro en La Palma: desde su llegada a las costas de Tenerife, la Virgen de Candelaria fue venerada en la cueva de Achbinico hasta 30 años después de la conquista castellana que fue trasladada a la nueva ermita fundada en 1526. Así mismo, la talla de la Virgen de Las Nieves de La Palma fue recogida por los aborígenes en las playas de Maldonado y trasladada al poblado troglodita del Morro de Las Nieves hasta la construcción de la primera ermita en el mismo lugar que ya era sagrado con presencia de grabados rupestres, canales y cazoletas.

No se sabe con exactitud el tiempo que la imagen de Candelaria de Tijarafe residió en la cueva. Cuando se construye el primer templo, la imagen se traslada (sobre 1568) a lo que empezaba a ser el núcleo poblacional del municipio. Las nuevas edificaciones o templos sagrados se construyeron según un plan previamente diseñado y medidas adaptadas a la importancia del lugar, al principio todos muy sencillos y modestos (en la literatura antigua se señala la humildad de las estancias sagradas) y luego ampliadas, acomodadas a la exigencia del progresivo aumento de la población y del fervor popular. Este es el caso de Tijarafe con su primera ermita edificada en torno a 1530 y la reedificación de la actual iglesia en la segunda mitad del siglo XVI, orientada según los cánones eclesiásticos en la línea Este-Oeste. A partir de ahora, el culto a la patrona Candelaria conforma la columna vertebral que marcará la historia de esta tierra. Un nuevo símbolo, una nueva identidad.

Los templos simbolizan el cielo y se orientan hacia los lugares que determinaban las diferentes posiciones en el horizonte de los astros más venerados. El templo representa simbólicamente un arquetipo celeste, imita al cosmos, convirtiéndose en una imagen del cielo, centro y punto de encuentro. Normalmente las iglesias exhiben el altar ad orientem de la construcción, simbólicamente en el lugar por donde surge el Sol, donde también nació Cristo, el Sol que ilumina y da la vida, el Sol de la salvación o Salutis. En aquellos primeros momentos de cristianización era prioritario reemplazar las cuevas, los roques, las montañas, las fuentes... utilizadas por los indígenas como consignatarias de espiritualidad, mientras la talla de la imagen de la Virgen de Candelaria cimentó su dominio ideológico.

No olvidemos que normalmente en estos casos siempre viene asociado algún episodio milagroso que tiene a la imagen como protagonista desde que toca tierra. La tradición legendaria nos cuenta que cuando la imagen de Candelaria iba a ser trasladada a Puntagorda, en el interior de la cueva empezó a manar agua, claro indicio de que quería quedarse allí. No es el único caso milagroso en Canarias, ya sucedió anteriormente con la Candelaria de Tenerife, El Pino de Gran Canaria o Las Nieves en La Palma, entre otras muchas.

La cristianización de un culto indígena basado en un principio cósmico: estrella & Virgen María

Los primeros cristianos, desde los tiempos de Roma, reconocieron el Sol en la figura de Jesucristo, estableciendo sus celebraciones en los momentos solsticiales, especialmente en su natividad (25 de diciembre) y su bautismo (24 de junio). En Canarias las imágenes de Cristo no arraigaron entre los indígenas isleños, en gran medida por la existencia de una sociedad matrilineal que tenía a lo femenino y lo maternal como referencia. Por eso, las imágenes de vírgenes fueron aceptadas y veneradas.

Los preceptos evangélicos vienen a confirmar que “en diversas citas de la Biblia encontramos menciones de las estrellas como referencia directa o indirecta de la Santísima Virgen: Apocalipsis (12,1-2), Eclesiástico (50,6), El libro del Profeta Daniel (12,3), San Pablo en su epístola a los Corintios (15, 41)…” (http://www.radiolt12.com.).

No cabe duda de la simbología astral o de luz a la que está asociada la imagen de la Virgen de Candelaria como bien recoge el ilustre Viana (1604): “Dixeron ser del cielo alguna estrella / En traxe de mujer hermosa y bella.

En el caso de la Virgen del Pino de Teror, un escrito anónimo de 1640 anota que al pie del coposo árbol nacía una fuente que lavándose con su agua sanaban de las enfermedades que padecían y que en los ramos de aquel árbol asistía tan continua una estrella muy resplandeciente y clara que ellos la tenían ya por vecina.

¿Por qué la Virgen de Candelaria tiene hasta tres celebraciones, el 8 de septiembre, el 15 de agosto y el 2 de febrero? Esta es otra de las premisas que establecen el verdadero vínculo entre una estrella y la Virgen.

El 8 de septiembre la iglesia católica celebra -nueve meses después de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre)- el nacimiento de la Virgen María, fecha fijada en el siglo VI en la liturgia bizantina y en la siguiente centuria se introduce en occidente. En ese representativo día se celebran las festividades de las vírgenes del Pino, casos de Teror y El Paso, sobre lugares sagrados indígenas encabezados por dos portentosos pinos. El culto a los árboles son una práctica muy antigua, retomada por el mundo católico para dar sentido a lugares de culto profanos, como intermediarios entre la tierra y el cielo, el paso de lo cotidiano a lo espiritual. Lo extraordinario y nada casual es que en ambos lugares, ubicados en el interior, coincide el orto de la estrella Canopo sobre la montaña en la misma fecha.

El 15 de agosto se celebra la Asunción o Dormición a los cielos de la Virgen desde los siglos VI en Oriente y VII en Roma. Aquí encontramos otro lazo o vínculo muy claro de simbolismo paralelo entre la ascensión al cielo de María en la aurora y el orto helíaco (la primera aparición en el horizonte de la estrella después de un período de cuatro meses de invisibilidad) de la estrella Canopo también en la alborada. En Tijarafe, en el mes de agosto, dentro de las fiestas patronales del municipio, los vecinos realizan una pequeña peregrinación desde la actual iglesia hasta la santa cueva.

El 2 de febrero el catolicismo recuerda el pasaje bíblico de la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén y la Purificación de la Virgen María. Tenerife es el origen de la advocación a la Virgen de Candelaria. Según el religioso Espinosa (finales del siglo XVI), los guanches hacían celebraciones en febrero en Candelaria registrando la expresión: “Achmayex guayaxerax, achoron achaman” (“la madre del sustentador del cielo y la tierra”). Otra vez, volvemos a ensamblar el culto mariano con la aparición de la estrella Canopo en el horizonte al oscurecer del 2 de febrero como símbolo compartido de fiesta de la Luz. Candelaria significa “aquella que purifica la luz”.

Como podemos apreciar, todas son festividades marianas que tienen en común la manifestación sobre el horizonte celeste de la estrella Canopo, la Gran Madre para los indígenas canarios, bien documentado en la etnografía del Norte de África y sobre el terreno en las mediciones de campo en numerosos lugares sagrados en las Islas Canarias y con especial intensidad en Tijarafe.       

Los lazos astronómicos no terminan aquí. Si nos fijamos en los símbolos que rodean la imagen de la Candelaria de Tijarafe encontraremos el arco solar que la envuelve, las 12 estrellas que coronan la imagen y la media luna que se posiciona a sus pies.

Otros símbolos de especial significado son la manzana y la paloma. La manzana especialmente la roja simboliza el amor y la fertilidad, y es un emblema de Venus para la pasión y el deseo. Su forma redonda significa la eternidad y también la tierra. En el Antiguo Testamento la manzana representa la tentación, aunque como atributo de la Virgen simbolice redención, pecado original, lo prohibido. La paloma representa al Espíritu Santo.

Felices fiestas patronales

PD. Desde la actual iglesia parroquial de Candelaria (Tijarafe) se puede observar la aparición de la estrella Canopo entorno a las fechas establecidas por la degollada situada entre el Risco de La Pileta y la Piedra del Guanche, dos lugares sagrados con presencia de grabados rupestres, canales y cazoletas. Es la estrella anunciadora de la llegada del período de lluvias. 

La iglesia católica estableció la festividad de la Candelaria el 2 de febrero para sustituir, a partir del siglo V, las celebraciones paganas romanas de fecundidad y purificación. Sin embargo, la advocación mariana de la Candelaria tiene su origen en las Islas Canarias, extendiéndose luego por numerosos lugares de América, allí donde los canarios llegaron y se establecieron.

Los primeros monjes que arribaron a las Islas a mediados del siglo XIV se percataron rápidamente de la importancia de los cultos astrales que practicaban los aborígenes. Existen muy pocas pero contundentes citas, coetáneas a ese siglo, que confirman un culto al Sol y la Luna como se muestra en la Bula Ad hoc Semper del Papa Urbano V (1369). Poco después son más abundantes las (citas) que confirman la adoración a determinadas estrellas. Con el éxito del cristianismo, el Sol, la Luna y las estrellas pierden la condición de deidades y adquirieron, eso sí, una dilatada serie de interpretaciones acorde a la teología católica.