Espacio de opinión de La Palma Ahora
Cuando los glaciares se funden
Hace tiempo que conozco la poesía de Rosario Valcárcel. Recuerdo mi primera lectura de su libro de relatos La peña de la Vieja de hace siete años. Le comentaba a Rosario la presencia ineludible del sentido poético en esa feliz narrativa donde lo evocativo y el despertar de los sentidos ante la naturaleza priman sobre lo anecdótico. Así, una imagen percibida en la infancia junto a esa transcendencia del sentido de lo prohibido propia de la adolescencia femenina son capaces de despertar toda una cosmovisión. Esa picardía unida a la inocencia dio mucho de qué hablar (nunca mejor dicho) y mucho de qué escribir.
Después de los libros de relatos eróticos Del amor y las pasiones y El séptimo cielo (yo insistía en lo mismo), mi primera impresión se confirmó con Las máscaras de Afrodita. Poemas eróticos ̶ dicen ̶ pero con el añadido de que en poesía todo se sale de sus caireles. Todo se sale de madre. Y en el caso de Rosario aún más. Poesía que con toda la imaginería del erotismo y la sensualidad va desde la pequeña vida a la pequeña muerte, desde el acto físico a su estallido en el poema. Quien habló por primera vez de la unión de Eros y Thanatos, aún en la etapa del mito, llegó realmente a un logos. Prueba de ello es Himno a la vida, donde el poema se transforma en respiración del acto poético y la poesía en un cuerpo consciente del acto carnal de la escritura. Y ésta, en liberación.
Las ideas y propósitos al escribir siempre se quedan cortas, en una milésima parte de lo que el poema verdadero dice después en el espacio-tiempo de la página. Y su sentido aumenta según transcurren los días y las cosas. Como si el poema creciera por sí mismo y adquiriera cuerpo y pensamientos propios. El cuerpo de una otra mujer que nada teme al abismo. A propósito de lo que vengo diciendo, Rosario Valcárcel me dijo que quería publicar un libro de poemas donde no hubiera poesía erótica sino una celebración de la vida. Ya nuestra poeta había ganado el primer premio “Domingo Acosta Pérez” de Santa Cruz de La Palma con su Himno a la vida que ahora le da título a este poemario que ahora presentamos. Pero, querida Rosario, ya nunca tu poesía podrá librarse de esa sensualidad tuya. Por aquí veo un escalón más: el carpe diem tuyo aumenta en alegría de vivir y de escribir que son las dos caras de la moneda de la vida que el azar te ha deparado felizmente. Aumenta también en agonía que, como decía Unamuno, es lucha por esa extranjería que es la vida.
Entrando de lleno en este Himno a la vida, Rosario Valcárcel irrumpe en la escena del libro de la mano de Gayo Valerio Catulo que, consciente de la brevedad de la existencia y la oscuridad eterna en que los prejuicios inundan la conciencia del ser, invita a su Lesbia a una noche de amor. Así Catulo y Rosario Valcárcel entran, como San Juan de la Cruz, en sus noches oscuras del alma y nos invitan a celebrar la vida, desde lo efímero. Y entonces, como la “Oda a la Alegría” de Friedrich von Schiller, Rosario nos dará los besos y la vid por todos los senos de la Naturaleza.
La fuerza que el amor provoca ha llevado al hombre a escribir desde la antigüedad versos, historias, cartas, notas, novelas, universos enteros, y hasta curiosos testamentos, como si al hacerlo pudiera desahogar sus angustias y su sed. En el caso de la poesía, ha sido Safo, mujer nacida entre el 630 y 612 antes de nuestra era, la que introdujo el entonces revolucionario concepto de cambiar la manera de escribir poemas desde el punto de vista de dioses y musas al de la poesía intimista del individuo. Ella fue uno de las inaugurales poetas que compuso versos en primera persona, describiendo el amor y la pérdida cuando la afectó personalmente. Y después Catulo que con el seudónimo de su amada quiere hacerle un homenaje a Safo y a su isla de Lesbos.
Al respecto dijo el poeta Luis Enrique de Villena en 1979 que lo que hace falta en el panorama de la lírica actual es
“Un Catulo real y vivo –como es– que hable directamente al poeta de hoy. Y eso que no ha podido ser en tantos siglos de historia, me parece que ahora es el momento adecuado para que ocurra. Porque puede entenderse una poesía directa, mordaz, preciosista, ética o viva, sin que nada de ello niegue la lírica, y se puede uno acercar a las palabras sin miedo, y gozar del poema como de una salvación estética –en arte y lenguaje– de los momentos intensos de la vida. Un Catulo, pues, real y vivo. Y en su pasión a la par que en su cultura”.
Y ese es precisamente la intención de la poeta Rosario Valcárcel. Un Catulo vivo no podría ser más que una mujer, porque una mujer cuando deposita su sensibilidad en la escritura poética no teme a la caída.
Himno a la vida gira en torno a cuatro partes o ejes: “Himno a la vida”, “Después de la lluvia”, “A través de nosotros” y “Homenajes y profanaciones” que suman un total de 29 poemas de mayor o menor extensión. Estos poemas están dedicados a innumerables personas que tienen que ver con el mundo imaginario y real de la autora.
En esa primera parte que le da título al libro nos encontramos con nueve magníficos poemas que parten de la añoranza por dejar la isla que Rosario Valcárcel, según manifiesta en la dedicatoria inicial, ha adoptado como una hija suya: la isla de La Palma. Y es cierto, esa adopción se manifiesta por el recurso de la añoranza, por la pérdida momentánea de un ser querido o de una islita con forma de corazón perdida en el Atlántico de su pecho. Además la isla supone el reencuentro necesario de una infancia interrumpida y cercenada por los avatares del amor y el desamor políticamente correctos. Oigamos a nuestra poeta, que la canta así:
La isla que dejo atrás me une
a mi padre: inventor de sueños,
al murmullo de hadas y animalitos del bosque,
al olor de la tarta de galletas
que preparaba mi madre
en las tardes de lluvia.
Un lugar también donde la poeta apaga las luces y sale de su cuerpo para descubrir de nuevo su juventud. Donde la elegía se borra, porque sabe que detrás de las brumas de la vida le esperan los cielos despejados para emprender de nuevo sus sueños más íntimos de mujer. Ser mestiza de amor, volar a Samoa o al Caribe y encontrar el tabú y disfrutar de él. Son anhelos íntimos que van más allá, pues ahí radica el hecho poético y la rebeldía del lenguaje. Poesía que sabe que no afrontar los tabúes supone una inercia súbita, al igual que la de la mujer que se resigna a la muerte en vida de no sentir más allá de lo establecido. Los poemas a veces van reconstruyendo ese sufrimiento, esa cárcel para después diluirla en el rebozo del mar, en el flujo del placer de la imaginación. Saporo di sale, sapore di mare, la única canción que le hizo creer en la mentira: no por el hombre sino por el mar que todo lo corroe, incluso las verdades impuestas.
Parece que al comienzo, Rosario casi cumple su propósito inicial: no tratar el tema erótico, sino el tema del paraíso perdido y encontrado de Eva (no de Adán) simbolizado por la isla y su mestizaje cultural y sensual. Pero nuestra poeta, como ya se establece más arriba, sabe muy bien que la puerta de salida de su laberinto es darle rienda suelta a su sensualidad expresiva.
Entramos brevemente en la segunda parte, “Después de la lluvia”. Viene acompañada de un fragmento del célebre poema de Borges, “La lluvia”, La lluvia es una cosa/ que sin duda sucede en el pasado“. El sujeto lírico se sitúa en ese ”después“ del pasado que sin duda es el presente
Después de la lluvia, puedo matar
el amargo sueño, asesinar la distancia,
caminar entre careyes y caguamas,
entre mosquitos que cositean.
La eternidad sí está al alcance de los vivos: he aquí el clímax del Himno, el centro, el quid de la cuestión. Disentir, anteponer la vida a todo. Alzar la mano, como decía Luis Feria.
Aquí vuelve el tema del mestizaje, de una mezcolanza humana y cultural cuyo resultado es un pensamiento diferente que nos hace pensar que no se puede amarrar la vida en ebullición. Tampoco la sensualidad. No se puede amarrar el sol porque nos fundiríamos a él. No podemos cercenar a la Madre Tierra porque nos engulliría. Y así el pasado se esfuma después de la lluvia.
“A través de nosotros” ya es la vida propia de cada uno. Aquí se plantean de nuevo los temas de la muerte y la eternidad del instante del goce.
Antes de que sangren los cielos
y llegue la batalla del bien y del mal,
beberé el filtro de la eterna juventud,
y en la penumbra mojaré
los litúrgicos arrullos, los jadeos
de la desolación.
Y todo este despliegue en el ser individual viene a cuento porque Rosario cree a pie firme que el amor es una continua rotación entre Eros y Thanaton, el amor como una pequeña muerte, la muerte como la culminación del amor: no una suerte de transcendencia, como preconizaba Quevedo, sino como una inmanencia que desemboca casi en una mística de lo carnal ( como la de San Juan y Santa Teresa). Veamos una serie de impresionantes imágenes que van más allá del canon del erotismo y entran en el terreno que aludo:
Desenvainó la espada y con su luz atravesó
el pespunte de mis labios rojos, el hervidero
de los líquenes, la pelambre de Baudelaire.
E, igual que árboles abatidos por una tormenta,
nos precipitamos el uno en el otro.
El poema que abre esta parte titulado “Agonizo” es el “vivo sin vivir en mí” de Rosario Valcárcel. Un paso más a Las máscaras de Afrodita. Ya no hay máscaras.
Para finalizar entramos en la última parte del libro, “Homenajes y profanaciones”. En principio los poemas parecen circunstanciales y de asuntos varios: la concienciación sobre el tema de la ablación, en África, la muerte de un amigo poeta, el poema premiado por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Vinos de La Palma, noviembre 2011, el hallazgo de un poema erótico de Pedro García Cabrera, un Réquiem por el vuelo JK 5022...Al deseo femenino se une la conciencia plena en toda la humanidad. Según mi criterio, una yuxtaposición feliz de la autora. Feliz en el sentido poético. Nunca podremos tener un verdadero amor, una verdadera libertad, hasta que no la disfruten todos los seres humanos, no sólo la mitad de la humanidad (hombres) de estas tierras “civilizadas” y el 90 por ciento de las llamadas “no civilizadas”, donde al menos un 40% son hombres también.
Rebeldía de la autora al mostrar la falta de libertad sobre todo de las mujeres de esas tierras (y de estas). El amor en la mujer cercenado de cuajo en virtud de la ablación allá, y también el guiño a otras épocas de aquí que Rosario vivió y sufrió, como tantas mujeres: una ablación de la conciencia femenina.
Para concluir, Himno a la vida, entonces, más que un canto a la alegría de vivir de la humanidad, es una oda a esa parte de la humanidad a la que no han dejado ser feliz y, de paso, a la otra porción que aún sigue pensando que la felicidad se logra a base de dominio y sumisión.
Gáldar, noviembre de 2014.
Hace tiempo que conozco la poesía de Rosario Valcárcel. Recuerdo mi primera lectura de su libro de relatos La peña de la Vieja de hace siete años. Le comentaba a Rosario la presencia ineludible del sentido poético en esa feliz narrativa donde lo evocativo y el despertar de los sentidos ante la naturaleza priman sobre lo anecdótico. Así, una imagen percibida en la infancia junto a esa transcendencia del sentido de lo prohibido propia de la adolescencia femenina son capaces de despertar toda una cosmovisión. Esa picardía unida a la inocencia dio mucho de qué hablar (nunca mejor dicho) y mucho de qué escribir.
Después de los libros de relatos eróticos Del amor y las pasiones y El séptimo cielo (yo insistía en lo mismo), mi primera impresión se confirmó con Las máscaras de Afrodita. Poemas eróticos ̶ dicen ̶ pero con el añadido de que en poesía todo se sale de sus caireles. Todo se sale de madre. Y en el caso de Rosario aún más. Poesía que con toda la imaginería del erotismo y la sensualidad va desde la pequeña vida a la pequeña muerte, desde el acto físico a su estallido en el poema. Quien habló por primera vez de la unión de Eros y Thanatos, aún en la etapa del mito, llegó realmente a un logos. Prueba de ello es Himno a la vida, donde el poema se transforma en respiración del acto poético y la poesía en un cuerpo consciente del acto carnal de la escritura. Y ésta, en liberación.