Nuestra vida se basa en un avanzar constante de minutos y segundos, en una carrera a contrarreloj. Mientras, nosotros, sumidos en nuestra simple ignorancia tratamos de ganarle el pulso al tiempo. Poco hay que añadir, para dejar claro, que es una batalla perdida, una lucha a la que no podemos enfrentarnos, una pelea que nunca se gana. Aun así, seguimos intentado jugar en su contra y nos creemos que, en ciertos momentos, por un mísero instante lo hemos conseguido. Pero siempre nos equivocamos, y es en esa equivocación que se sujeta nuestra intención de pensar siempre en el tiempo. En el tiempo con nombre de futuro o condicional, en el tiempo que vendrá o que podría llegar. Nos obsesiona tanto el futuro que siempre nos encontramos en una cuenta atrás.
Una cuenta atrás de cada suceso de nuestras vidas: la cuenta atrás para el verano, para el carnaval, para ese viaje, para ese día. Siempre estamos esperando por algo, pensando en algo, contando los días, las horas y los minutos para que ocurra algo. Ahora, la cuenta atrás ha comenzado y las aulas con sus sillas y pupitres esperan deseosas de acoger al nuevo alumnado. Estamos en los últimos días de la cuenta atrás y es por ello que, aun, estamos a tiempo de prepararnos para cuando llegue el momento. Un momento que debería ser igual de feliz y entusiasta para todos aquellos que acuden a los centros educativos pero que, tristemente, no siempre sucede así.
La bienvenida al curso escolar se debería presentar, para todos, como un momento de reencuentro con tus amistades, como un camino de aprendizaje en el que descubrir tu lugar en el mundo y establecer los contactos para avanzar en compañía. Pero mientras que cierto alumnado llena sus mochilas con ilusión y ganas para afrontar un nuevo año, otro grupo menos alegre empieza a notar su mochila repleta de miedos e inseguridades, de las pocas herramientas con las que cuenta para enfrentarse al acoso y la ofensa. El bullying es una realidad que, muy a nuestro pesar, se sigue experimentando y viviendo en las aulas y en los pasillos. Seguimos observando menores que son insultados y menospreciados por sus compañeros, infancias que lejos de ser etapas de seguridad y felicidad se ven empañadas por la lacra del odio. Seguimos observando, inmóviles, como les arrebatan la inocencia a golpe de humillación.
La cuestión que estamos abordando no es, en absoluto, retórica sino que muy al contrario se trata de un asunto al que debemos prestar toda nuestra atención y compromiso. Debemos empezar la cuenta atrás desde casa, enseñando a nuestros hijos aquello que está mal, debemos señalar los actos violentos y de acoso, debemos dejar claro desde un principio que actuar de esa manera no es lo correcto y quedarse callados, tampoco. Debemos entender que la educación no comienza en la escuela, sino que es una trayectoria de por vida y que nuestros hijos, hermanos pequeños, sobrinos, nietos…están aprendiendo cada día a través de nuestros ojos, así que devolvámosles una mirada limpia. Una mirada que les enseñe a ser tolerantes y respetuosos, una mirada que demuestre que las etiquetas solo deberían estar puestas en la ropa, que los estándares y estereotipos existen para derrumbarlos, que los colores son temario de educación plástica y no motivo de burla, que las razas, religiones, cuerpos y cualquier otra característica individual de una persona no hace que esa persona sea menos válida, ni respetada que otra. Debemos derribar lo normativo, abolir la palabra “normal” para calificar a una persona, porque lo normal siempre se escapa de la norma.
Estamos en la cuenta atrás pero no por ello debemos rendirnos. Podríamos renombrar esa cuenta atrás, darle un valor añadido más allá de la vuelta a clase o de la vuelta a la rutina, más allá de todo eso. Podríamos intentar que, esta vez, la cuenta atrás nos lleve a cambiar, a ser mejores tanto de manera individual como colectiva, como sociedad. Podríamos lograr, por una vez, ganar la pelea, aquella que envía al campo de batalla a los más vulnerables y les hace crecer de un solo golpe, aquella que se excusa bajo el nombre de bullying y ante la que muchos cerramos los ojos. A nadie le gusta saber que su hijo, hermano pequeño, sobrino o nieto está haciendo daño a otro hijo, hermano pequeño, sobrino o nieto. A nadie le gusta saber qué ha fallado pero debemos ser valientes y enseñarles que equivocarse es parte del aprendizaje, debemos aprender a disculparnos y a no a tener miedo. Estamos en la cuenta atrás para luchar en la contienda de la inclusión y la tolerancia, para ganar la batalla más importante de nuestra vida: la del respeto.