¿Qué haremos cuando el volcán cese? ¿Daremos gracias a las rogativas de las vírgenes que el martes diecinueve de octubre salieron en procesión? ¿A las instituciones que estuvieron día a día al pie del cañón? ¿A los científicos que analizaron y controlaron la peligrosidad del aire y de la lava? ¿A la gente que nos ama? ¿A los barrios a los que el volcán devoró la belleza? Imposible cambiar el pasado ni la vida que con uñas y dientes nos aferra a aquello que nos salva. El inefable propósito es de Juana Inés de la Cruz: “Si os imagináis dichoso, no seréis tan desdichado”.
El miércoles trece de octubre, aumentó el flujo de magma y la emisión de gases y cenizas, las coladas norte cogieron fuerza para avanzar, así que la gente de la parte norte de La Laguna y Cajita del Agua tuvo que abandonar sus viviendas en tres horas. Desde el martes doce La Laguna ha sido evacuada en tres ocasiones hasta el límite con el municipio de Tazacorte. Ya estamos justo en el lindero.
Continúan constantes los terremotos; han batido el récord de intensidad en la madrugada del jueves catorce. Para compartir temor están los móviles, en Argual se movían las cortinas, en la Montaña de Tenisca, se agitaron los muebles, en Tazacorte, vibraron las ventanas. Sentimos el tremor hasta en las uñas.
Durante veinticuatro horas la lava se detuvo en el Pedregal de La Laguna después de sepultar tantas esperanzas. Algunas casas a la espera temblando. A unos pasos. “Quiero ver cómo se la traga”, dijo un familiar querido. Si se visualiza tal aniquilación, ¿se acelera la cicatrización de la herida? Desde una situación cercana a la lava inclemente, pues su trabajo está vinculado con los expertos que vigilan el volcán, vio caer la casa de su madre; las jaulas de los pájaros vacías colgadas de la pared se le arremolinaron en la garganta. Cuando la lava agredió las telas metálicas del gallinero le pareció oír la voz de su padre que ya no está: “A las cosas malas no hay que darles más vueltas para que no se te enreden en la cabeza, déjalas detrás o te fastidian”. Y añadió: “Antes de que arrase La Laguna, que se lleve la mía”. La gente con alma. Al final su casa cesó, pudo oír sus últimos latidos fundiéndose en la sombra. Era de color añil como la nuestra.
No ves la lava bajar, ves una serpiente desplazándose cerca de la finca de plátanos intacta. Dices, la cabeza está desenfocada, se van a salvar, de esta se libran; pero la lengua se revira, da un giro y se orienta justo hacia la pared del primer cantero. Bueno, este no escapa, pero queda el cantero de la izquierda, ojalá. Sin embargo, si no es en el primer asalto, es en el segundo, de modo que la lengua vira y se enrosca alrededor del estanque redondo âsiempre son redondos los estanques en las platanerasâ, lo apabulla, lo oprime y revienta. Y emerge la nube blanca en círculos que se abren en ondas como un desastre. Observas el aniquilamiento a cámara lenta y acercas masoquista aún más los prismáticos a los párpados para que te duelan, como si le suplicaras a la lava en silencio que no, no lo hagas. ¡Las paredes tan perfectas! No. Por Dios. Hace poco hubo que enderezar la panza de la pared del fondo. Paredes paridas las llaman los cosecheros. Si no se arregla, la pared se viene abajo, estamos aviados, tumba el cantero sobre las matas, dicen los cosecheros. Para entender el significado de la pérdida, hay que visualizar primero las panzas de las tercas paredes de los canteros. Es fácil olvidar que son de piedra; solo les faltaría hablar.
Del blanco al humo rojizo anaranjado, desde la azotea, en la quema daba la impresión de que un acuarelista probara sin ton ni son los pinceles con el viento que hoy no es poco. La otra lengua despiadada que arrasó parte de La Laguna, casi paralela a la anterior, se metió en un pajero, con herramientas y abono, que sucumbió en el camino Cabreja. Acto seguido la lengua se rodó y ya está en la curva del Pollo.
Y lo que sucede es algo misterioso. Quieres mirar hacia las otras montañas, hacia el mar o darte la vuelta y admirar la Caldera; no sé, contemplar algo intacto, el valle jugoso, sano; pero sientes un impulso volcánico que lo impide; algo secreto y cruel que cruza tu cabeza para que hundas los ojos en la secuencia destructiva y no los apartes. Y después, la sacudida te escuece de pies a cabeza.
A mediodía del jueves, el magma sobrepasó la capacidad de emisión del cono principal y este se desbordó. Eso es lo que estaba tramando. Cuando calla, y lleva tres días con la voz agazapada, miramos hacia arriba meditativamente, esperando que caiga algo, no sé; pero lo que cae es un pedrusco incandescente que nos da en las sienes y nos destruye el plan para matarlo. Es esa sensación de ser una carta escrita y que él la leyera, una carta vieja, de días tan largos como años. El volcán tiene sus propias reglas, sabe de nuestro miedo y nos posee. El miedo. Otro enemigo.
Lo sintió el repartidor de agua, el miedo del ampolletero. Al abrir los contadores, oyó un borboteo como si se saliera a presión un potente chorro de agua, “Se habrá reventado un tubo”, pensó. Accedió a la finca para solventar la supuesta avería en conformidad con el punto de control âagentes que custodian día y noche la zona de exclusiónâ. Se acercó y miró a través de los agujeros de ventilación de los bloques perforados de la muralla, y se quedó de piedra. Lo sorprendió el río de lava que venía de frente arrasando el cantero. Múltiples ojos rojizos lo encañonaron en medio de un tintineo sobrenatural, similar al de una nube de cascabeles. Moviéndose y sonando. Como si estuviera viendo en directo una película de terror. Salió por pies. Con el corazón a mil.
¿Han oído el ruido de la lava al acercarse a su objetivo? Se asemeja al de las gotas de agua al caer discontinuas pero incesantes sobre planchas de zinc: clin, clin. Es el sonido de la devastación y cruje igual que una confusión insistente de cascabeles de los que llevan colgados de los cuellos las cabras. Un enjambre de sonajeros con sonidos imprecisos que no son de este mundo.
Y no es de este mundo este volcán que trae de cabeza a los científicos. Porque cada día echa más lava, más gas, genera rayos, incluso ondas supersónicas que llegan a las nubes, emana dióxido de azufre más de lo normal que según algún geólogo podría provocar un colapso de la nube eruptiva que dé una nube ardiente o piroclástica. A veces, es preferible ignorar las posibilidades de este proceso que excede los límites de la naturaleza.
Cuando estamos adaptándonos a su rutina, altera la maniobra. Y a las siete de la tarde del viernes quince, reventó la nueva boca anunciada al sureste del cono; se cumplió la predicción. Ojalá algún día se equivoquen. De momento solo expulsaba ceniza y piroclastos, y así, con tal incertidumbre pasamos la noche desvelados. Si esa boca decide echar lava, peligra de nuevo Las Manchas. Y lo que queda de Todoque.
En la calle, al atardecer, hay coincidencia en corrillos de gente evacuada; trece personas convivieron durante veinte días en un apartamento mínimo en El Paso; apilados en la sala como sardinas en lata. El marido, ya sin casa, sin finca, con la ventana cerrada, sentado el día entero con el rostro entre las manos en un rincón. Se mortifica. No se le va de la cabeza su casa de Pampillo, el patio, las enredaderas, siempre con las flores rodando de un lado a otro. No me atreví a preguntar si eran de buganvillas. “Vine con dieciocho añitos de Cuba ignorando cómo era esto, dice ella, no sabía si iba a tener buena o mala vida; estoy acostumbrada a luchar”. Gracias a su tozudez, ya en un pequeño apartamento de Tazacorte. Para que no se sintieran tan solas, acogieron desde el primer día a la vecina, que no dejan ni a sol ni a sombra, y a una tía octogenaria. Con los ojos anegados, ambas mujeres sonríen el gesto de humanidad. Es inextinguible su agradecimiento.
A las siete horas del sábado dieciséis, un temblor de cuatro con nueve de magnitud nos movió la cama en vaivén acunándonos, parecía un baile, lo mismo que si estuviéramos en la parte descendente de un tiovivo. El más fuerte que hemos sentido. De momento. Esa fue la primera medición espontánea o automática; en el cálculo revisado, modificaron la intensidad. ¿A partir de intensidad cinco se perjudicarían las estructuras de algunos edificios? Posiblemente. El volcán continúa haciendo de las suyas, al mismo tiempo que tembló, empezó a rugir; no se sabe bien qué habrá tramado. Aún.
Tempranito, avisaron para cortar las piñas en los celemines de Tazacorte. Menos mal. Un aliciente para los cosecheros este sábado. Se retiraron los estacones de las matas, las estaquillas de las piñas, se cortaron las hojas afectadas a las plataneras, algunas cepas, las piñas listas para la guadaña y, acto seguido, la voz de alarma; llamaban desde del puesto de mando: había que desalojar la zona urgentemente por peligro de gases. Las piñas quedaron al garete. Las pobres.
Por la tarde, en el Polideportivo de Tazacorte, reunión informativa sobre el plan de actuación insular ante el riesgo volcánico y con la intención de transmitir tranquilidad a los vecinos ante las consecuencias tan devastadoras de esta erupción volcánica. Se anunció un posible confinamiento para esta zona, pero evacuación era el concepto que brincaba en la mente asustada de la gente. Habrá que trascender esta realidad, darle forma de música o de sueño, no de otro modo podemos entender este desafío de la naturaleza.
Pero acceder a las propiedades en los aledaños o en la zona de exclusión es una tarea ardua. Un dilatado recorrido desde Tazacorte por Los Llanos, la Cumbre, las Breñas, Mazo, Fuencaliente. En los Charcos, de madrugada, colas en el punto de control. Para ordenar esta realidad abarrotada, hay numerosos miembros de los distintos cuerpos de seguridad. Inspeccionan cada vehículo; comprueban si los datos de la petición enviados por mail, el día anterior, a la unidad de mando coinciden con los documentos que hay que aportar para justificar que somos los dueños de la propiedad que se va a limpiar en los barrios desalojados. Por filas, congregan a los asistentes según el lugar al que te dirijas y nos agrupan por convoyes. Igual que si entraras en zona hostil, te adjudican los operarios encargados que presidirán la caravana.
¡La bodega está ahí! Sobrevive semisepultada bajo el colchón negro de ceniza que anega Las Manchas. Se nos hunden los pies en la ceniza silenciosa, tan fina que parece polvo. Palpas las piedras vivas de las paredes. Las vigas quejumbrosas del lagar. Te agachas a los zamuros y hueles las uvas añejas que se cortaron el día antes de la erupción y allí quedaron tantos días. Podridas y coronadas de ceniza, se vacían sobre la tierra en la viña sequita. Colocas sobre el tejado de la bodega las sopladoras, repartes sendos cepillos carreteros a la cuadrilla, montas los escabeles, las escaleras metálicas y manos a la obra. Las decrépitas tejas agradecen que les quiten tanto peso de encima, aunque algunas tejas quebradas desalojan parte de la ceniza por los huecos. También es imprescindible proteger los vanos de los tejados más frágiles con puntales; por el abandono de estos días, el tejado del pajero de la vaca cedió al peso y se desplomó. No aguantó la carga.
Por la tarde, a la hora fijada y en el punto de encuentro convenido, se aglomeran los convoyes. Las cuadrillas no parecen las mismas, maquilladas de pies a cabeza con ceniza.
Justo al mes de la erupción, y la lava avanza hacia el centro de La Laguna. Aunque el ser humano prevalece sobre la destrucción, no estamos preparados. No estamos preparados para tanta devastación.
Debido a esta situación de riesgo los policías locales advierten, a las diez de la noche, a los vecinos de Las Martelas, Marina Alta, Marina Baja, Cuesta Zapata y La Condesa, en Tazacorte, que tienen que desalojar las viviendas antes de la medianoche. Concluido el plazo de dos horas, los guardias enfocan con linternas las viviendas para comprobar que están vacías. Solas. Pendientes de un hilo.
Si no sucede lo peor, las personas desalojadas podrán volver a sus casas a recoger enseres. Y volvieron. Los electrodomésticos erguidos a lomos de las camionetas; los búhos, las salamandras, nuestros enanos, recuerdos de un viaje, los símbolos que imantan las paredes blancas de las neveras parpadeaban al pasar debajo de nuestro balcón.
No solo es forzoso el éxodo, sino que convivimos con lo inesperado. Un brazo que se descuelga del que arrasó el campo de fútbol de La Laguna. Se reactivó otro brazo más al norte. Atentos al dedo que recibe aporte indirecto del cono que incrementa su actividad. No se descarta nuevo centro de emisión cerca del principal. Colapsa el cono y baja gran cantidad de lava hacia el oeste. Atentos a la nueva colada por el sur. Otro desbordamiento que arrastra gran cantidad de lava y amenaza gran número de viviendas. A ver qué rumbo coge. Terremoto profundo. Deformación y elevación de la superficie a quinientos metros del cono.
Y así un día y otro. Y otro. Porque el récord de cinco con cinco del sismo de esta tarde conjetura que esta erupción no toca a su fin. El suelo nos empujaba los pies con un poder solemne, abrimos la boca para gritar, pero la energía de los seres superiores del subsuelo te alertan de que este es moderado, que pueden producirse otros más salvajes. Y todo se tranquiliza hasta el siguiente, dentro de unos segundos. ¡Cómo quisieras borrar este mes del tiempo para siempre!
Suerte la de los podencos que sobrevivieron dentro de un estanque vacío y fueron rescatados clandestinamente antes de la divulgada llegada de los especialistas en drones para el rescate oficial. Hoy no lo hubieran contado, animalitos; la lava invadió el kipuka donde se guarecían. Ya felices en su vida de perros.
Después de cuarenta días de un otoño roto por la erupción, nosotros añoramos la rutina atascada por el sobresalto de que, al amanecer o al caer la tarde, una de tantas coladas sacuda tu casa y la transforme en roca y no en flor. Porque la lava prosigue su ruta. Corre, se aproxima, empuja, nos arrebata el sitio y lo extingue. Cambia el rostro de nuestro mundo, no siempre el del cielo; a veces lo vemos azul, como antes, como cuando oía desde casa, en Todoque, las campanadas del reloj de la torre ya sin vida. Cosas inexplicables de la memoria que no usurpó el volcán.