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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Galdós, el indeseable

A pesar de su fama y de su éxito entre el pueblo llano, el gran escritor Benito Pérez Galdós no dejó de ser un periférico poco grato para buena parte de los ambientes literarios establecidos en el centralismo madrileño. Silencioso y retraído como buen insular, en sus obras Galdós criticaba los males de una España caciquil, inquisitorial y retrasada, además era amigo de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, y por sus opiniones críticas tenía enemigos que lo trataban con saña dentro de la propia Real Academia Española. Así lo recoge un libro de Juan M. González Martel titulado Galdós y la RAE. Un desencuentro (1888-1920), del que se habló en la Casa Museo Pérez Galdós. La Real Academia no apoyó la candidatura de Galdós para el Premio Nobel pues en 1912 solo recibió cuatro votos de los 36 académicos de entonces, quienes en cambio apoyaron al mediocre José Echagaray para tal galardón. A la muerte del escritor, en 1920, el pueblo madrileño salió a la calle pero hubo un significativo silencio entre las autoridades. Debido a la lejanía y al poco conocimiento de la realidad insular, podemos afirmar que las letras canarias han sido ignoradas o escasamente valoradas por quienes escriben la historia de la literatura española desde la óptica madrileña. Así ha sucedido con autores tan significativos como Cairasco de Figueroa, los miembros de la Ilustración, el poeta Tomás Morales y resto de los miembros de su generación, el gran escritor del surrealismo Agustín Espinosa y los componentes de la Antología Cercada, con los que surge el primer aldabonazo de la literatura social en España, 1947.

La literatura escrita en Canarias tiene más de cinco siglos de vida. Desde las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, 1447, hasta hoy se ha ido construyendo un cuerpo que sin duda posee especificidades, las que ya enumeró Valbuena Prat en los años veinte del siglo pasado y seguramente alguna más. Esta latitud y este aislamiento generan una actitud especial, una mirada distinta, y por tanto conforman un entorno psicológico particular. Probablemente aquí la vida sea percibida desde una cierta conciencia de desamparo, de soledad y del dramatismo que generó nuestra propia historia, aunque todo ello ha de ser matizado por ese sentimiento irónico y el ejercicio humorístico que el insular cultiva con especial predilección.

Así pues nos afectan tanto la insularidad como el eclecticismo, el hecho de surgir en un territorio de ida y vuelta en medio del Atlántico, el ensimismamiento pero también el cosmopolitismo y la constante vocación de conectar con las vanguardias. Desde Cairasco y Viana hasta la Ilustración, con el auge de la historiografía, el auge de la poesía, el surrealismo, el ensayo y la narrativa, la literatura hecha en estas islas tiene calidad comparable a la de otros territorios similares.

Cairasco de Figueroa incorpora el paisaje, la añoranza de la selva de Doramas, y anuncia el barroco. Su sucesor, Viana, fue un prerromántico que glorificaba a los caudillos y princesas guanches con su conocido poema épico, dando pie a un uso y abuso de esta mitología. Pero es en el Setecientos cuando la literatura insular florece y se vuelve didáctica, moralizadora, “ilustrada” para la pública utilidad. Viera y Clavijo viene en el tiempo en que surge la primera universidad, las Sociedades Económicas de Amigos del País, las primeras bibliotecas, las mejoras agrícolas. Tomás de Iriarte, en sus Fábulas, recupera la inventiva del género. El tercer gran hombre del XVIII es el lanzaroteño Clavijo y Fajardo, cuya vida aventurera inspira el drama Clavijo, de Goethe. Con el Romanticismo se exalta el pasado prehispánico, la mitología del guanche como “buen salvaje” y nace el sentimiento de exaltación regional. A finales del XIX surge en Tenerife la Escuela Regionalista, fundamentalmente poética. Es el momento de ilustres trasterrados como Ángel Guimerá y Pérez Galdós.

En el tránsito del XIX al XX llega la edad de la poesía; el Modernismo americano y la Generación del 98 prenden con fuerza. Domingo Rivero nos da su Oda a mi cuerpo. Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón son figuras centrales, aunque Morales es considerado un simple epígono del modernismo y su nombre está menos considerado que Salvador Rueda, el editor Carlos Barral afirmó más de una vez que era el mejor poeta modernista español. También hay cultivadores de la novela y el teatro desde perspectivas costumbristas (los Hermanos Millares, Ángel Guerra, Leoncio Rodríguez, Benito Pérez Armas). Hacia 1920 se anuncia una nueva literatura con Gaceta de Arte, con Agustín Espinosa en novela y Pedro García Cabrera en poesía, además de Gutiérrez Albelo, Pérez Minik y Eduardo Westerdahl. Para Gaceta la insularidad es un gozo y las islas un territorio que permite la observación del mundo, un lugar para absorber y digerir, y devolver la mirada. Agustín Espinosa es el mejor escritor del surrealismo español, con su extraordinaria novela Crimen y con otras aportaciones magníficas como Lancelot 28º 7º.

En 1947 la Antología Cercada da la voz a Lezcano, Agustín y José María Millares, Ventura Doreste y Angel Johan, en un momento en que por la vigilancia de la censura esta poesía disidente está siendo represaliada en la Península. La Generación del Medio Siglo ahonda en la tradición. Y así llegamos a la novela. Los fetasianos son frutos del silencio y el vacío, generan una literatura casi hermética, repleta de símbolos pues no retratan la realidad a la manera del realismo social sino que beben en Kafka, Beckett, el absurdo. El archipiélago ha cambiado: ya no es una sociedad rural sino una sociedad de servicios turísticos. Con los 70 aparecen nuevos escritores que intentan aproximarse a la realidad desde un tratamiento irónico, desde los procesos de la historia, desde la búsqueda del paisaje y del mito.

Las islas son un borbotón de creación en diversos campos –las artes plásticas, las nuevas tecnologías, la música, la poesía, la novela, incluso el cine- pero esta cultura es poco asumida y valorada. La burguesía insular aprecia de manera insuficiente sus propios valores culturales y patrimoniales, y la desvertebración se agrava con el intento de reinstaurar a diario el pleito insular. Las humanidades están siendo abandonadas, el fracaso educativo es evidente en nuestra tierra y recuperar y divulgar el cuerpo literario regional no es tarea fácil, aunque se convierte en tarea imprescindible. Ganar lectores y cómplices no es sencillo pero los creadores necesitan profundizar en estrategias de aproximación, potenciar mecanismos que catapulten su trabajo en la sociedad.

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A pesar de su fama y de su éxito entre el pueblo llano, el gran escritor Benito Pérez Galdós no dejó de ser un periférico poco grato para buena parte de los ambientes literarios establecidos en el centralismo madrileño. Silencioso y retraído como buen insular, en sus obras Galdós criticaba los males de una España caciquil, inquisitorial y retrasada, además era amigo de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, y por sus opiniones críticas tenía enemigos que lo trataban con saña dentro de la propia Real Academia Española. Así lo recoge un libro de Juan M. González Martel titulado Galdós y la RAE. Un desencuentro (1888-1920), del que se habló en la Casa Museo Pérez Galdós. La Real Academia no apoyó la candidatura de Galdós para el Premio Nobel pues en 1912 solo recibió cuatro votos de los 36 académicos de entonces, quienes en cambio apoyaron al mediocre José Echagaray para tal galardón. A la muerte del escritor, en 1920, el pueblo madrileño salió a la calle pero hubo un significativo silencio entre las autoridades. Debido a la lejanía y al poco conocimiento de la realidad insular, podemos afirmar que las letras canarias han sido ignoradas o escasamente valoradas por quienes escriben la historia de la literatura española desde la óptica madrileña. Así ha sucedido con autores tan significativos como Cairasco de Figueroa, los miembros de la Ilustración, el poeta Tomás Morales y resto de los miembros de su generación, el gran escritor del surrealismo Agustín Espinosa y los componentes de la Antología Cercada, con los que surge el primer aldabonazo de la literatura social en España, 1947.