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Las islas más pequeñas. Nuevas colonias

No podemos competir en grandes proyectos. Lo sabemos. Pero cuando una idea surge desde una isla “menor”, “más pequeña” o “periférica” (no se aclaran con el sobrenombre para no desairarnos) y el proyecto es interesante y da sus frutos, las dos grandes y poderosas madres del archipiélago, Gran Canaria y Tenerife, devoran las ideas, se las apropian y las gestionan como suyas. Es un nuevo sistema de colonialismo social y cultural. El tener más medios, más inversores y más poder hace que las ideas y la gestión de las mismas vayan a parar a manos de las islas llamadas “capitalinas”. Aquí no se salva nadie. Desde hace años vengo observando semejante disparate. ¿Colonias? Sí. Somos colonias. Dependemos de esas dos islas y, encima, si una de nosotras tiene un nombre semejante a una de ellas el asunto se complica. Aparecen con frecuencia cartas dirigidas a La Palma en Palma de Mallorca y muchos periodistas y presentadores de televisión siguen confundiendo a los lectores y a los telespectadores con lo de “La Palma de Gran Canaria” y nadie mueve un dedo para hacer reproches. Veríamos qué pasaría si apareciera una nota como “Tenerife de Gran Canaria”. Retumbaban las redacciones y nuestros mandarines se pondrían las pilas para ir a quejarse a la Moncloa. Y uno se pregunta: ¿El 75% de reducción en los billetes? ¿Para qué? ¿Para que me lleven a Palma del Río o al Palmar de Troya?

No me siento víctima, me siento cansada al ver cómo funcionan estas islas; harta de saber cómo nos relegan a segundo plano en acontecimientos culturales negándonos el pan y la sal cuando emprendemos algo que merece la pena. Y si la cosa funciona y los actos generan dinero y publicidad llegan antes los medios del extranjero que los de casa. Dos ejemplos: el Festival Internacional de Música de La Palma. Un programa excelente. Músicos de renombre internacional; el esfuerzo y la lucha de un entusiasta de la música, Jorge Perdigón, que ha levantado el proyecto consiguiendo que vengan a escuchar los conciertos directamente de Alemania, Madrid y Japón. Incluso aquellos que entienden de qué va la cosa, vienen de otras islas a quedarse el tiempo que dura el festival. Pues bien. El futuro está en el aire. No hay dinero, dicen. No se puede. ¿No se puede? ¿Será por eso que contratan a su director para que organice el de Canarias? ¿Será por eso que dan dinero a Gran Canaria o a Tenerife para que nos roben la idea, el piano y las partituras?

Segundo ejemplo: San Mao. El investigador Manuel Poggio rescata el paso de esta poeta china por La Palma, escribe un libro sobre ella y el Cabildo de la isla organiza una pequeña ruta por los rincones donde ella dejó su huella. Pues ahora resulta que la descubrieron en Gran Canaria y se apropian de ella y de la muerte de su marido para hacer una ruta sagrada de vida y muerte con folleto publicitario incluido donde ni siquiera mencionan a La Palma y en el cual, haciendo una extraña carambola lingüística, omiten dónde muere su marido para que parezca que fue en una playa de Gran Canaria y así pasear por ella a chinos curiosos y mitómanos. Realmente no es que me entusiasmen los mitos, pero me duelen las injusticias sobre todo cuando se cometen con quienes poco pueden defenderse. Estamos acostumbrados, me dirán muchos, siempre ha sido así. El pez grande se come al chico. Las culturas más fuertes devoran a las más débiles. ¿Débiles? Ahí es donde quisiera ir a parar.

Es cierto, somos más pequeñas de tamaño, menores en número de habitantes, menos fuertes en poder adquisitivo o en poder económico. No hay que ser economista para saber el porqué. Pero suceden cosas interesantes en muchas islas que no son las siempre mencionadas de Tenerife y Gran Canaria. Hay cinco islas más en nuestro archipiélago que destacan por su cultura, sus iniciativas, su manera de gestionar el medio ambiente, la agricultura o el turismo, y no son precisamente, “débiles”, más bien al contrario, son reconocidas por muchos de sus proyectos a nivel internacional. Pero si las ningunean, no les llegan las ayudas y el apoyo necesarios para emprender o continuar esas actividades ni se habla de ellas, ¡ya me contarán! Y si, para colmo, a la hora de evaluar a los trabajadores de determinadas empresas se paga menos a los de las islas que tienen menos habitantes alegando esa situación como principio universal para reducir salarios y convenios, ¡apaga y vámonos! Y no estoy exagerando, porque eso es exactamente lo que ha sucedido con los trabajadores de la Televisión Canaria. Incongruencias que parece que no han escandalizado a quienes deberían escandalizar. Los medios, callados, por si las moscas. Los políticos, callados, por si los medios, y el público, callado, mientras ven las televisiones privadas sin enterarse de que la televisión canaria es la que sigue sus pasos, cuenta sus penas y alegrías, transmite sus éxitos y fracasos y, en fin, forma parte de la vida diaria de esas islas en las que suceden cosas dignas de saberse y en las que vive mucha gente con ganas de hacer, de crear y de sobrevivir de la mejor manera posible. Un verdadero despropósito. Una pena. 

Elsa López

7 de julio de 2018

No podemos competir en grandes proyectos. Lo sabemos. Pero cuando una idea surge desde una isla “menor”, “más pequeña” o “periférica” (no se aclaran con el sobrenombre para no desairarnos) y el proyecto es interesante y da sus frutos, las dos grandes y poderosas madres del archipiélago, Gran Canaria y Tenerife, devoran las ideas, se las apropian y las gestionan como suyas. Es un nuevo sistema de colonialismo social y cultural. El tener más medios, más inversores y más poder hace que las ideas y la gestión de las mismas vayan a parar a manos de las islas llamadas “capitalinas”. Aquí no se salva nadie. Desde hace años vengo observando semejante disparate. ¿Colonias? Sí. Somos colonias. Dependemos de esas dos islas y, encima, si una de nosotras tiene un nombre semejante a una de ellas el asunto se complica. Aparecen con frecuencia cartas dirigidas a La Palma en Palma de Mallorca y muchos periodistas y presentadores de televisión siguen confundiendo a los lectores y a los telespectadores con lo de “La Palma de Gran Canaria” y nadie mueve un dedo para hacer reproches. Veríamos qué pasaría si apareciera una nota como “Tenerife de Gran Canaria”. Retumbaban las redacciones y nuestros mandarines se pondrían las pilas para ir a quejarse a la Moncloa. Y uno se pregunta: ¿El 75% de reducción en los billetes? ¿Para qué? ¿Para que me lleven a Palma del Río o al Palmar de Troya?

No me siento víctima, me siento cansada al ver cómo funcionan estas islas; harta de saber cómo nos relegan a segundo plano en acontecimientos culturales negándonos el pan y la sal cuando emprendemos algo que merece la pena. Y si la cosa funciona y los actos generan dinero y publicidad llegan antes los medios del extranjero que los de casa. Dos ejemplos: el Festival Internacional de Música de La Palma. Un programa excelente. Músicos de renombre internacional; el esfuerzo y la lucha de un entusiasta de la música, Jorge Perdigón, que ha levantado el proyecto consiguiendo que vengan a escuchar los conciertos directamente de Alemania, Madrid y Japón. Incluso aquellos que entienden de qué va la cosa, vienen de otras islas a quedarse el tiempo que dura el festival. Pues bien. El futuro está en el aire. No hay dinero, dicen. No se puede. ¿No se puede? ¿Será por eso que contratan a su director para que organice el de Canarias? ¿Será por eso que dan dinero a Gran Canaria o a Tenerife para que nos roben la idea, el piano y las partituras?