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La nube hongo. Filosofía y crisis socio-política

La nube hongo, la onda expansiva y los efectos arrasadores de las explosiones de bombas atómicas han sido un icono del poder del occidente capitalista desde la II Guerra Mundial. Estos bombazos pueden verse desde perspectivas como la ecológica, la militar geoestratégica, la artística, la científica, la pedagógica, publicitaria, etc. Desde una perspectiva estética, es decir aquella que estudia las diversas causas y efectos psicológicos, sociales, políticos y culturales de las manifestaciones artísticas, la bomba atómica, como icono, podría interpretarse como la manifestación de una pretensión de poder absoluto usando los recursos de lo sublime. Lo sublime provoca sobrecogimiento, a la vez horror y admiración ante algo infinitamente poderoso, de la misma manera que el Dios de las culturas monoteístas. Un poder absoluto que reúne a la vez la fuerza, la bondad y la sabiduría —padre, hijo y espíritu santo. Desde una perspectiva eurocéntrica, esa trinidad secularizada son el poder militar, moral y científico de la civilización occidental frente al resto del planeta bárbaro.

El icono que indica radioactividad es un aviso a navegantes, una amenazadora danza de guerra para enemigos incautos. Pero la misma lógica con la que se somete a los extraños se somete a los propios, aunque los iconos ya no recurren tanto a lo sublime como a lo bello, es decir, lo armónico, regular, eficaz, placentero, obediente, predecible, feliz, etc. Muchos hermosos ejemplos de cómo la iracundia del poder se calma con la obediencia del harem, el santoral de los buenos ejemplos y la milicia fiel. En este caso la demostración de la fuerza ya no es tan evidente como la de la onda expansiva y la columna estratosférica de humo. En este caso la técnica ya no procede de los laboratorios de ciencia natural, sino de los de ciencias sociales.

Del mismo modo que los conocimientos de la ciencia natural puestos al servicio de la prepotencia occidental ha permitido el desarrollo tecnológico de una industria criminal de evidentes efectos destructivos, los conocimientos de las ciencias sociales puestos al servicio del neofascismo capitalista —léase también socialdemocracia, keynesianismo, capitalismo de baja intensidad, responsabilidad social corporativa, etc.— han permitido el desarrollo de la ingeniería social. Bombas de efecto psicológico y psicosocial que van dando forma a conjuntos humanos obedientes, productivos y de alta rentabilidad, que ya no pueden llamarse sociedad. No son sociedad pues no son conscientes, ni libres, ni responsables de los efectos irreversibles de su filiación forzada.

Un ejemplo de esto es la expulsión de la filosofía del sistema educativo por el sociólogo político José Ignacio Wert. Sin formación filosófica, sin debate filosófico, lo que ahora son políticas de psicópatas, sádicos, sociópatas con poder, que se refugian bajo la fuerza, bondad y sabiduría del Mercado, se convertirán en verdad indiscutible de la ciencia sociológica social-democrática-capitalista. Que la población no tenga capacidad de reacción frente a estos agentes disgregadores es una evidencia del poder destructivo de las sordas bombas de ingeniería social. Con esta reforma menos recursos tendrá.

Vistos todos sus efectos en conjunto, se produce el sobrecogimiento frente al sublime poder del capital; horror, admiración y obediencia. Hay que conocer las mito-logías si no nos da igual ser cibernéticos esclavos de los caprichos del señor. Sólo la filosofía, aun no siendo infalible, ayuda a desmontar los mitos del poder y a liberarnos de su prepotencia, convirtiendo al monstruo aterrador en un saltimbanqui con una máscara ridícula.

La nube hongo, la onda expansiva y los efectos arrasadores de las explosiones de bombas atómicas han sido un icono del poder del occidente capitalista desde la II Guerra Mundial. Estos bombazos pueden verse desde perspectivas como la ecológica, la militar geoestratégica, la artística, la científica, la pedagógica, publicitaria, etc. Desde una perspectiva estética, es decir aquella que estudia las diversas causas y efectos psicológicos, sociales, políticos y culturales de las manifestaciones artísticas, la bomba atómica, como icono, podría interpretarse como la manifestación de una pretensión de poder absoluto usando los recursos de lo sublime. Lo sublime provoca sobrecogimiento, a la vez horror y admiración ante algo infinitamente poderoso, de la misma manera que el Dios de las culturas monoteístas. Un poder absoluto que reúne a la vez la fuerza, la bondad y la sabiduría —padre, hijo y espíritu santo. Desde una perspectiva eurocéntrica, esa trinidad secularizada son el poder militar, moral y científico de la civilización occidental frente al resto del planeta bárbaro.

El icono que indica radioactividad es un aviso a navegantes, una amenazadora danza de guerra para enemigos incautos. Pero la misma lógica con la que se somete a los extraños se somete a los propios, aunque los iconos ya no recurren tanto a lo sublime como a lo bello, es decir, lo armónico, regular, eficaz, placentero, obediente, predecible, feliz, etc. Muchos hermosos ejemplos de cómo la iracundia del poder se calma con la obediencia del harem, el santoral de los buenos ejemplos y la milicia fiel. En este caso la demostración de la fuerza ya no es tan evidente como la de la onda expansiva y la columna estratosférica de humo. En este caso la técnica ya no procede de los laboratorios de ciencia natural, sino de los de ciencias sociales.