Espacio de opinión de La Palma Ahora
Los proyectos: mentiras y verdades
Uno se esmera en pensarlos, diseñarlos y hacerlos viables. Se ilusiona con ellos y llega a verlos posibles. Luego se presenta a las instituciones sean ayuntamientos, cabildos, fundaciones o gobiernos autonómicos. Y, entonces, llega la cruda realidad. Se lo dan a otros. Bueno, piensa uno, se lo habrá merecido, será mejor que el mío, tendrá fines distintos, distintas posibilidades, mejores condiciones económicas… Vale. Me quedo en casa mascullando la realidad; me siento dolido con la vida y sus circunstancias y me digo a mí misma que no valgo todo lo que creía pese a que la propia entidad que ha hecho la convocatoria posteriormente a su resolución me dice que mi proyecto era el más interesante, el más original y, en resumen, el mejor.
Pero, entonces, sucede lo imprevisto: me entero de que al que han dado el proyecto también se lo han dado en otra isla y en otra; y en otro ayuntamiento y en otro; y en otro cabildo y en otro; por lo que acumula proyectos acá y allá y no por mucha diferencia económica con el resto de concursantes incluido el mío (digamos una diferencia de cien euros, por ejemplo, en un proyecto de 93.000 euros, por ejemplo) y que siempre ocurre lo mismo allá donde se presente. Siempre se lo dan a ese mismo grupo o marca o sociedad, y siempre, qué casualidad, por una diferencia con el proyecto finalista de unos cien o doscientos euros. Y uno, que no es muy tonto aunque los ganadores lo crean, se hace la pregunta del millón ¿habrá un soplo? ¿Les dirán por lo que pujan los demás y ellos bajan el presupuesto un poco más de lo presupuestado por los demás concursantes con una miseria de rebaja para refugiarse en esa miseria y así justificar ser el ganador? ¿Habrá un topo en ese ayuntamiento, ese cabildo, ese gobierno o esa fundación? ¿Seré yo idiota?
Y, luego, cuando se me ha quedado la cara a cuadros viene el albañil de turno o el carpintero o el transportista encargado de llevar, montar, y presentar la obra resultante y me cuenta que el proyecto ganador es una mierda: malos materiales, poco interés, malos resultados, falta de profesionalidad y, lo peor, tomadura de pelo a quienes los han contratado porque ni siquiera cumplen con las bases del concurso al que se presentaron. En definitiva, lo ganaron gracias a un soplo pujando por menos; se llevaron los miles de euros y lo que hicieron no era lo proyectado ni tiene nada que ver con lo que ofrecían. Una vergüenza para quienes les han pagado y ahora se encuentran con el muerto de tener que enseñar una chapuza mal hecha, mal acabada y sin interés alguno. Una tomadura de pelo para los que han puesto el dinero y nada sabían de tales tejemanejes y una tomadura de pelo aún mayor para los ciudadanos que han puesto su dinero en tal empeño.
Vienen de fuera a la isla y creen que somos bobos. Vienen de la península con un cartel presumiendo de ser los mejores y más contratados y aquí se lo creen y piensan que el sello de Barcelona o de Jerez de La Frontera vale más que el trabajo de un palmero que sabe más y mejor del oficio del que el otro presume. Y lo más triste: vienen de Tenerife o de Las Palmas creyéndose que somos más bobos aún y que aquí no hay empresas de la misma categoría o mejores que ellos y los de aquí se creen el cuento y pagan y contratan sin asegurarse de cómo han hecho su trabajo en otras islas. Vienen a La Palma con sus tarjetas diseñadas; nos hablan con el tono y la presunción del que se cree superior y, con el cuento de que aquí no hay profesionales, nos intentan dar clase de algo de lo que no necesitamos. Se llevan el dinero, vienen dos días, hacen una chapuza y se largan en el vuelo de la tarde diciendo “ya está, ya se lo hemos endiñado”. Y encima, nosotros, vamos a ver las obras y abrimos la boca y se nos pone cara de no es posible que esto sea cierto. Pero nadie habla, ni protesta ni denuncia. Nadie denuncia al ejecutor de tales obras ni denuncia a quien las encargó y se dejó engañar de esa manera por desinterés o por falta de oficio o, sencillamente, por no haberse molestado en averiguar quienes eran esos malandrines y estafadores. Y, lo peor y más grave, a algunos se les abre la boca no de vergüenza ajena o de estupor, sino de tan maravillados que quedan ante tales prodigios por el sencillo hecho de pagar así una ignorancia suprema al pensar que esos señores que vienen de fuera, por el simple gesto de bajarse de un avión, son más listos, más guapos y mejores profesionales que ellos.
Nadie merece una mentira. Nadie paga cien para que le hagan el trabajo por diez y se les quiera asegurar que se han gastado los cien cuando el más tonto de los tontos (o sea, nosotros) vemos que en esa obra solo se han gastado diez. Nadie merece lo que se ha hecho donde se ha hecho y cómo se ha hecho. ¿Dónde han ido a parar esos noventa euros restantes? Y ya tenemos dos preguntas para el lector inteligente. ¿Quién es el topo? Dos: ¿Dónde está nuestro dinero? Porque está claro que todas estas cifras de las que hablo son del dinero público. Y ya hemos aguantado bastante. Bien está que se dé dinero a instituciones o personas físicas cuando su trabajo o su buen hacer lo justifiquen y cuando el beneficio que ellos produzcan revierta de nuevo sobre quienes apostaron por ellas o bien confiando o bien encargando obras cuyos resultados pudieran beneficiar a quien entregó sus caudales a tal causa. Pero dar el dinero al primero que viene y nos engaña con falsas apariencias y nos cuenta una milonga que luego no es lo que nos contó, me parece una gran tomadura de pelo fuera de lugar. Y si, encima, salen por la puerta trasera riéndose de nosotros, peor aún.
Elsa López
Martes 12 de enero de 2016
Uno se esmera en pensarlos, diseñarlos y hacerlos viables. Se ilusiona con ellos y llega a verlos posibles. Luego se presenta a las instituciones sean ayuntamientos, cabildos, fundaciones o gobiernos autonómicos. Y, entonces, llega la cruda realidad. Se lo dan a otros. Bueno, piensa uno, se lo habrá merecido, será mejor que el mío, tendrá fines distintos, distintas posibilidades, mejores condiciones económicas… Vale. Me quedo en casa mascullando la realidad; me siento dolido con la vida y sus circunstancias y me digo a mí misma que no valgo todo lo que creía pese a que la propia entidad que ha hecho la convocatoria posteriormente a su resolución me dice que mi proyecto era el más interesante, el más original y, en resumen, el mejor.
Pero, entonces, sucede lo imprevisto: me entero de que al que han dado el proyecto también se lo han dado en otra isla y en otra; y en otro ayuntamiento y en otro; y en otro cabildo y en otro; por lo que acumula proyectos acá y allá y no por mucha diferencia económica con el resto de concursantes incluido el mío (digamos una diferencia de cien euros, por ejemplo, en un proyecto de 93.000 euros, por ejemplo) y que siempre ocurre lo mismo allá donde se presente. Siempre se lo dan a ese mismo grupo o marca o sociedad, y siempre, qué casualidad, por una diferencia con el proyecto finalista de unos cien o doscientos euros. Y uno, que no es muy tonto aunque los ganadores lo crean, se hace la pregunta del millón ¿habrá un soplo? ¿Les dirán por lo que pujan los demás y ellos bajan el presupuesto un poco más de lo presupuestado por los demás concursantes con una miseria de rebaja para refugiarse en esa miseria y así justificar ser el ganador? ¿Habrá un topo en ese ayuntamiento, ese cabildo, ese gobierno o esa fundación? ¿Seré yo idiota?