A por el mayor, que es Navidad
Es francamente inenarrable el acoso telefónico que sufrimos los mayores, en función inversamente proporcional al número de telediarios que nos quedan. Voces robóticas que quieren redimirnos de nuestra inseguridad vendiéndonos seguros domésticos que nos hacen más conscientes aún de nuestra fragilidad, empresas de aparatos que nos ofrecen escuchar mejor cosas que ya no queremos escuchar, cambios de operadoras o suministradoras de entretenimiento o fluido eléctrico, oenegés que nos necesitan para salvar minorías exóticas ignorando que la mayoría de nuestros mayores malviven para que otros sobrevivan. Y no te digo las mujeres solitarias que dejan sus fortunas a estafadores profesionales, Brad Pits de saldo, o los paisanos que reciben cartas diciéndoles que han sido elegidos por una millonaria de Brasil como herederos de tres millones de dólares, pero que antes tienen que depositar mil euros en una cuenta para atender a gastos previos. He visto personas mayores abrazadas llorando a cajeros automáticos al ser totalmente incapaces de adaptarse al digitalismo. Y este acoso al mayor se intensifica geométricamente por Navidad ya que en Navidad nos enternecemos y bajamos la guardia. Recientemente he visto una sentencia ejemplar sobre personas que atracaron casas con ancianos dentro, los ataron y amedrentaron a golpe de pistola. Y esto no es nuevo, un poeta de fines de siglo diecinueve pone en boca de la segunda persona de la Santísima Trinidad en su segunda venida: Si este es el mundo que yo hice que el diablo me lleve. Pero el diablo está a lo suyo, crearles problemas a los mayores, a ver si alguno se cabrea y le entrega su alma, que es lo que nos va quedando.
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