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El ‘pichinglis’ palmero

Cuando era pequeña y vivía en Guinea Ecuatorial había una lengua que hablaban los negros de la colonia española. Era el pichinglis, o el pichi, una lengua derivada de dos lenguas criollas de base inglesa, la lengua hablada en la región de Calabar, Nigeria, que fue llevada a Malabo a lo largo de los siglos XIX y XX por pequeños grupos que se desplazaban para trabajar en las plantaciones de cacao de Bioko, y el krio que comenzó a extenderse por la isla partir de 1827 llevado por los pobladores africanos que venían de Freetown, Sierra Leona. Estos dos criollos del inglés y las lenguas africanas entraron en contacto dando lugar al pichi, el segundo idioma más hablado en el país. Gracias a él, una entendía algo de lo que hablaban los que visitaban la casa de sus padres. Era fácil, y en cuanto aprendías dos o tres palabras, comprendías lo que hablaban los fang de Rio Muni y los bubis de la isla de Fernando Poó y, de paso, aprendías un poco de inglés. De lo que hablaban en las otras lenguas nativas, nada de nada.

Ahora me encuentro en un terreno parecido. En la isla de La Palma, han comenzado los eruditos a comunicarse en dos lenguas: el palmero y el inglés, bien mezclados y adobados. Una especie de pichinglis pero con nuevos componentes. Para mí indescifrable. Cada día me sorprenden con un nuevo mensaje en esa mezcla de idiomas que, por desgracia, nada aporta a nuestra sabiduría y si empobrece nuestra forma de comunicarnos. Vamos perdiendo palabras y creen que ganamos unas nuevas escribiendo carteles y manifestaciones en esa lengua que parece colonizarnos cada día un poco más. No sé inglés ni me hace falta. He viajado por el mundo con mi propia lengua y dentro y fuera del territorio español he podido entenderme perfectamente con ella. He aprendido palabras nuevas en América del Sur y con ellas y las mías he recorrido ciudades de América del Norte sin ningún problema. En Europa me han respondido con educación y paciencia cuando veían que no estaba interpretando bien lo que decían. Algunas palabras fundamentales para la convivencia las he anotado en mis agendas y se dar las gracias en varios idiomas y cuando me he visto en apuros, como en China, he sonreído y he gesticulado con las manos para hacerme entender. No hacía falta más.

Siempre dueña de mi lengua. Sin miedos ni complejos. Absolutamente orgullosa de lo que aprendí a hablar y siempre intentando aprender más para relacionarme con los demás, pero sin renunciar a lo que soy y a lo que hablo. Pero corren nuevos vientos con la obligación de saber para entender y, sobre todo, “atender” a visitantes de otros países y otras formas de expresarse. Nos acomplejamos si no los comprendemos cuando son ellos los que deberían venir a nuestra tierra y hacer el esfuerzo de hablar como nosotros hablamos. Eso, por una parte, y, por otra y entrando ya en el terreno jocoso del asunto, es de risa leer esos anuncios de fiestas y jaranas populares que se celebran en Canarias con nombres variopintos que llevan al sonrojo de quienes aún conservan el pudor patrio. En La Palma, por ejemplo, en El Paso pueden ustedes disfrutar del Cook Music Feast, en Barlovento del Barlovento Lagoon Music, en Tazacorte del Love Music Festival, del Mazucator Trail vaya usted a saber dónde, de la Fortius Race en Mazo, de la Nao Race en Puerto Naos, de la Cabra Trail en Puntallana, y de la Palma Fit Games en varios municipios. Y si no nos enfrentamos de una vez por todas a este desastre del lenguaje, a esta bajada de pantalones ante la cursilería y el ver quién ha ido a Londres más veces, nos encontraremos perdidos en este descampado cultural en que nos hallamos.

Un amigo me anota en un mensaje que “Dentro de unos años leeremos Saint Anthony in the Mountain, fiesta tradicional de Garafía de raíces profundas entre los ganaderos del norte de la isla que, si Dios no lo remedia, celebraremos una vez pasada The Virgin Coming Down”. Y añade: “Solo se ha salvado Santa Cruz de La Palma que este sábado hace La Fiesta de la Garimba”. Y concluye: “¿Estoy obsesionado o es que hay mucho mago?”

 

Elsa López

12 de julio de 2018

Cuando era pequeña y vivía en Guinea Ecuatorial había una lengua que hablaban los negros de la colonia española. Era el pichinglis, o el pichi, una lengua derivada de dos lenguas criollas de base inglesa, la lengua hablada en la región de Calabar, Nigeria, que fue llevada a Malabo a lo largo de los siglos XIX y XX por pequeños grupos que se desplazaban para trabajar en las plantaciones de cacao de Bioko, y el krio que comenzó a extenderse por la isla partir de 1827 llevado por los pobladores africanos que venían de Freetown, Sierra Leona. Estos dos criollos del inglés y las lenguas africanas entraron en contacto dando lugar al pichi, el segundo idioma más hablado en el país. Gracias a él, una entendía algo de lo que hablaban los que visitaban la casa de sus padres. Era fácil, y en cuanto aprendías dos o tres palabras, comprendías lo que hablaban los fang de Rio Muni y los bubis de la isla de Fernando Poó y, de paso, aprendías un poco de inglés. De lo que hablaban en las otras lenguas nativas, nada de nada.

Ahora me encuentro en un terreno parecido. En la isla de La Palma, han comenzado los eruditos a comunicarse en dos lenguas: el palmero y el inglés, bien mezclados y adobados. Una especie de pichinglis pero con nuevos componentes. Para mí indescifrable. Cada día me sorprenden con un nuevo mensaje en esa mezcla de idiomas que, por desgracia, nada aporta a nuestra sabiduría y si empobrece nuestra forma de comunicarnos. Vamos perdiendo palabras y creen que ganamos unas nuevas escribiendo carteles y manifestaciones en esa lengua que parece colonizarnos cada día un poco más. No sé inglés ni me hace falta. He viajado por el mundo con mi propia lengua y dentro y fuera del territorio español he podido entenderme perfectamente con ella. He aprendido palabras nuevas en América del Sur y con ellas y las mías he recorrido ciudades de América del Norte sin ningún problema. En Europa me han respondido con educación y paciencia cuando veían que no estaba interpretando bien lo que decían. Algunas palabras fundamentales para la convivencia las he anotado en mis agendas y se dar las gracias en varios idiomas y cuando me he visto en apuros, como en China, he sonreído y he gesticulado con las manos para hacerme entender. No hacía falta más.