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Pintando un amor

Y allí estaba yo una vez más.

Sentada en aquel inmenso y luminoso estudio de su preciosa casa colonial que destacaba entre los modernos edificios de aquel pequeño pueblo de la comarca barcelonesa del Vallés, le miraba pintar.

Sus manos  volaban sobre un enorme lienzo de al menos tres metros en el que, ante mis ojos, iban apareciendo domingo tras domingo, las formas de la Fontana di Trevi.

Aquella casa estaba llena de arte. Y de amor.

La belleza física de los miembros de esa familia no era sino un reflejo del interior de sus almas; y tuve la suerte de formar parte de ello durante un tiempo que para siempre perdurará en mí. Más tarde seguí visitándoles algunos domingos en los que disfrutaba del cariño que me dispensaban, haciéndome olvidar lo lejos que estaba de mi casa y mi familia.

En el estudio se respiraba paz y allí me sentaba a ratos para leer mientras veía a Rodolfo arrancarle formas a un trozo de tela blanca. Y entonces, un día, me lo contó. 

Procedía de un pequeño país europeo y visitaba en España a un antiguo amigo en su estudio de pintor cuando la vio. Ella posaba ajena a su presencia, pero él ya no pudo apartar sus claros ojos de los profundos ojos oscuros de ella.

Se acercó y le pidió su nombre, y al preguntar ella el motivo, le contestó sin pensar: “Es que voy a casarme contigo”. La mujer, entre risas, le dijo que sentía comunicarle que terminaban sus vacaciones y regresaba a su Cuba natal.

-Hasta allí iré a buscarte y me casaré contigo, le dijo.

Ella vio marcharse a aquel decidido hombre, alto y atractivo, en el que casi no se había fijado hasta entonces.

Hoy rodeada de los hijos que tuvieron, recuerda ella que aquel hombre cumplió su palabra.  

Supe hace poco que él ya no estaba, pero su historia no muere con él. Su historia está ligada a los genes de sus hijos, de cuyos hermosos rostros, artísticas almas, manos y garganta, emana el amor que sus padres se profesaron, en forma de poemas, cuadros y canciones.

Hoy les recuerdo en la distancia, y con mi relato quiero devolverles parte del amor que compartieron también conmigo.

Y allí estaba yo una vez más.

Sentada en aquel inmenso y luminoso estudio de su preciosa casa colonial que destacaba entre los modernos edificios de aquel pequeño pueblo de la comarca barcelonesa del Vallés, le miraba pintar.