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La playa y las pardelas

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No niego haber sido un enamorado del viejo malecón, que circundaba la ciudad en un abrazo atlántico, que hace años reflejé en unos versos: “La urbe busca al mar, cristal sereno, / inabarcable azul que no termina / y, en alianza de siglos, adivina /el amor del Atlántico en su seno./ La balconada hermosa es el ropaje / de la avenida gris en que se asienta, / memoria es de una ciudad que alienta / por la espuma dormida de su traje./ En el viejo malecón, el oleaje / es llanto que empapa y que violenta, / con la ola que llega, que revienta?, / y, en un himno de fuerza, cobra vida / la muralla de piedra carcomida / por el empuje del mar que la despierta”. Santa Cruz de la Palma es una ciudad conservadora de su patrimonio. En ella, se respira el arte y la cultura, de ahí que sus visitantes valoren de inmediato sus antiguas construcciones cargadas de historia y el singular espíritu de su gente. Nuestro pueblo está en permanente lucha consigo mismo, asimilando y asumiendo con esfuerzo actuaciones que han supuesto momentos de esperanza y de desánimo, de sentido creador y de frustración. No me atrevería a afirmar que, aun teniendo detractores, la nueva playa sea un proyecto vinculado a ese juego de torpezas en el que, más de una vez, nos hemos visto envueltos por decisiones políticas poco acertadas; me contento con saber que la ciudad gana con la nueva playa, pues, además de proteger el litoral, respalda su condición marinera.

El frente marítimo ha cambiado la fisonomía, a la que estábamos habituados, pero el proyecto fue sometido a información pública, y hemos de aceptar, con más o menos entusiasmo, pero sin hipocresías, su desarrollo. Lo que fallará es el tiempo previsto de ejecución, pues, según anunció hace algunas semanas la Dirección General de Costas, se producirá un atraso de varios meses, y ello, debido a la nidificación de las pardelas. Parece cosa de guasa, pero no lo es. Cuando se acordó el calendario de ejecución de la obra, el dragado de arena destinada a la nueva playa, que debía efectuarse en los yacimientos marinos de Puerto Espíndola y Punta de La Galga, no se programó en la época oportuna para que las extracciones no coincidieran con la de la reproducción de la especie. Al parecer se había previsto este hecho entre octubre y mayo, cuando las pardelas ponen sus huevos y crían entre mayo y octubre.

Estoy casi seguro que a estas alturas del comentario, algún lector me diría “¿Estás de coñas, no? Mira que uno es mayorcito para que le tomen el pelo”. Menos mal que los palmeros nos cachondeamos de todo. Y ese todo puede ser hasta una obra valorada en más de 25,3 millones de euros, la inversión pública más relevante, de las que se realizan en estos momentos en la Isla, cuyo retraso podría suponer un incumplimiento que, en este caso, no estaría provocado por la crisis y la desastrosa situación financiera en la que estamos inmersos, pues como ya hemos dicho, la Dirección General de Costas lo achaca a que los ruidos en el entorno perturbarían el hábitat de las pardelas en el momento delicado de su reproducción.

Al sentarme ante el ordenador con el ánimo de escribir estas líneas, mantengo una sonrisa levemente irónica y sostengo un largo monólogo conmigo mismo, que genera en mi subconsciente una sensación de pitorreo. Las pardelas merecen todos mis respetos y hay que protegerlas. No sería la primera vez que la actividad humana invade dramáticamente su territorio. De hecho, son aves protegidas, en peligro de extinción. Lo que asombra y mueve a la mofa es el poco conocimiento de los técnicos ¿Ha sido ignorancia o descuido? No quiero creer en la agudeza del palmero que apunta a error intencionado. Me cuesta admitir que este retraso se haya “cocido” en la trastienda política, donde algunos manejan las fechas a su antojo, pensando en cortar cintas y cosechar votos. Los que hemos seguido el tema, sabemos que la playa es cosa de todos. Son muchas “las medallas” que se podrían colgar políticos de distinto signo, pero en este tema no juguemos con el pacto en el Ayuntamiento, ni con el previsto cambio en la alcaldía. El árbol municipal, a veces espeso y a veces desgajado, es el que nos da sombra. El árbol que tenemos, hecho de órdenes, secretos, informes e instancias, cultivado con la buena o la mala política, regido mediante pactos, no siempre bien entendidos, pero que han servido, en democracia, para organizar nuestra vida colectiva, casi siempre difícil y compleja. Ya va siendo hora de que nuestros ediles, sin distinción de clases y creencias partidarias, sean conscientes de la responsabilidad adquirida y “vuelen” juntos, como las pardelas, en la dirección acertada.

No niego haber sido un enamorado del viejo malecón, que circundaba la ciudad en un abrazo atlántico, que hace años reflejé en unos versos: “La urbe busca al mar, cristal sereno, / inabarcable azul que no termina / y, en alianza de siglos, adivina /el amor del Atlántico en su seno./ La balconada hermosa es el ropaje / de la avenida gris en que se asienta, / memoria es de una ciudad que alienta / por la espuma dormida de su traje./ En el viejo malecón, el oleaje / es llanto que empapa y que violenta, / con la ola que llega, que revienta?, / y, en un himno de fuerza, cobra vida / la muralla de piedra carcomida / por el empuje del mar que la despierta”. Santa Cruz de la Palma es una ciudad conservadora de su patrimonio. En ella, se respira el arte y la cultura, de ahí que sus visitantes valoren de inmediato sus antiguas construcciones cargadas de historia y el singular espíritu de su gente. Nuestro pueblo está en permanente lucha consigo mismo, asimilando y asumiendo con esfuerzo actuaciones que han supuesto momentos de esperanza y de desánimo, de sentido creador y de frustración. No me atrevería a afirmar que, aun teniendo detractores, la nueva playa sea un proyecto vinculado a ese juego de torpezas en el que, más de una vez, nos hemos visto envueltos por decisiones políticas poco acertadas; me contento con saber que la ciudad gana con la nueva playa, pues, además de proteger el litoral, respalda su condición marinera.

El frente marítimo ha cambiado la fisonomía, a la que estábamos habituados, pero el proyecto fue sometido a información pública, y hemos de aceptar, con más o menos entusiasmo, pero sin hipocresías, su desarrollo. Lo que fallará es el tiempo previsto de ejecución, pues, según anunció hace algunas semanas la Dirección General de Costas, se producirá un atraso de varios meses, y ello, debido a la nidificación de las pardelas. Parece cosa de guasa, pero no lo es. Cuando se acordó el calendario de ejecución de la obra, el dragado de arena destinada a la nueva playa, que debía efectuarse en los yacimientos marinos de Puerto Espíndola y Punta de La Galga, no se programó en la época oportuna para que las extracciones no coincidieran con la de la reproducción de la especie. Al parecer se había previsto este hecho entre octubre y mayo, cuando las pardelas ponen sus huevos y crían entre mayo y octubre.