Cuando la presión tranca y aprieta
Dicen que el miedo es opcional, pero una olla a presión descuidada al fuego en la cocinilla es peor que quedarse encerrado en el cuarto de la pileta con un gato endemoniado. Tal recipiente hermético posee una válvula de escape que, si se llegase a tupir por un aumento de presión, acabaría explotando y los millos del potaje quedarían pegados al techo de la cocina, los cuales no quitaríamos ni raspando con una espátula. Según la ley del químico y físico francés Louis Gay-Lussac, cuando dentro de un caldero aumenta la temperatura y la presión, las partículas del interior se moverán más rápido y presionarán las paredes del recipiente, pasando de bailar una bachata lenta a una salsa rabiosa, de esas que te dejan el sobaco sudado y la tensión al 15.
También es cierto que hay fuentes de calor en nuestro entorno social que hacen subir la presión, o dicho de otra manera, cosas que dan ansiedad, como por ejemplo: el uso excesivo del teléfono, no encontrar pareja, estar cansado de tu pareja, apostar en una carrera de caracoles, hablar con otras personas sobre chismes o situaciones hipotéticas no demostradas empíricamente, tocar temas tóxicos cuando no se sabe de qué hablar, cuando te pisan lo fregado, etc. En resumen, todo ello ocurre por no tener una actitud apropiada en el momento en que se vive, porque quien no se adapta...sufre. La humanidad, en silencio, busca la fórmula mágica para vencerla, pero el truco del almendruco está en reconocer que hay que aprender a gestionarla aceptando que es normal tenerla cuando se ha pasado por momentos malos, de los que hay que aprender y salir adelante. Estar preocupado y creer que uno tiene que solucionar los problemas de todo el mundo, es pasearse por gusto cargando al hombro un “feje” de pasto más grande de lo normal. Organícense. Lo más lógico es no absorber los conflictos internos de los demás ni dejar que te afecten, porque no se puede atender a muchos calderos hirviendo a la vez, cada cual con su presión y temperatura.
Podría constatarse que la esperanza, sea científica o no, vencerá siempre al miedo. Tener conocimiento es una filosofía de vida para superarlo, pero a veces un simple “espabílate muchacho” hace que le llegue a uno un hormigueo en la espina dorsal, que hace que te pongas en movimiento: ¿qué hay que hacer y a dónde hay que ir maestro? En realidad, la ansiedad te hace vivir en una dimensión en la que no eres tú mismo y siempre ataca cuando el cuerpo está en el presente, pero la mente está rebuscando algo en otro lado, sea pasado o futuro.
Según los consejos de sabios o, dicho de otra manera, conversaciones míticas celebradas mientras se cava la viña, sentir ansiedad es intentar controlar algo que no se puede controlar, es decir, empeñarse en ver entre la niebla en vez de esperar a que se disipe. En consonancia, se debe ahorrar neuronas para gestionar lo que podemos enderezar y no quemarlas en cosas que no vamos a cambiar, porque luego, cuando la vida nos pone cambios que sí debemos afrontar, tendremos el cerebro en el taller. Según capítulos y versículos creados por individuos que tienen la autoestima alta por el hecho de entrar a un bar con el pecho inflado y la pata firme, hay que tener la mente clara y fresca para emplearla a fondo en los problemas de verdad.
Por los estudios científicos más recientes que he tenido el placer de abordar, la presión más bonita es la que se ejerce al apretar una “pachanga” rellena de chocolate, pero en vez de ver eso, me encuentro que todos los días hay muchas ollas a presión por la calle. Cada cosa en su sitio, dándole el grado de importancia que merece, porque donde va la tapa va también el caldero. Controlen la válvula de escape del aliviadero de presión, no vaya a ser que se oigan estampidos desde por la mañana temprano y se lleven los problemas a casa para que los paguen aquellos que viven a “fueguito lento” y que no tienen la culpa o, dicho de otra manera, tengan responsabilidad afectiva, por lo menos un saco o dos.
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