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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

¿Qué es una raya para un tigre?

Queridos amigos míos: 

Fellini, como los salmones, no se dejó vencer por aquel tropezar de porrazos contra el suelo de su espalda; ¿porrazos, o las garras de un salvaje felino? Fuerte y enamorado de la libertad, como el viejo león de circo de Míster Sabas, irguió su columna vertebral, miró la hora en el reloj de la plaza, y se dijo: “Me queda media hora para llegar a Las Cosas Buenas de Miguel si no me vuelve a atacar aquel gato salvaje, El Chupasangre”. Cuando cruzó por delante de la entrada del  angosto y empinado Callejón de Reyes escuchó una voz que pronto empezó a reconocer, la de Antonito, un limpiabotas que trabajaba debajo del reloj de la plaza y que le había betunado los zapatos antes de ir a la Delegación del Gobierno. Antonito le estaba dando una paliza a un bamballo  degenerado que tenía por costumbre abusar de menores; un menor que intentaba acortar el callejón, subía por las cañerías  de una de las paredes cuando se vio agarrado y forcejeado por la espalda. Antonito apareció como una manifestación de la Divinidad para suerte de aquel niño, y hacía lo que él creía  propio con el abusador. Fellini andaba lento, le escocía la espalda, miró el reloj, consoló a aquel niño que asustado lloraba y siguió caminando hasta La Alameda, dobló Pérez Galdós, y entró en Las Cosas Buenas de Miguel. 

Miguel había salido a llevar un pedido, pero volvería pronto. Se habían quedado en la tienda Ninnette y Lissete, que llevaban viendo películas de Fellini, en versión original, toda la mañana. Alguna vez os he hablado de la facilidad que tienen ellas  para aprender idiomas. En el mismo momento que entraba Fellini estaban viendo la escena de ‘Amarcord’ en la que el adolescente  se sumergía entre las gigantescas tetas de la estanquera rubia y obesa. Ninnette le dio a la pausa del DVD y quedó congelada la imagen de los senos en la pantalla. Las dos se presentaron. El ‘Chivato Tántrico’, venía de dentro con una botella de ‘Integral Brut Nature de Llopart’ a reponerles las copas de Ninnette y Lissete. Miguel regresaba de llevar un pedido del mismo cava al Club Náutico. El ‘Chivato’ fue a por dos copas más. Fellini les comentó que si podía sentarse a tocar el piano un rato, que lo necesitaba, que había tenido una mañana distraída. Fellini volvió a tocar piezas musicales de sus películas, como había hecho la noche anterior en ‘Casa Katia’. La imagen de los pechos de la estanquera seguía viéndose congelada en la pantalla. Después de tocar cuanto Fellini quiso, Ninnette apagó  el DVD y se fueron al patio. Fellini les comentó todo lo que le había ocurrido en la mañana y que no aguantaba más el dolor que tenía en la espalda, que creía que estaba sangrando. El ‘Chivato Tántrico’ les dijo a Ninnette y Lissette que se la mirasen en el baño. Al sacarle la chaqueta vieron cómo tenía la camisa empapada en sangre; al tocarle el turno a la camisa Fellini vio en el espejo la cara de extrañeza de Ninnette y Lissete. Les preguntó qué veían y  Lissete le respondió que parecía que le había atacado un gato rabioso por la espalda, no que lo hubiesen martirizado con una porra. 

Ninnette lo acostó boca abajo en la cama que tiene Miguel en la parte alta para las necesidades, Lissete fue por una hoja del aloe que está en el patio de la entrada, y le hicieron una cura entre las dos. Fellini se quedó dormido mientras lo curaban. El sueño le duró como una hora, el tiempo que Miguel aprovechó para hacer un salmorejo cordobés, que luego comerían con unos huevos duros ecológicos de la Ecotienda de Salva y Cristina, y jamón ibérico de Jabugo ‘Montesierra´, porque quisieron hacer una comida ligera para luego hacer una cena temprana en el ‘Bar Faro’. Fellini quería probar las albóndigas de caballas y el arroz a la cubana con unas botellitas de ‘Debo 13 Cántaros a Nicolás’, un Cigales espléndido. Mientras Miguel cocinaba, Ninnette y Lissete, acabaron de ver ‘Amarcord’. El ‘Chivato Tántrico’ ayudaba a Miguel. Durante la comida y la larga sobremesa, Ninnette y Lissete quisieron hablar en italiano para sorpresa de Fellini, que no entendía cómo pudieron haber aprendido el idioma con cuatro películas suyas. 

Cuando empezó a oscurecer salieron de Las Cosas Buenas de Miguel para el ‘Bar Faro’, lo hicieron caminando, pasaron por la plaza de San Francisco, donde unos adolescentes jugaban con dos guapas mujeres llevándolas en sus bicicletas. Fellini vio en esa estampa la escena de ‘Amarcord’ cuando los adolescentes iban los días de mercados a mirar las nalgas de las campesinas que llegaban montadas en sus bicicletas; vio también a la bella Gradinska y sus amigas. El párroco salió, por casualidad, de la iglesia. Rompió aquel espejismo de felicidad de aquellos imberbes adolescentes que todavía hoy lo recuerdan. A aquellas dos agraciadas y generosas mujeres les cayó el rezado encima, ya sabemos, el de pervertidoras de menores y se las llevó bajo las amenazas eternas al confesionario. De la iglesia salió aquella misma mujer que Fellini se encontró a primera hora de la mañana meando en el zaguán del Hotel Patria se dirigía a los bajos del campanario. Fellini le comentó a Miguel, que su ‘Cabiria’, la de la película, habría acabado de una manera así, y que la había encontrado en La Palma. 

Ninnette y Lissete  asieron a Fellini cada una de un brazo y fueron hasta el Bar Faro hablando con él en italiano, de su vida, de sus películas, de sus recuerdos, de sus ‘amarcores’. El ‘Chivato Tántrico’ quiso ir hablando con Miguel del tema de ‘La Universidad Tántrica del Mudo (Garafía)’, y de que pronto vendría un primer grupo multitudinario, desde Francia, a iniciarse en la ‘Sexualidad Sagrada’, que había pensado en hacerlo en la Playa de Las Cabras, pero que prefería hacerlo en El Mudo. 

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel                   

Queridos amigos míos: 

Fellini, como los salmones, no se dejó vencer por aquel tropezar de porrazos contra el suelo de su espalda; ¿porrazos, o las garras de un salvaje felino? Fuerte y enamorado de la libertad, como el viejo león de circo de Míster Sabas, irguió su columna vertebral, miró la hora en el reloj de la plaza, y se dijo: “Me queda media hora para llegar a Las Cosas Buenas de Miguel si no me vuelve a atacar aquel gato salvaje, El Chupasangre”. Cuando cruzó por delante de la entrada del  angosto y empinado Callejón de Reyes escuchó una voz que pronto empezó a reconocer, la de Antonito, un limpiabotas que trabajaba debajo del reloj de la plaza y que le había betunado los zapatos antes de ir a la Delegación del Gobierno. Antonito le estaba dando una paliza a un bamballo  degenerado que tenía por costumbre abusar de menores; un menor que intentaba acortar el callejón, subía por las cañerías  de una de las paredes cuando se vio agarrado y forcejeado por la espalda. Antonito apareció como una manifestación de la Divinidad para suerte de aquel niño, y hacía lo que él creía  propio con el abusador. Fellini andaba lento, le escocía la espalda, miró el reloj, consoló a aquel niño que asustado lloraba y siguió caminando hasta La Alameda, dobló Pérez Galdós, y entró en Las Cosas Buenas de Miguel.