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Un ‘finde’ de Feria del Libro en La Orotava

Carlos Felipe Martell

Hace aproximadamente un año publicaba, en este mismo periódico, un artículo de opinión titulado ‘El talento y el ego son inversamente proporcionales’. Yo estaba aterrizando, por primera vez, en el mundo literario y, consecuentemente, en una de sus ramificaciones más complicadas… Complicadas desde diversos puntos de vista: las Ferias del Libro y las firmas de ejemplares. Me encontré con un submundo impactante, irracional a veces, pero, por encima de todo, inspirador. Me inspiró a hablar de los ‘Grandes’ (puristas que no entran nunca al trapo, ni siquiera para criticar como me atreví a hacer yo) frente a los Egos, Superegos, Hiperegos y Macroegos (los ‘egos’ en todas sus versiones).

Una persona que aterriza no puede creerse que su libro es el mejor en el mercado o, al menos, el mejor en su género. Una persona que ya lleva un tiempo, muchísimo menos. Si realmente te consideras mejor que los demás, estás perdido. Perdido como escritor y, por supuesto, perdido como persona (a nivel de racionalidad y cordura, se sobreentiende). Ni siquiera aunque te lo digan otros. Ni siquiera aunque te lo diga una autoridad, un Premio Nobel o la Virgen en una de sus apariciones marianas. Pongo una anécdota personal (y así, de paso, como quien no quiere la cosa, exhibo mi propio Ego). Hace unas semanas, el corrector de mi editorial me comentaba que ‘Los custodios de la Virgen (¡otra vez la Virgen!) era una de las mejores obras que habían pasado por sus manos, y alababa mi “respeto por la lengua castellana”; se refería, no solo a contenido, sino a la calidad literaria, a la cuestión ortotipográfica. Es una editorial de Barcelona, no una que hay frente a la puerta de mi casa. Estos comentarios, de acuerdo, suponen un chute de adrenalina para el autor a cortísimo plazo, pero… ¿Quién me dice que a varios de los escritores que me rodean no les han dicho, en alguna ocasión, un piropo parecido, o diferente, que pueda tentarles a insuflarse y creerse Mesías de la pluma? No. Hay que ser crítico con estos comentarios y tratar de darles la vuelta, leerlos al revés cual palíndromos. El que te digan algo así no tiene que significar que tú seas muy bueno. El que te digan algo así debería causarte pavor, porque, indirectamente, un corrector editorial de una editorial catalana te está insinuando que, lo habitual, es que los borradores ¡enviados por los escritores! estén plagados de errores de puntuación, ortotipográficos, de acentuación… Al final, visto lo visto, no debería sorprendernos tanto lo ocurrido con la concejala de Cultura de Valencia, pues, al fin y al cabo, ella no es escritora; solo es alguien puesto a dedo para demostrarle al ciudadano por dónde se pasan algunos la cultura.

¿Cómo jugaban sus cartas, el año pasado, muchos de esos individuos ansiosos por vender o por dar a conocer su libro a cualquier precio? De la manera más cerril posible: convirtiéndose en unos cortoplacistas vendedores ambulantes con todas sus nefastas consecuencias. Por ejemplo, si un transeúnte te dice que a él lo que le gusta es la poesía, no puedes empeñarte en ‘colocarle’ tu novela erótica o tu novela histórica. Puedes insistir, insistir, insistir, y, tal vez, compren tu libro. ¿Qué habrás ganado? En un escenario así, a veces ocurre que, a tu lado, hay un vendedor de poesía mirándote, oyendo cómo hablas con aquel que debería ser su cliente, pero tú… no solo no se lo recomiendas, sino que le calzas la erótica. ¿Qué estás haciendo, pedazo de animal que escribe? Estás agrediendo, con tu libro, tanto al público como a tu… Iba a decir “compañero” o “colega”, pero sería un término demasiado injusto, por enorme. Lo cierto es que los libros no se han hecho para agredir a nadie. ¿Quizá el tuyo sí?

Un año después, con más experiencia y una intención mucho más aguda, irónica e inmisericorde, he estado un fin de semana en la Feria del Libro de La Orotava y… ¡Oh, sorpresa! Coincidí con muchas y muchos escritores. Muchísimos. La Estadística, casi siempre cosida de incertidumbre pero infalible, decía que, de nuevo, iba a flipar. Teóricamente, la Ley de los Grandes Números iba a poner, a disposición de mi inspiración, una buena ración de vendedores ambulantes actuando con movimientos febriles y delirantes para calzar sus libros en las manos de un público atónito. Por pura probabilidad, hoy tocaba haber repetido un escrito similar al del año pasado, similar a los párrafos (previos) que acabo de relatar. Siento decepcionar, pero me excita (a nivel de inspiración) tanto la telebasura como la realidad cuando se pone absurda. Sin embargo, como decía, ¡oh, sorpresa! En este ‘finde’ he coincidido con escritores como Mariano Gambín, Graciliana Montelongo, Laura Delgado, Luis Javier Velasco, Manuel Pérez Cedrés, Dulce Xerach, Ana González Duque, Eva Violán, Yauci Fernández, Antonio Arroyo, Abelardo González, Aquiles García Brito, Domingo Acosta… Por desgracia, no he visto en ninguno de ellos un solo rasgo de vendedor ambulante, de competidor, de vampiro… ¡Ni un solo rasgo! (¿Por desgracia dices, pedazo de…?).

Y yo, ¿cómo me siento? Como soy así, tan retorcido y malvado, he salido decepcionado de la Feria. Nada que me inspire, nada que me permita describir vísceras. Pero, claro, todo tiene su lado bueno. Hoy me siento mucho más unido a los escritores, creo que se está recuperando la filosofía y la pureza de lo que debe ser este ‘oficio’. Hoy me siento mucho más unido… al menos a las personas que he nombrado, pues ninguna de ellas me ha decepcionado. Ni un solo vendedor de crecepelos.

Eso sí, espero que el próximo ‘finde’, en la Feria de Santa Cruz, la Ley del Azar ponga en el lado cabrón de mi cerebro alguna anécdota tragicómica que poder contar.

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