En estas últimas semanas, las personas estamos siendo bombardeadas con cantidades ingentes de información por distintos canales o medios de comunicación. Cada día nos alimentamos con varias cucharadas de opinión adulterada y mediada por uno o varios distribuidores de contenido que, no podemos olvidar, tiene su propio interés ideológico y motivación económica. Cada día nos nutrimos de palabrería bien articulada a golpe de café, de conversaciones políticamente correctas untadas en nuestras tostadas, de mentiras repetidas y de verdades a medias que tratan de condimentar nuestros alimentos y pensamientos como un sazonador milagroso que, encima, nos dirán que no contiene aditivos pero que no deja de ser un Avecrem de toda la vida con un nombre distinto.
En estas últimas semanas, hemos sido oyentes pasivas de un desfile de discursos, mejor o peor enfocados, que trataban de informar al público (y sí, debemos colocar este término como una alegoría al gran espectáculo político que estamos viviendo) de sus supuestos y propuestas para mejorar la situación actual de España. Pero lo malo de la charlatanería política es que ni toda es cierta, ni se equipara a la realidad (si es que hay una sola posible) y que, además, tenemos tanta información que la saturación no nos permite distinguir entre charla basura y datos reales. El juego de los titulares sensacionalistas, de los vídeos atractivos simulando un tráiler de una película mala, puede dejarnos con la falsa sensación de objetividad, pero no debemos caer en un juego que hemos perdido antes de empezar, hay que seguir las fuentes de la información recibida y contrastarla. Porque parece que la estrategia que han puesto de moda es repetir una mentira hasta la saciedad, de tal manera que llegue un momento en el que, por el simple hecho de la repetición, se convierta – o se crea– que es verdad. No solo nos quieren tratar como oyentes pasivas, sino que también como oyentes sin criterio, veamos que dice el gran público este 23 de julio.
Este domingo no sólo se votará al partido que va a gobernar a nuestro país, sino que también se votarán los ideales que nos representan como ciudadanía, se votará sobre el presente y afectará a nuestro futuro. Mientras, algunas de nosotras nos hemos vuelto en contra de la pasividad y hemos decidido alzar la voz para volvernos parte de la población activa que trata de señalar cómo ciertos partidos quieren una realidad clasista, racista y sexista que camuflan bajo el lema de la seguridad y el liberalismo.
Una realidad en donde los patriotismos pretenden alzar nuevas fronteras y muros de vergüenza, en donde la burocracia (o dedocracia) señala la otredad desde la mirada de lo no europeo, en donde la precarización de la existencia se ha normalizado, en donde la privatización dinamita nuestro bienestar social hasta llegar a las aulas y los hospitales, en donde los derechos básicos conseguidos amenazan con perderse. En esa otra realidad, la cultura se hace desde el poder –el del hombre blanco de clase alta– y el resto de las personas solo debemos intentar molestar lo menos posible para que no nos nombren como a nuevos enemigos.
Estamos viendo cómo algunos partidos utilizan la estrategia de la instrumentalización de un cierto personaje para construir el relato del fallo (Sanchismo), cómo se justifica la demonización individualizada de una persona con la excusa del cambio. Pero deberíamos pensar en si todo vale a la hora de hacer política, o si hay mínimos morales y éticos que, sin duda, se han perdido en muchas de las propagandas electorales y actos de campaña. Esperemos que la jornada de reflexión nos dibuje un nuevo sendero donde no se utilice el dolor de un sector de la población para justificar una discursividad ideológica que traspasa cualquier límite con una falta absoluta de empatía, sensibilidad y responsabilidad afectiva.Aunque mejor no hablemos de responsabilidad, porque parece que es el tesoro perdido de Indiana Jones, siempre esperando para renovar con una nueva película.
Votar es un derecho, no es un deber, en eso estamos todas las personas de acuerdo, pero para tener derechos hay que seguir votando, para no perder los derechos que ya tenemos, hay que seguir votando. Hace 90 años yo no podría haber votado y mucho menos habría podido escribir este artículo, corría el año 1933 cuando mis antecesoras pudieron votar por primera vez, reivindicar su derecho a la voz y al voto. Hace 90 años el sistema de gobierno no era perfecto, ni ahora tampoco lo es, pero no podemos negar los avances sociales, culturales y políticos que se han logrado en estos 90 años y que nos permiten hablar ahora (incluso a mí como mujer). Callarse, no votar, es una manera de negación. El silencio en las urnas es otra forma de validar lo que salga en las próximas elecciones (sea lo que sea), de afirmar lo que votan los demás (aunque no estuvieras de acuerdo). El silencio en las urnas no es una opción si queremos el progreso, si queremos construir un camino de cambio que pueda ser transitado por todas las personas sin distinción alguna. El silencio en las urnas debe ser nombrado porque para tener voz, primero hay que tener voto.