La portada de mañana
Acceder
Mazón intenta reescribir su agenda de las horas clave del día de la DANA
Casa por casa con Cruz Roja: “Trabajé en dos tsunamis en Filipinas y esto es parecido”
Que la próxima tragedia no nos pille con un gobierno del PP. Opina Isaac Rosa

Obligados a desalojar sus casas por el volcán, los palmeros corren a por su bien más preciado: una caja de madera

Toni Ferrera

13 de octubre de 2021 07:00 h

0

Lorenzo tiene 71 años y lleva en La Palma desde que nació. De camino a su casa de Tijarafe, un diminuto municipio de poco más de 2.000 habitantes al oeste de la isla, a unos 15 kilómetros del volcán de Cumbre Vieja, recuerda que de pequeño perdió media uña por ser “un niño muy goloso”. Para explicar cómo pasó, ya en su vivienda, se acerca a un baúl de madera postrado en el suelo, de un metro de largo y medio de alto, más o menos, y dice que cuando lo abrió y aprovechó el despiste de sus padres para coger un poco de azúcar, se le resbaló la tapa, cayendo con fuerza en uno de sus dedos. Lorenzo, con los ojos achinados bajo la mascarilla, muestra la prueba del delito a sus amigos en un bar cercano. Es el primer recuerdo que se la ha venido a la mente sobre las cajas de tea, unas reliquias para los palmeros que sobresalen por encima de cualquier objeto. Esta semana, cuando muchas familias del barrio de La Laguna, en los Llanos de Aridane, han tenido que salir con lo puesto de sus moradas por el avance de la lava, este cofre enorme con forma de ataúd es lo que más les interesaba salvar. Lorenzo, muy listo, sabe por qué: “Tienen mucho valor sentimental. Si yo tuviera que salir corriendo, cogería las que tengo. Eso lo vendes y te llevas 2.000 euros”, puntualiza entre risas.

El volcán continúa cronificando el insomnio y la angustia en La Palma. En la tarde de este martes, la colada más al norte del cono principal ha avanzado lo suficiente para que el Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo Volcánico en Canarias (PEVOLCA) haya ordenado la evacuación de varias zonas de La Laguna, desde el camino de Cruz Chica hasta el cruce de San Nicolás. Los expertos se apuran a asegurar que todo puede ocurrir. Y que del mismo que se ha decretado esta decisión con carácter preventivo, puede anularse en cuestión de horas. Sin embargo, el miedo ya se ha adentrado en las calles de Los Llanos de Aridane. Se escuchan las sirenas de los coches policiales y se ve a cientos de furgonetas, incluso camiones de plataneras, cargados hasta arriba de muebles, de casas portátiles. Unas 800 personas salían y entraban de sus domicilios echándose a la espada lo que para ellos, en una elección que habrían preferido no tomar nunca, merece salvarse de la lava.

Entre esos bienes y pertenencias no suele faltar la caja de tea, un baúl de madera arropado como un tesoro para los palmeros. Se trata de un mueble que en estos momentos se usa más como decoración que otra cosa. Es grande, de color marrón y pesa mucho (como plomo, advierten). Pero tiene un valor sentimental incalculable. En el Campo de Lucha Camino León, a donde se han dirigido los últimos evacuados por el volcán, un voluntario que ha ayudado a las personas afectadas a desalojar sus casas aclara por qué, en una situación de emergencia, los palmeros tienen claro que esta caja, con forma de arcón, debe sobrevivir al fuego.

“Esta gente venía del mar [el voluntario citado no es palmero, se le nota por su acento peninsular] y sabían que la única madera que aguantaba era la madera de tea, que tiene más cantidad de resina. La humedad no la pudre. Es como si estuviera barnizada desde dentro para fuera. ¿Cuál es el problema? Para los incendios, es un polvorín. Y para los volcanes igual. Ese es uno de los motivos por el que las sacan rápido”, explica. Un compañero suyo, que lo escucha de cerca, agrega: “Esas cajas son su vida”.

En las inmediaciones del campo de lucha está Adelto, quien vive resignado a repetir su nombre varias veces. “Es de origen cubano. Aquí habemos [sic] muchos”, añade para consolarse. Él cuenta que en el municipio de Tijarafe, sin especificar muy bien por qué, cualquier persona, en cualquier esquina, tendrá una caja de tea que mostrar y una explicación razonada de por qué estos baúles son tan valiosos en la isla de La Palma. En la barra de un pequeño local, mientras le sirven vino, Siso se ofrece a hacerlo. “Eran los almacenes de los productos que se cultivaban aquí: los higos, los tunos secos, las lentejas, toda la fruta seca se guardaba en cajas de tea porque no había otra cosa. La gente era muy humilde. No había electricidad ni nada, por lo que eran los antiguos silos de los alimentos, donde se conservaban”.

Siso detalla que el pueblo palmero, hasta hace relativamente poco, solo contaba con piedra y tea para construir. Este tipo de madera, que se extrae del corazón del pino canario (especie que abunda en la isla como ninguna otra), era arrancada de forma clandestina de los ejemplares más antiguos para fabricar barcos, molinos de viento, barriles de vino, puertas, ventanas y domicilios enteros. Cuando la empleaban para construir cajas, los palmeros guardaban en ellas el grano, los garbanzos o los chícharos. “Secaban los frutos para el invierno. La población era tan pobre que no tenía otra forma de hacerlo”, recuerda Siso.

La tea se utilizó porque no había alternativas. Y a los siglos de aplicarla, los palmeros se toparon con su principal valor. “Este tipo de madera siempre tiene resina en su interior. Es eterna. No le entran los bichos ni se daña”, narra Siso. El contrapunto está en que es altamente inflamable (también por la resina) y en su peso. Como si fuera un experto en dendrología (algo que, de forma implícita y chistosa se lo recuerda la camarera del bar), la ciencia que estudia las características de la madera, Siso describe que un árbol cortado pesará mucho menos tras pasar unos años al intemperie; con la tea, dice, no ocurre lo mismo. “Es una madera viva”, subraya.

Ahora que el pino canario, el símbolo vegetal de la isla de La Palma, es una especie muy protegida en el Archipiélago, se une el atractivo económico de la tea, con la que ya apenas se trabaja y cuyo valor puede superar los miles de euros, con la riqueza sentimental, ya que el uso que se le dio a esta madera ha pasado de generación en generación entre los residentes de la isla, como personifica Lorenzo: “Yo tengo cuatro. Todas las heredé. Las hizo mi tatarabuelo”. En una de las cajas de tea que tiene en su vivienda habitual, parece que Lorenzo aún no ha perdido la tradición de los antiguos palmeros. En ella guarda arroz, ajo o azúcar, el producto que siempre le recordará a la media uña que perdió siendo “un niño muy goloso”.