La verdadera fuerza de la ULL

0

Siempre he presumido de que nuestra universidad cuenta con el alumnado más afectivo del mundo. Es posible que esta afirmación solo sea una fantasía subjetiva o una estrategia inconsciente de motivación, pero también podría ser (¿por qué no?) que la Universidad de La Laguna, quizá gracias a su avance impregnado de penetrante perfume de historias y de incertidumbres, actúa como un grifo gigantesco de empatía. No lo sé. Lo cierto es que, año tras año, tengo el placer de dar clase a una juventud entusiasta, vibrante, inconformista y apasionada. Pura ansia de inaccesibilidad. En esta liturgia docente bendecida de ilusión ocurre que, a veces y de repente, cada equis años, surge en las aulas una persona tan especial que revienta el techo de lo imposible. Y es aquí donde entra en escena Ángel Goya Sanabria. Ángel, con un nivel de confianza del 99% (como profesor de Estadística que soy, no me gusta emitir verdades absolutas), es el estudiante más brillante de su promoción (la Promo Pika), y hago esta afirmación de manera aséptica y objetiva, sin ningún tipo de condicionamientos derivados de su perfil personal.

Dentro de los requisitos de la evaluación continua de la asignatura que imparto, Técnicas Estadísticas, mi alumnado tiene que hacer una reflexión sobre la Estadística en la vida cotidiana, en el día a día. Cuando recibí la suya y la leí, quedé boquiabierto, tanto por el contenido como por la fuerza comunicativa del texto. Con una generosidad impagable, Ángel me cuenta su historia personal. Su relato, que va mucho más allá de la ciencia de la incertidumbre, demuestra que él ha roto el tópico del “si quieres, puedes” para convertirlo en “si quieres y puedes, lo haces”. Este artículo, aunque lo firme yo, en realidad no es mío. Es suyo. He creído que dicha historia, su historia, no podía quedar en un mero trabajo universitario, por lo que le he pedido permiso para publicarla. Él, de nuevo generoso, me lo concede. A partir de ahora habla Ángel Goya Sanabria.

«MI VIDA DE MANO DE LA ESTADíSTICA

Desde que estamos en el vientre de nuestra madre, ya la Estadística nos está controlando. El ginecólogo empieza a medir con el ecógrafo nuestro perímetro craneal y abdominal, así como la longitud de nuestro fémur. Con esos datos obtiene nuestro peso aproximado y saca una media según las semanas de gestación en la que nos encontramos. Obtiene nuestro percentil. Es decir, si tengo un percentil 50 quiere decir que, de cada 100 fetos, 50 miden y pesan menos que yo y otros 50 miden y pesan más que yo. Si hubiese tenido un percentil 25, quiere decir que el 25% de los niños pesan y miden menos que yo y el 75% pesa y mide más que yo.

Por supuesto, todas las personas tenemos un metabolismo diferente, heredado de nuestros padres, y por eso se considera que, teniendo un percentil mayor de 3 y menor de 97, estamos dentro de la normalidad. Si nos salimos de esos parámetros habrá que estudiar por qué sucede. Digo esto porque, mientras nos encontramos dentro de estos parámetros, no salta ninguna alarma, todo está bien, digamos que progresamos adecuadamente. Los padres muchas veces entienden que tener un percentil alto es estar mejor. Un percentil 75 mejor que uno de 25. Esto no es correcto. Lo importante es seguir progresando, pero dentro de la curva del mismo percentil.

Cuento esto porque, en mi caso, sí que saltó la alarma. El 17 de diciembre de 1998 todo era perfecto, sin problemas, un percentil dentro de la media. Sin embargo, el 18 de diciembre de 1998 mi percentil cae en picado, muy por debajo del valor 3. ¿Qué ha pasado? Ha cambiado una variable muy importante. ¡¡¡ Ya no estoy en el vientre de mi madre!!! Acabo de nacer. Justamente en la semana 24 de gestación, con un peso de 590 gramos y 28 cm de longitud, pulmones sin desarrollar, una inmadurez extrema. La probabilidad de sobrevivir era prácticamente nula, y, si por alguna razón lo conseguía, las secuelas serían severas: no podría caminar, no podría comunicarme, no podría ver, no podría comer solo, carecería de total autonomía para la vida diaria… Después de 4 meses ingresado en la UCI neonatal (conectado a un respirador 70 días) me dieron el alta, teniendo en ese momento una estatura de 49.5 cm, un peso de 3.370 gramos y un perímetro cefálico de 34.5 cm. Si comparo con un niño que haya nacido a los 9 meses de embarazo, la estatura media estaría entre 59.9 y 68 cm, el peso sería de 5.6 a 8.8 kg, y el perímetro cefálico de 40.5 a 42.8 cm. Como es natural, todos estos detalles los conozco por lo que me han contado mis padres y de leer la historia clínica. Dicha historia era para mí un enigma (sobre todo lo de los percentiles y la evolución) hasta que este año empecé a estudiar estadística y ya comprendo mejor muchas cosas.

Bueno, ya salí vivo del hospital por primera vez, y digo por primera vez porque, cada vez que venía el invierno…, frío, pequeño resfriado, displasia broncopulmonar, bronquiolitis segura e insuficiencia respiratoria, resultando de todo esto un nuevo ingreso en el hospital. En vista de estas “series temporales”, el hospital realiza las gestiones oportunas para vacunarme del virus sincitial de la respiración, ya que en España no estaba autorizada dicha vacuna, obteniendo el permiso pertinente para mí y para todos los que viniesen detrás. Afortunadamente la tendencia en esta serie temporal es ascendente, ha ido mejorando, ya que la función pulmonar se recupera con los años y la componente estacional, al “desestacionalizar”, desaparece y no hay esos altos y bajos, influyendo cada vez menos.

En cuanto a la etapa educativa, empecé en el colegio sin haber cumplido los 3 años de edad en un centro para niños y niñas con “problemas motóricos”. Desde el primer día de clase, una compañera me hizo un estudio estadístico sobre mi percentil y se lo dijo a su madre al llegar a su casa. “Mami, en mi clase hay un bebé que va en carrito, habla y tiene dientes”. Es de agradecer que viese el lado positivo, el que, aun siendo un bebé, me hubiesen salido los dientes y hablase.

Todos los alumnos que estudian, tienen una tendencia ascendente en cuanto a los estudios. Más o menos todos alcanzan un nivel en un tiempo determinado. Yo puedo alcanzar ese nivel, pero necesito más tiempo. El valor de mi pendiente es más bajo y, por lo tanto, para llegar a la misma altura debo emplear más tiempo. Del colegio al instituto se pasa por llegar al nivel de estudios adecuados o por llegar a la edad máxima sin haberlo conseguido, siendo este último mi caso. En alguna asignatura tenía un nivel de tercero de primaria. El primer día de instituto me sorprendí. El profesor que me tocó me dijo que tenía que intentar hacer lo mismo que los demás, que con un poco o un “mucho de esfuerzo” yo podría también. No tenía que dibujar y pintar mientras mis compañeros realizaban sus tareas, yo también tenía que hacerlas. Y así, por diversificación, terminé la ESO.

El servicio de orientación me dice que vaya pensando en realizar un ciclo formativo de grado medio, algo que me guste, pero yo, recordando lo que me dijo aquel profesor el primer día de instituto (“Tú también puedes si lo intentas y te esfuerzas”), contesté que mi futuro tenía una variable bidimensional: estudiar un ciclo o un bachillerato. Yo intentaría sacar el bachillerato, y, si no iba bien, me decantaría por un ciclo. Y me fue bien observando las diferentes variables y decantándome por la que creía correcta para conseguir mi objetivo, que en aquel entonces era terminar el bachillerato. Una vez terminado, me planteo otro objetivo. LA UNIVERSIDAD. Pero soy consciente de mis limitaciones y, por lo tanto, tuve que valorar que se podría dar el caso de no superar la EBAU, por lo que solicité plaza en un Ciclo Superior.

Para superar la EBAU estudié con estrategia. Empleando la estadística, me hice una hoja de cálculo con las notas medias de bachillerato, me puse notas muy bajas en las asignaturas que eran mis puntos débiles y calculé lo que debería sacar en mis puntos fuertes para alcanzar la media necesaria para entrar en la carrera que yo quería. Opté también por plaza de discapacidad, y lo logré por los dos caminos, ya que saqué de media, en la EBAU, un 9 y algo.

Por ahora, mi estrategia en la ULL es recurrir a la matrícula parcial, ya que todo el mundo me dice que el primer curso es el más difícil por la transición del bachillerato a la uni. De esta forma, al tener menos asignaturas, le puedo dedicar más tiempo a cada una. Pero… estoy pensando que, si apruebo todo, el próximo curso me matricularé de todas las asignaturas y comprobaré hasta dónde puedo llegar».

Ese es su relato, su vida. Su punto y seguido. A cortísimo plazo, es decir, al futuro inmediato, quiero añadirle una línea más a la historia. Se trata de que, como dije al principio, Ángel es el alumno más brillante de su grupo, y la excelente calificación que obtendrá en la asignatura que imparto no obedece a ningún tipo de condicionamiento por mi parte. Será el merecido premio a su esfuerzo y a la superación. Esta es la verdadera fuerza de la ULL.

Carlos Felipe Martell

Profesor y escritor