La higiene y las epidemias en La Palma durante la primera década del siglo XX (I)
El amigo historiador Pepe López Mederos en un encuentro casual en las calles de Santa Cruz de La Palma, me recordó este artículo publicado en la Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, nº. 1 pp, 557-566 (2005) y que ahora, dada la actualidad que vivimos, les expongo en dos fragmentos.
Las circunstancias socioeconómicas de la isla de La Palma mantenían todavía, a principios de siglo XX, una coyuntura depresiva que intentaba superar la crisis de la cochinilla con el desarrollo de los cultivos del azúcar, el plátano, el tomate y el tabaco, los trabajos de ampliación del muelle capitalino y la construcción de la carretera del sur Santa Cruz de La Palma-Los Llanos, con excesivas pausas de progreso económico, o lo que es lo mismo, se encontraba en una situación casi de estancamiento comercial, originando un comportamiento diferencial de crecimiento demográfico que mantiene todavía altos índices de defunciones y salida de emigrantes, lo que le hace perder peso demográfico relativo en el conjunto del Archipiélago. Estas limitaciones han puesto el freno en los efectivos demográficos. Por ejemplo, la población palmera en 1900 era de 41.994 habitantes y en 1910 de 45.752. La tasa de crecimiento entre 1901 y 1910, es de 0,86 y el saldo migratorio es de -2.993. La esperanza de vida al nacer en 1901 se situaba entre el 35 y 40 % (para los hombres era de 34 años y para las mujeres de 36) y en 1910 aumentó hasta los 41 y 43 años respectivamente. En una década los palmeros ganaron 7 años de vida.
Hasta finales del siglo XIX la política sanitaria tan sólo se había preocupado del peligro del contagio exterior, de actuación frente a las epidemias. En el cambio de centuria se llevan a cabo algunas iniciativas locales en tareas de inspección y control del estado de salubridad de las poblaciones. Las autoridades locales proyectan iniciativas en materia de salud pública después de escuchar las denuncias que se plasman en los periódicos. Poco a poco se fueron dotando de infraestructuras sanitarias a los municipios, adoptando nuevas fórmulas de prevención del contagio, convencidos de las ideas del momento que daban mayor importancia a la mejora de las condiciones de vida de la población derivadas de aquellas actuaciones que a la intervención médica o terapéutica propiamente dicha.
Dos de las principales causas de las enfermedades en la isla de La Palma son la pobreza y la falta de higiene; la mayoría de las clases trabajadoras no tenían acceso al consumo de carne, aumentando los casos de anemias y tuberculosis. En La Palma, al igual que el resto de las islas, tienen menor incidencia las enfermedades transmitidas por el aire y una mayor incidencia las enfermedades transmitidas por el agua o los alimentos. Entre las primeras encontramos la viruela, el sarampión, la escarlatina, la «coqueluche», la difteria y el crup, la gripe, la tuberculosis pulmonar, la tuberculosis de meninges, diferentes tuberculosis, la meningitis simple, la bronquitis aguda, la bronquitis crónica, la neumonía, así como otras enfermedades del aparato respiratorio.
En cuanto a las enfermedades transmitidas por agua y alimentos, registramos el cólera, las enfermedades epidémicas, la diarrea y la enteritis, la nefritis y el mal de Bright. También constatamos enfermedades de carácter infeccioso como la fiebre tifoidea, el tifus, la fiebre intermitente y la caquexia palúdica, la sífilis, la peritonitis y las fiebres en general.
Nadie se acuerda de la higienización sino cuando el fantasma de las epidemias ronda las calles. La falta de una cultura higiénica con calles sucias llenas de basura, estercoleros en el que la gente tira las orinas y excrementos, aguas empozadas, pozos negros rebosantes, animales sueltos que comen y duermen en las calles y con sus dueños en las casas, son elementos insalubres, más propios de países tropicales que de una población “moderna”.
De una manera irónica el periódico El Heraldo de La Palma, que en diversas ocasiones se quejaba públicamente de las basuras acumuladas en las calles de la población capitalina y caminos de la Isla, el 31 de diciembre de 1901, pone el dedo en la llaga de la real miseria que soporta la Ciudad y propone un sarcástico y duro inventario urbano que pone a disposición del alcalde Juan Bautista Lorenzo Rodríguez:
– Calle O'Daly, 333 perros que vegetan diariamente en la vía. 222 alfombras tendidas en ventanas y balcones. 5.555 niños en las calles sin ir a las escuelas.
400.000 kilos de estiércol.
– Calle Álvarez de Abreu, 444 cuernos y 111 calaveras de ganado vacuno existentes en el matadero público. 100.000 kilos de estiércol.
– Alameda, 666 gallinas que allí se crían y 200.000 kilos de estiércol.
– Plaza de Mercado, inmunda pocilga.
– Calle de La Marina, 100 estercoleros de mampostería y otros. 15.950 flores de camino. 600 charcos infectos.
– Casas Consistoriales, una letrina inmunda.
– Puente del medio, parece que se inicia la obra.
– Barranco de Dolores, centro de desinfección que divide la localidad en dos distritos, cuyos vecinos tienen en él un depósito común.
Siguen algunas referencias más y culmina el artículo con el siguiente verso:
En algunas casas que exhalan perfumes
Se crían cochinos más gratos y finos
Y cerdos en otras que los de las flores…
Y en otras gorrinos, que hay en los caminos.
Por otro lado, La Palma, y más concretamente su ciudad capital, gracias a la climatología llegó a alcanzar gran popularidad entre los enfermos de tisis que vienen de fuera, sobre todo, de Cuba para curarse «por la suavidad de su temperatura, la pureza y limpidez de su atmósfera, la frescura de sus brisas, embalsamadas por las emanaciones de los cercanos pinares y tonificadas por el yodo de sus risueñas riberas.» (Germinal, 11 de abril de 1908). Esta enfermedad se ha extendido mucho por Santa Cruz de La Palma. Desde diciembre de 1901 se había constituido la Junta Local de Sanidad en la ciudad de Santa Cruz de La Palma bajo la presidencia del alcalde Juan Bautista Lorenzo Rodríguez y los vocales que nombró el Gobernador Civil. En este sentido se redactó un Edicto, que publica el periódico El Grito del Pueblo, sobre el estado sanitario de la población mediante las siguientes prevenciones, dadas el 3 de enero de 1902:
“1º.- Limpieza del interior de las casas (habitaciones, retretes y letrinas), desapareciendo corrales y depósitos de estiércol cercanos.
2º.- Todos los vecinos harán barrer el frente y alrededores de sus casas, sitios y huertas hasta el centro de la calle, por lo menos una vez a la semana.
3º.- Se prohíbe arrojar aguas sucias a las calles y barrancos, sólo se permite arrojarlas al mar.“
Inmediatamente se procede a la limpieza de las principales calles, retirando de las vías públicas embarcaciones, carros, coches y otros objetos. En estos primeros momentos surte efecto la medida al ser expedientadas y multadas algunas personas, empezando incluso por los propios concejales.
Poco después, de muy poco sirvieron las medidas tomadas, pues no se respetan las normas y las calles siguen igual de asquerosas, los castigos son poco efectivos y los servicios de limpieza municipal no cumplen lo establecido en la limpieza general de la población; por ello, el propio Alcalde capitalino vuelve a promulgar un edicto el 12 de octubre de 1903 para que en un plazo de 8 días sean retiradas del casco de la población todas las materias inflamables y explosivas:
“…pues los depósitos de estas materias en el recinto de la población se halla prohibido expresamente por el artículo 31 del Bando de policía urbana vigente. Ningún particular podrá tener en su casa más de media libra de pólvora. Los mercaderes podrán tener en sus almacenes tan solo 1 libra sin permiso de la autoridad, y con intervención de ésta hasta 5 libras” (Crónica Palmera, 14 de octubre de 1903).
La turista británica Miss Uri que visitó la Isla en febrero de 1904 se sorprendió del tremendo contraste entre las bellezas naturales, afirmando incluso que no hay otro sitio tan sublime en el mundo, siendo la isla más hermosa de todas las canarias, y la decepción al entrar en la calle principal de la ciudad «convertida en un basurero, calle mal empedrada, sucia, llena de papeles e inmundicias»; en todas partes notó el más completo abandono que tan poco honra a las autoridades de una ciudad tan culta (Germinal, 25 de mayo de 1904).
En otro artículo de Miss Uri publicado en la Wide Worls Review de Londres, sobre la isla de La Palma, también resumido por Germinal, el 5 de junio de 1904, se vuelve a reafirmar en el aspecto deplorable de la ciudad de Santa Cruz de La Palma. La falta de higiene le pareció insoportable, los fuertes olores pestilentes por todas las calles, desde la principal hasta los más ínfimos callejones. No es de extrañar el tropiezo con excrementos de cabras, perros, bueyes y humanos. A nuestra visitante le sorprendió ver a sus habitantes “durante todo el día, apoyados en las puertas de sus casas, con una mano en el bolsillo y la otra en un largo tabaco, que chupan casi sin cesar y escupiendo en medio de la calle o de la acera. ¡Lástima grande que la ciudad de Santa Cruz de La Palma, deje en el espíritu una impresión tan desfavorable!”.
La salubridad social brilla por su ausencia en la capital palmera; no existe presupuesto oficial para la higiene, tan sólo los cinco céntimos que pagan los dueños de los frontis de las casas de las calles Santiago y O'Daly para su limpieza muy de tarde en tarde. En enero de 1904 se dio un paso legislativo clave en el desarrollo del regeneracionismo sanitario con la creación de la Instrucción General de Sanidad, un texto largo y minucioso en legislación sanitaria. Sin embargo, todo quedó en buenas intenciones, pues su aplicación fue decepcionante. En La Palma, la Inspección de Sanidad no ha dado los resultados apetecidos, se sigue sin mantenimiento de los desagües, de las letrinas; los estanques están rebosando de aguas pestilentes; los despojos de animales se apoderan de las calles; las aceras, cuando las hay, se convierten en improvisadas letrinas de los niños; en pequeñas habitaciones duermen hasta seis personas, se lava, se plancha, se cocina, se hacen las necesidades fisiológicas en el mismo cuarto, «mientras tanto aumenta cada día el número de fiebres infecciosas, difteria y otras enfermedades debidas no más que al abandono o negligencia de nuestras autoridades» (M. Reyes, Germinal, 15 de agosto de 1906).
A raíz de este artículo, el alcalde accidental Ezequiel Pérez Rosa mandó 10 peones a limpiar las calles de la población, empezando por la calle Real. Se ordena recoger el pescado puesto a secar en la calle de La Marina; se anuncia la construcción de letrinas provisionales en distintos puntos de esta calle y, por último, se girará una visita de inspección domiciliaria para disponer de información sobre las condiciones de aseo de las viviendas.
El Subdelegado de Salud visitó de inspección, en diciembre de 1907, los molinos más inmediatos a la Ciudad, manifestando que el reglamento de higiene le concedía facultades amplias para clausurar los molinos por sus pésimas condiciones de salud. Es allí, precisamente en los molinos donde más inmundicias reciben las aguas que bajan luego para el consumo ciudadano. Los molineros no se preocupan en absoluto de mantener limpias las atarjeas; es más, vierten todo tipo de basuras, desgorrifan el pescado y lavan la ropa sucia.
A pesar de que la alcaldía ha estado con el problema encima, no ha logrado resolverlo. A partir de 1908 se replantea con más fuerza si cabe, la posibilidad de sustituir los pozos negros por un sistema de alcantarillado; de este modo, se contribuiría a desterrar al endémico problema de la limpieza y la higiene de la ciudad.
Miguel A. Martín González
(Historiador, profesor y director de la revista Iruene)
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