No apreciaremos las hojas del otoño
a no ser que caigan
otras estrellas
sin brillo
en el mismo bosque
que un animal devora a otro.
No apreciaremos el sol
sin quedarnos ciegos.
No apreciaremos los nombres
de hermanos muy lejanos,
a miles de kilómetros,
sin la cultura que no hemos consumido.
No apreciaremos
la sonrisa del niño,
sin el desgarro de un parto,
sin el llanto previo.
No apreciaremos al pez que rodea nuestro cuerpo,
ni al amante que realiza el mismo gesto.
No apreciaremos los días que escondió la luna,
porque para entonces será demasiado tarde.
No apreciaremos la palabra escrita,
ni a Mozart haciendo malabares con la tecnología,
ni un pájaro descolorido,
ni la rodilla que quiere trepar la hormiga.
No apreciaremos un saludo,
- O ya lo mismo-
el lazo incongruente
de nuestras despedidas.