Vivimos tiempos de incertidumbre, pero la industria del ocio está al quite. Ni nos acordamos de que ha habido una cumbre del clima en Egipto, como siempre con resultados mediocres en cuanto al compromiso de sanar el planeta, claro que de inmediato vendrán Messi y Neymar a distraernos con sus goles en el Mundial de Catar. Un campeonato de alto nivel que siempre fue cuestionado, no solo por razones climáticas sino también por razones sociales y políticas. Y solo regando con muchos millones a los que deciden estas cosas, Catar consiguió su mundial. En medio de los campeonatos de liga más importantes del mundo, en pleno otoño. Las temperaturas durante el día son tan elevadas que las selecciones han de hacer sus entrenamientos cuando se pone el sol.
La homosexualidad es una enfermedad mental, el colectivo LGTBI está al margen de la ley, lo afirman con rotundidad los dirigentes cataríes y las mujeres tienen que obedecer nuestros valores. Las religiones tienen sus fundamentos sociales y hasta económicos, las religiones son respetables pues aportan un consuelo para los creyentes y qué duda cabe de que la religión musulmana está asentada en muchos países del globo, aunque algunos de sus preceptos nos llamen mucho la atención. El francés Michel Houellebecq escribió que el islam es la religión más idiota del mundo, fue acusado de injuria racial e incitación al odio religioso pero el Tribunal Correccional de París lo absolvió.
Hace poco estuvimos en Jordania, donde las televisiones programan fútbol a toda hora. Y en las gradas veíamos grupitos de hombres, pero no de mujeres. Las mujeres casi invisibles en este mundo árabe, sometidas a normas de siglos lejanos, tienen difícil ir a la universidad, viajar, ser personas. Los turistas que vayan a Catar durante el mundial tendrán que evitar muestras de cariño en público, del mismo modo que no podrán exponer ciertas partes del cuerpo porque es obligatorio mantener una “vestimenta recatada” en la que queda prohibida la ropa sin mangas, los pantalones cortos o rotos, los bikinis, las minifaldas, etcétera.
Pero la industria del entretenimiento no se puede detener por estas tonterías, por eso el mundial se celebra en un lugar poco adecuado. Son miles de millones en juego, audiencias mundiales, fiestas colectivas si se gana y tristezas viejas si se pierde. El balón todo lo cura. Y por el camino se nos pide olvidar a los inmigrantes de allá, sus muertos durante las obras.
Los dirigentes piensan que con dinero todo se compra, incluso piensan que pueden convencer a aquellos artistas que no acudirán a las ceremonias de inauguración y clausura porque no quieren colaborar con la situación.