Adiós al último eslabón de Gutenberg en Santa Cruz de La Palma
Cuando José A. Álvarez Hernández daba el cierre definitivo a la Imprenta Álvarez (primitivamente, fundada en los bajos del Teatro Circo de Marte por Antonio Blas Álvarez Martín) y luego trasladada a la calle José López), parecía que no podíamos asistir a ningún otro capítulo decadente de la desaparición definitiva de los últimos seguidores palmeros de Gutenberg. Un linaje que arranca en Santa Cruz de La Palma, primero tímidamente, con la inquietud de José García Pérez, quien hacia 1835 introdujo en la ciudad una colección de tipos con la que, según su biógrafo, Eufemiano Castro Felipe, estampaba «pliegos de ocho páginas en cuarta», luego continuado por el político e impresor Pedro Mariano Ramírez y, definitivamente estabilizado, con la llegada desde Londres de la maquinaria con la que se fundó la Imprenta «El Time» gracias a la iniciativa de Faustino Méndez Cabezola y a la colaboración económica de una junta constituida para tan «gran empresa». De este modo, el 12 de julio de 1863 se produce la consagración de la imprenta en La Palma gracias a la salida semanal de El Time, germen del futuro periodismo inalterable, informativo, profesional y dotado de notables rasgos culturales y críticos con la siempre compleja realidad isleña.
En este marco de alcurnia gutenbergiana, el fallecimiento de Paco Brito, dueño de Litografía La Palma, restablecida en la calle Vendaval (hoy, Pintor Francisco Concepción) y luego trasladada al barrio de La Portada, es uno de esos acontecimientos que trae consigo no sólo la desaparición de un humilde autónomo (y a la vez, grandioso), de un trabajador nato que dio más horas a su oficio que a su familia, sino, también, el desvanecimiento terminante de los últimos anillos que unían a Paco Brito y su Litografía La Palma con la Imprenta La Lealtad, fundada por su bisabuelo Manuel Brito Cabrera (Santa Cruz de La Palma, 1835-1905), carpintero y aficionado al periodismo. Y a quien continuaron, entre otros parientes, su hijo Tomás Brito de la Cruz (Santa Cruz de La Palma, 1875-1945), fundador de la Imprenta La Palma (1908-1942), y luego sus nietos Tomás (Santa Cruz de La Palma, 1900-1959), Ceciliano E. (Santa Cruz de La Palma, 1902-1973) y José Francisco Brito Cabezola (Santa Cruz de La Palma, 1921-1971), este último, padre de nuestro Paco Brito.
No estoy completamente seguro de que Paco Brito contase de antemano con vocación de impresor, como sí tuvieron las tres generaciones que le antecedieron, pues en su juventud se había decantado por los estudios de hostelería y, a punto de hacer viaje a Inglaterra, en 1971, la grave enfermedad de su padre le obligó a ponerse al frente de la empresa familiar y a interrumpir, para siempre, sus sueños de trotamundos y de parlante hispano-anglosajón. Un futuro forzoso entre tipos de imprenta, papel y tinta para el que quizás no hubiese nacido. Con todo ello, Paco Brito afianzó su oficio y pasó a convertirse, primero, en continuador de la labor de su parentela y, luego, en modernizador de la empresa.
No sé con qué cara se habrán quedado tantos ayuntamientos que durante los últimos cuarenta años han llevado a Litografía La Palma programas de mano y cartelería de toda clase (anuncios de conciertos, bailes, fiestas…). Ni conozco cómo habrán reaccionado los responsables de Aguas de La Palma (otra empresa con solera cuyos orígenes se remontan a la fábrica de gaseosas de Miguel Perdigón Méndez), cuyos paquetes de etiquetas recuerdo haber visto en varias ocasiones a la entrada del taller de la carretera del Galión y cuyas labores de impresión (por las grandes cantidades de los materiales) ponían en cola cualquier otra estampación por muy urgente que fuera. Todavía me parece escucharle refunfuñar: «¡Es que ustedes siempre llegan a última hora! ¡Y yo ahora no puedo parar las etiquetas de Aguas de La Palma para hacer lo del Ayuntamiento!». Pilar Fernández García, con quien coincidí inicialmente en las oficinas del Patronato Municipal de la Bajada de la Virgen en 2005, también lo recuerda: «Ay, Paco, que esto tiene que salir, que dentro de una semana es el concierto…». «¡Qué va, qué va! Esto no sale, es muy apurado… Hazte a la idea». Y, cómo no, el trabajo sí que salía. Y salía a tiempo.
Para ello no había ni descanso, ni vacaciones, ni horarios, ni nada. Trabajo. Y más trabajo. Cuando todos dormíamos, cuando al alba se apuraban los últimos panes antes de entrar a la primera hornada, Paco Brito estaba al pie de la imprenta (nunca mejor dicho). Y se iba… cuando el encargo estuviese terminado. Así era él. Responsable, trabajador, constante. Prácticamente sin vida familiar. Sin vida, en fin.
Los últimos años antes de jubilarse definitivamente aparecía de pronto delante de la Biblioteca de Teatro «Antonio Abdo» montado en moto para traer un pedido hecho a última hora: «Ahí lo tienes». Y, sin más, seguía su camino. Probablemente, la amplia clientela de estos últimos años no haya entendido su postura ante el oficio, pese a su destino obligado por las circunstancias de su familia paterna, que le instaron a quedarse para siempre en este lado de la orilla y a no dar con un futuro (prometedor) en Inglaterra. Quién sabe si, precisamente por eso, su vocación la construyó él mismo, con sus ganas y su tesón.
Su estampa, metido en un cuarto a la derecha de la entrada principal, enfunchado sobre la mesa, con una pantalla de ordenador de varias pulgadas, con gesto huraño, seco, espartano, con su eterno puro palmero en la boca, nos retrotrae a un pasado, el de la Fábrica de Tabaco Gloria Palmera —fundada por Francisco Concepción Pérez (Santa Cruz de La Palma, 1896-1972)—, con la que compartió vecindad desde la década de 1970 hasta su emigración a la carretera del Galión en local más apropiado, amplio y luminoso, para esa maquinaria cuyo sonido metálico y acompasado es lo más parecido a la evocación de la era industrial en Santa Cruz de La Palma. Y es que pese a la producción masiva del conocimiento que supuso la llegada de la imprenta a La Palma, así como el acceso universal a la información para tantos lectores de aquí y allí, lo cierto es que Litografía La Palma y antes Imprenta La Palma se armaron en el común del taller familiar, de la artesanía del papel, al que invaden el tipo de plomo o el rodillo manchados en tinta, primero sólo negra, y luego a cuatricomía.
Paco Brito supo hacer frente a la llegada masiva y competitiva de la impresión digital y mantuvo su solera, la del sistema de impresión offset, a presión de rodillo. Eso confería a Litografía La Palma un sabor ciertamente de otro tiempo: porque esa máquina de impresión suena acompasada, fricciona, sus tintas huelen, su papel, de varias texturas, también trae aromas inconfundibles y los rodillos llevan un mantenimiento que garantice una transferencia apta, perfecta, con los tonos exigidos por la pantonera en el borrador cromático previsto por los diseñadores.
Con Paco Brito muere una antipatía aparente, aprendida por educación o inherente a su propia naturaleza, ¡quién sabe! Aparente porque detrás de aquella coraza de emisiones de voces confusas y palabras mal articuladas, se escondía el hombre a quien en otro tiempo no se permitía expresar emociones, el hombre que dio su vida por el cliente, el hombre que trabajó a destajo, con la marca del empresario, pero con el tono del autónomo pequeño de escasa plantilla a su cargo, el hombre que lo hacía todo, el hombre responsable de un futuro apalancado entre impresoras, ordenadores, tubos de tinta de cuatro colores y papel, el hombre que nos presentó, a punto y a tiempo, la creación gráfica y escrita de tantos diseñadores y autores, el hombre que nos regaló imágenes insólitas y textos que fuerzan el alma.
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