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Maribel Arrocha Lugo: la que trazó su mundo sin líneas rectas

22 de abril de 2025 11:30 h

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No sé cómo le habría gustado ser recordada. Si como maestra de maestros, si como estimuladora de la lectura (fuera ésta cual fuese), si como aficionada a las artes escénicas, a las que hubo de enrolarse con el elenco del grupo Juventud en la década de 1960, si como autoridad incuestionable en el mundo cultural de Santa Cruz de La Palma, si como ferviente defensora y activista de la libertad de expresión y de ideologías (aunque fueran contrarias a las normativas), si como palmera universal que trotó mundos para recalar de nuevo en La Palma, si como gran experta buceadora y conocedora de las bellezas submarinas que encierra la costa de Los Cancajos, si como una de las oradoras más brillantes que ha dado esta isla durante la segunda mitad del siglo XX, si como co-guionista y ayudante de dirección en el periplo de Palma Film junto a Jorge Lozano Vandewalle, Loló Fernández Felipe y tantos más, si como amiga de sus enemigos, si como huérfana de la Guerra Civil, si como chica yeyé que se atrevió a romper con esquemas conservadores en asuntos baladíes como usar pantalones vaqueros o en temas más trascendentes como configurar su vida íntima como lesbiana sin puertas con que cerrar armarios.

Licenciada en Filosofía y Letras, Maribel Arrocha Lugo ejerció durante varias décadas como profesora de Lengua y Literatura Españolas hasta que años después obtuvo la cátedra de Literatura en Enseñanza Media. Maribel Arrocha nos contaba a sus alumnas y alumnos del grupo de letras puras de COU (del entonces Instituto de Enseñanza Secundaria El Pilar de Santa Cruz de La Palma) su privilegiada situación cuando terminó la carrera, pues en seguida la llamaron para incorporarse a dar clases. Lo explicaba para hacernos entender que su situación a principios de la década de 1960 nada tenía que ver con el futuro «incierto» de nuestra generación, que debía luchar más por hacerse un hueco en la vida profesional. Esa empatía con su alumnado, al que siempre defendió a capa y espada, constituyó, sin duda, una de las singularidades más afamadas de su carácter como docente.

Sus clases de Literatura Española del siglo XX lo eran, además, de cultura general y universal. Invariablemente comenzaba su exposición (la primera lección, sobre la aparición del Modernismo y su introducción en nuestro país) con el contexto histórico que daba pie a cada movimiento literario, seguía por los referentes internacionales de estas corrientes y luego pasaba a situar los grupos-tertulias que se fueron constituyendo, para luego acercarse a los principales representantes españoles de cada género literario y terminar con la vida y obra de cada uno de ellos. Estas clases magistrales eran aderezadas con un riquísimo anecdotario personal que traía a tiempo y a cuento para, a menudo, hacernos ver que nada nuevo había bajo el sol o para contextualizar, en nuestra contemporaneidad, conflictos similares a los que experimentaron nuestros escritores finiseculares.

Me viene especialmente a la memoria su larga carrera como viajera como una de sus frecuentes fuentes de «actualización», lo cual nos enseñaba que había más mundo que La Palma y a la vez nos ayudaba a comprender cómo los habitantes palmeros éramos raritos en comparación con otros isleños. Asomaba aquí una vocación no reconocida como auténtica antropóloga, no porque se hubiese formado académicamente para ello (independientemente de sus lecturas sobre la materia), sino porque la movían una intuición y una capacidad analítica fuera de todo prejuicio. De este modo, Maribel Arrocha valoraba lo bueno de La Palma (un ambiente cultural consolidado durante varios siglos de historia, una naturaleza por redescubrir constantemente, una vida social que combinaba la tranquilidad con la novelería, un paisanaje de individuos singulares que daban perfil al conjunto…) y despertaba nuestro espíritu crítico ante esos otros rasgos menos apetecibles (la chismografía, «esos inviernos sin un alma en la calle y en los que, de noche, sólo se escuchan tus propios pasos»).

Maribel Arrocha Lugo fue una mujer divertida y culta, valiente y discreta, una docente vocacional, competente para traer a la década de 1990 viejos inconvenientes y convertirlos en problemas aún candentes o interesables pese a su antigüedad. En ello influyó sobremanera su modo de contar (de solera puramente isleña), su modernidad expositiva, que la hacían moverse de aquí para allá en medio de aquella aula minúscula en la que nos concentrábamos dieciséis alumnas y alumnos de letras puras de COU (fruto de su solvencia en las tablas), y un sentido del humor que mezclaba a partes iguales la ironía y la compasión. Lectora empedernida, supo, además, por tanto, comunicar lo leído. Yo todavía no sé qué autores formaban su grupo predilecto, pues lo mismo trataba a Antonio Machado, cuyos poemas nos leía en voz alta, que a Lorca o al gomero Pedro García Cabrera, haciéndonos descubrir —creo que, por primera vez— la relevancia del grupo interdisciplinar de las vanguardias en Canarias.

Si tuviera que sintetizar su influencia en mí sería algo así como la profesora que me hizo amar cualquier forma y contenido literario, más allá de su trascendencia estética y por encima de su posición en el canon. Rezumaba en ella el espíritu libre, con tono de rebeldía, que se abre paso a través de lo cultural no tanto como acopio sin ton ni son de conocimientos positivos, sino como una forma de analizar con espíritu crítico el mundo que nos rodea. Por eso a menudo concluía: «No vale cualquier opinión, porque una opinión es el resultado de muchos factores: la intención del emisor, la validez intrínseca del mensaje, el auditorio al que va dirigida…». Maribel Arrocha me enseñó a ver la realidad de la escritura y, por extensión, la «verdad» del mundo como algo transversal, que casi nunca camina en línea recta.

Vaya mi sentido pésame a sus hermanos Alejo y José Francisco y a sus sobrinos, pero también y, especialmente, a cuantas alumnas y alumnos fueron despertados por su palabra. 

Sus restos mortales serán velados en la Funeraria La Palma (avenida Marítima, 80, Santa Cruz de La Palma) el 23 de abril de 2025 (Día del Libro) a partir de las 12:00 horas.

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