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Brazos amigos para volver a empezar en un mundo de ceniza

Laura Bautista/Efe

4 de enero de 2022 12:58 h

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Consuelo se siente afortunada, su 'bodeguita' en Tacande es una de las propiedades cercanas al volcán de La Palma que han logrado escapar de la lava, pero no de la ceniza. Hay mucha más de la que ella podría limpiar por más que lo intente, por eso están aquí los voluntarios.

“Muchachos, yo me quedo aquí que el coche no sube más, muchas gracias”, les dice a los miembros de la brigada de limpieza de la Cruz Roja. Ella no puede continuar a pie, pero los voluntarios siguen montaña arriba camino de su 'bodeguita'.

“Una parte ya se derrumbó, pero a lo mejor se puede salvar algo”, les aclara Consuelo, que se queda allí, a esperarlos.

Lo que antes era un camino, ahora son dunas negras por las que ni el todoterreno de Cruz Roja puede transitar. Palas, azadas, zamuros y cepillos al hombro, ladera arriba, la brigada de limpieza no se asusta ante una montaña de ceniza que supera la rodilla.

La conforma un grupo de voluntarios de Madrid, Bilbao, Alicante, Murcia, Gran Canaria y Tenerife, desconocidos entre sí, pero que comparten una misión: salvar las casas de toneladas de granzón que amenazan las estructuras.

Sobre el tejado de la 'bodeguita' de Consuelo está Reiner, que respira agitado, aunque también aliviado al ver llegar el refuerzo de este grupo de voluntarios. Lleva desde las 10.30 de la mañana liberando ceniza de la cubierta... “¡y lo que queda!”, suspira.

Lo prioritario es el tejado y el aljibe, que corren peligro de hundirse. “Esta otra zona ya la perdimos, ya veremos qué hacemos más adelante”, se lamenta, mientras señala un amasijo de tejas que antes era un patio semicubierto provisto de barbacoa.

A esta propiedad ya se le hizo una limpieza, gracias a los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias, pero el volcán no le ha dado tregua durante estos tres meses.

Amenazante e inquietamente silencioso ahora, la nueva montaña que asoma en Cumbre Vieja ha dejado toda la zona convertida en un desierto en negro. “Lo tenía difícil para llegar aquí”, apunta Reiner hablando del volcán como si fuese una persona, “pero se las cobró con la ceniza”. El hombre bromea, mientras aprovecha para tomar algo de resuello entre palada y palada.

“Aquí celebrábamos las fiestas y asaderos. Pasábamos los fines de semana...” Una parada en su relato denota algo de pena: “todo esto era verde”. Recuerda momentos de hace solo tres meses con un hilo de melancolía, mientras con la mirada otea un horizonte donde solo hay negro.

La 'bodeguita' de Consuelo no es la única parada que ha tenido esta brigada de limpieza de Cruz Roja, que en Tacande acompañó a Michael y su pareja a su casa para medir gases. “Estamos bien, es una segunda vivienda”, explica este vecino, “seguro que hay alguien que les necesita más que nosotros”.

Habla con Cruz Roja mientras trata de entrar a su casa, con una terraza en la que se adivinan dos hamacas. También allí las montañas de ceniza superan los pomos de las puertas. La solidaridad de los vecinos no tiene fin.

Lorenzo repite las mismas palabras sin conocer a Michael. Casi parece sentirse culpable por recibir ayuda. Él tiene dos propiedades en la zona que va a revisar a ver “cómo andan”, bromea. En Los Acebuches y, tras subir una cuesta pronunciada, espera paciente a que el voluntario de Cruz Roja que le acompaña haga las mediciones de seguridad.

Ante cada pitido se sobresalta: “¡Ay, Dios! ¿Eso es que hay gases?”, le pregunta al resto del equipo, que le tranquiliza.

“El tejado está bastante limpio, el aljibe también”, celebra, por allí ya han pasado manos y palas para echarle una mano.

Isabel, en Las Manchas, ha ido a visitar la casa de un mayor al que cuida desde hace años, sola y sin ayuda. “La casa está, y eso es lo importante”, dice decidida, restándole importancia a la capa de ceniza de más de 30 centímetros de espesor que cubre todo el patio.

Siete personas, con pala, azada y carretilla se unen a ella para tratar de salvar los aljibes y liberar los accesos, en una casa que data de 1900. Ante la destrucción que ha dejado el volcán, pone música y contagia la energía positiva al equipo. A ritmo de salsa y rumba, el suelo cerámico empieza a asomar.

Agradecida de la ayuda, confiesa: “Sin ustedes, ni en un año limpio todo esto”. Tiene razón, librar de ceniza apenas un metro lleva más de media hora de trabajo sin descanso.

A solo unos metros de la colada más al sur, que cruzó sobre el cementerio de Las Manchas, una cinta verde y blanca separa las casas a salvar de las sentenciadas por el volcán. Aquí la ceniza se vuelve densa, gruesa y con brillos metálicos. Las casas están sepultadas y se adivinan entre dunas de ceniza en las que asoman tejados y pequeñas chimeneas.

El peligro es invisible en esta zona, por lo que la medición de gases se convierte en más que necesaria. Tras asegurar el perímetro empieza la limpieza, aliviar cubiertas, liberar ventanas, facilitar accesos... las escaleras han desaparecido, hace falta subir montañas de granzón para llegar a las viviendas, más de metro y medio de arena negra custodia las paredes y un brillo metálico avisa de que allí debajo había una piscina.

El panorama más desolador y el silencio absoluto de una zona fantasma se rompe con el ruido de las palas, que trabajan desinteresadamente en salvar estas viviendas enterradas por la furia de Cumbre Vieja.

“Feliz año, Consuelo, ya tiene libre la entrada y los tejados. Queda menos”, le dice uno de los miembros de la brigada de Cruz Roja a la propietaria de la 'bodeguita', que ha esperado varias horas sola y en su coche al regreso del equipo.

Con los ojos vidriosos y una sonrisa que permanece inalterable a pesar de las dificultades, Consuelo responde ente bromas. “Será mejor que 2021 seguro, y ya con eso nos conformamos ¿verdad?”.