María José Blanco: “El volcán ha sido imprevisible, evolucionó muy rápido”

María José Blanco Sánchez, directora del IGN en Canarias. (ALEJANDRO RAMOS)

EFE

Santa Cruz de La Palma —
25 de diciembre de 2021 15:10 h

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El volcán en Cumbre Vieja ha sido “imprevisible” para la comunidad científica, a la que ha sorprendido “la rapidez con la que ha evolucionado”, aunque dentro de esa imprevisibilidad “se han podido anticipar los cambios más reseñables de su comportamiento”.

Así lo atestigua la directora en Canarias del Instituto Geográfico Nacional (IGN), María José Blanco, quien ha ejercido de portavoz del comité científico del Plan de Emergencias Volcánica de Canarias (Pevolca), en alternancia con su colega Carmen López, a lo largo de los casi tres meses que duró el proceso eruptivo.

Blanco señala, en una entrevista con Efe, que la erupción comenzó antes de lo que calculaban los científicos a tenor de la evolución del enjambre sísmico detectado apenas una semana antes bajo La Palma, y recuerda que su finalización “fue también muy abrupta”.

A las 21.00 horas del lunes 13 de diciembre desapareció el tremor volcánico, la vibración producida por el desplazamiento del magma a la superficie, apenas un día después de una fase de gran explosividad.

Entre medias, el volcán alternó, como se recogía cada día en el informe que elaboraba el comité científico del Pevolca, fases de mayor o menor actividad. Incluso hubo un parón total durante más de diez horas.

Eso sucedió el 27 de septiembre, ocho días después de que comenzara la erupción, y supuso, según reconoce Blanco, uno de los momentos más delicados de toda la crisis volcánica.

Los científicos temieron explosiones mucho más violentas que las que tuvo entonces el volcán para destaponar el conducto entre el subsuelo y el cráter y volver a expulsar lava con gran efusividad.

Tantos y tan rápidos fueron los cambios de comportamiento del volcán, por fases estromboliano, hawaiano e incluso vulcaniano, que no dio pie a celebrar reuniones del comité de crisis más espaciadas en el tiempo.

Los análisis cada 24 horas eran “mínimos e imprescindibles” e, incluso, hubo días que se celebraron dos reuniones ante el rápido avance de las coladas, relata Blanco.

Varias veces a lo largo de la crisis volcánica se ha escuchado que la erupción ha sido “de manual”. Sin embargo, María José Blanco apunta que “no había mucho manual” para afrontar este tipo de emergencias más allá de las referencias históricas de las erupciones acontecidas en Canarias con anterioridad.

“Ninguna como esta”, salvo la del volcán submarino Tagoro, en El Hierro, ocurrida hace diez años, ha sido “tan monitorizada”, sostiene la directora del IGN en Canarias.

La de Cumbre Vieja ha permitido a las diferentes instituciones científicas involucradas en la crisis mejorar el conocimiento y las herramientas de seguimiento y análisis, y con ello, pulir “la asesoría” a las autoridades encargadas de la gestión de la emergencia de protección civil.

Otra expresión recurrente respecto al vulcanismo en Canarias es que las erupciones son tranquilas.

Al respecto, María José Blanco afirma que en el caso de La Palma “se producen en las mismas zonas y su comportamiento tiene un abanico amplio. Esta no se ha salido de ese abanico salvo por la duración y el volumen tan grande de coladas que ha emitido. No difiere mucho del volcán San Juan”, acontecido en 1949 también en el Valle de Aridane, en la dorsal de Cumbre Vieja.

La novedad más significativa, según Blanco, es que “este volcán pone sobre la mesa, a la sociedad canaria y a sus gestores, que las erupciones están ahí. Por obviarlas no van a dejar de ocurrir”, remacha.

Opina que una de las mayores enseñanzas de esta erupción es que “se debe legislar para que las fases de recuperación sean cada vez más sencillas”.

Incide en que ésta “va a ser la primera vez que se afronta la reconstrucción de una zona cubierta por coladas de lava.

Advierte de que la vuelta a casa de quienes fueron desalojados pero sus viviendas resistieron al paso de la lava no será un proceso corto.

“Hablamos de semanas” para que finalice la desgasificación de las coladas, “y de meses para el enfriamiento total” de las mismas, aunque en zonas donde los espesores rebasan los 50 metros, “ese periodo será más largo incluso”.

Han sido cien días al pie del volcán, en los que la clave, afirma Blanco, ha consistido en “mantener la cabeza muy fría y no echar toda la carne en el asador desde el principio”.

Reconoce que la mayor dificultad ha sido ponerle fecha de caducidad al volcán y añade que en la literatura científica figurará que su duración fue de 86 días.

Los diez días adicionales hasta darlo por oficialmente apagado fueron “por precaución” y porque recuerda que volcanes como el de San Juan se reactivaron tras varios días parados.

Admite que una de las cosas que más le han sorprendido es “el aprecio de la sociedad palmera al trabajo de la ciencia”. “Para mí nunca hubiera sido imaginable. La gente se nos acerca para darnos las gracias”, valora.

Con todo, sabe que, tarde o temprano, esa notoriedad y ese reconocimiento se rebajarán notablemente.

Blanco ironiza con que “volver al anonimato tiene unas partes buenísimas”, pero matiza: “Así como se olvidarán de los actores, que no se olviden del fenómeno, que tiene que estar presente en la cabeza -de la gente- y en los planes educativos en todos los niveles”.

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