La colada que desde hace días roba metro a metro al pueblo no tiene compasión siquiera con los muertos: si los peores presagios se cumplen, del cementerio más cercano, ubicado en La Manchas (entre Los Llanos de Aridane y El Paso), pronto no quedarán más que dos imágenes salvadas en el último momento
La colada que desde hace días roba metro a metro al pueblo de Todoque, en La Palma, casas, calles, comercios, la iglesia... no tiene compasión siquiera con los muertos: si los peores presagios se cumplen, del cementerio más cercano, ubicado en La Manchas (entre Los Llanos de Aridane y El Paso) pronto no quedarán más que dos imágenes salvadas en el último momento.
Abrazada a una imagen de Cristo, Virginia, una trabajadora del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, no puede despegar la vista del cruce donde una pareja de la Guardia Civil impide ya que nadie se acerque a Todoque. Hasta hace solo unas horas no era así: el volcán parecía que daba una tregua y estaban llevando a los vecinos a sus viviendas, a darles la oportunidad de salvar lo último.
Le rodean dos hombres que no levantan la mirada de la ceniza del suelo, con ojos llorosos, acaban de salir del pueblo a la carrera... otra vez. Y un constante estruendo de explosiones baja del volcán martilleando los ánimos de todos, como una tormenta sin fin.
“Trabajo en un bar”, explica Fran, uno de ellos. “Llego por la mañana: el volcán está en la tele. Vienen los clientes: preguntan qué pasó con tal o cual casa. Me llaman por teléfono: el volcán. Me voy dormir, pero no para: boom, boom, boom. Es un sinvivir”.
Fran, Virginia y otros compañeros estaban hasta hace poco en el cementerio de Las Manchas, salvando cuanto se podía salvar, ante la certeza de que se le viene encima la colada. Lo que nadie de ellos esperaba es que por encima de la lengua de lava principal que avanza a cámara lenta desde hace días sobre el pueblo venía otro río de roca fundida recién formado, que está rematando la destrucción.
Esta tarde ha caído la iglesia del pueblo, el consultorio médico, , la sede de la asociación de vecinos, más casas... Y ellos estaban en el cementerio, con un camión que patinaba sobre una gruesa capa de 30 o cuarenta centímetros de ceniza. “Llegaba hasta aquí”, explica Fran, señalando con una mano su pierna, casi por la rodilla.
Salvaron lo que pudieron. El Ayuntamiento ya se había llevado la maquinaria de mantenimiento del camposanto, ellos cogieron una imagen de la Virgen de los Milagros y un pequeño Cristo. Virginia no lo suelta, mientras habla con Manuel Perera.
Es el vicealcalde, todos le interpelan a él. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Además de las casas, también desaparecerá la carretera, la red de regadíos? Cuando se enfríe la colada, ¿se puede retirar? En realidad saben que poco se podrá hacer: es un muro de roca y escorias de ocho metros de alto, que tardará tiempo en enfriarse... cuando todo acabe.
“Aquí todos nos conocemos desde pequeñitos. Si no te ha tocado a ti, le ha tocado a alguien cercano”, relata Virginia.
El concejal Perera y ella acompañan desde hace días a los vecinos a despedirse de sus casas y recuperar un último recuerdo cada vez que el comité científico dictamina que es seguro, siempre con la amenaza de la colada encima. Eso era la vieja, la que apenas avanzaba ya.
“Pero esta tarde nos ha evacuado la Guardia Civil. La lava bajaba muy rápido, ha entrado en la plaza de Todoque, se ha llevado la iglesia por delante, todo...”, explica.
Ha desaparecido, de repente, la referencia del pueblo. “La iglesia, el punto de encuentro, muchísimos años de patrimonio... Y, sobre todo, las viviendas que hay alrededor. Es el lugar donde más casas hay. Todas acaban de quedar sepultadas”, se lamenta Perera.
El concejal no sabe qué responder a los quebraderos de cabeza de sus vecinos: “Todo es imprevisible, no sabemos cómo se va a comportar, dónde va a llegar... No podemos hacer sino esperar”.
“Hoy, la lava nueva pasó por encima de la vieja, la que llevaba dos días parada frente a la iglesia. La nueva ha provocado un derrumbe y se lo ha llevado todo. Ha sido muy rápido”, relata.
El concejal no puede acabar una frase sin que un estruendo lo interrumpa. Viene de unos kilómetros montaña arriba, del cono principal. Más cerca, en el horizonte que se recorta sobre las casas tras la pareja de la Guardia Civil que cuida de que nadie entre a Todoque, una columna de humo sobre el pueblo deja claro lo que pasa.
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