Cinco días antes del inicio de la erupción del volcán de La Palma, Stavros Meletlidis ya estaba en la Isla. El vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN) se había trasladado desde su residencia en Tenerife poco después de que comenzara el enjambre sísmico, para asegurar que las estaciones estaban bien y fortalecer la vigilancia volcánica. Y el 19 de septiembre, finalizando una entrevista con Televisión Canaria, escuchó “el ruido” de apertura del volcán. Durante los primeros 30 segundos, “los ves y te quedas con la boca abierta”, pero al minuto se puso en marcha junto a sus compañeros para replantear la organización y trabajar durante jornadas eternas en la monitorización del fenómeno y la divulgación de información constante.
Meletlidis (1967, Salónica) comenzó en la década de 1990 en el observatorio vulcanológico de la isla griega de Santorini. Allí conoció a su actual esposa, natural de El Hierro, y decidió mudarse a Canarias. En 2004, después de la crisis sísmica de El Teide, el Gobierno de España concedió al IGN las competencias en vigilancia volcánica y alerta temprana. “Se empezaba a constituir la unidad de vulcanología, participé en unas oposiciones y saqué la plaza en el IGN”, cuenta de corrillo.
Antes de la erupción en La Palma, Meletlidis ya contaba con la experiencia del volcán submarino Tagoro en El Hierro, que se destapó en octubre de 2011. También ha viajado para conocer otros volcanes, como el Popocatepelt y el Paricutín en México o el Etna y Stromboli en Italia. “Eran estancias cortas con carácter científico, intercambio de conocimiento y de trabajo”, recuerda. Pero nada como lo vivido en la Isla Bonita durante el proceso eruptivo: “Como científico es una experiencia que puedes tener en el lugar de residencia una vez en la vida (…) Te marca mucho. Te pone retos. Te amplía el conocimiento. Te cambia el chip de cómo hay que trabajar y aprendes que todo lo que estás haciendo como científico debe ser aplicado para ayudar”.
Desde el inicio de la erupción y hasta abril de este año, el IGN “no salió de la Isla”. Pero desde Semana Santa se empezaron a espaciar las visitas al descender la actividad volcánica. Un año después, el IGN continúa realizando visitas periódicas a La Palma cada 15 días para labores de mantenimiento, reparación o sustitución, además de la instalación de sensores en Puerto Naos para medir los gases. Meletlidis concede esta entrevista antes de regresar este 17 de septiembre.
Desde el minuto 1 de la erupción estabas en La Palma, ¿cómo fueron los días previos?
Nosotros llegamos a La Palma el 14 de septiembre de 2021 porque la actividad sísmica empezó el sábado (11 de septiembre); comenzaba a subir la energía y el Pevolca pasaba a reuniones diarias. Fuimos para analizar las estaciones y asegurar que estaban bien, que no había ningún problema, que los datos eran fiables. Y luego para fortalecer también la red de vigilancia instalando alguna que otra estación nueva. También hicimos alguna que otra campaña en el campo. Todos esos datos llegaban a través de las redes móviles 3G o por satélite, tanto al IGN en Tenerife como en Madrid. Éramos tres en La Palma en ese momento. Entonces, en realidad no hacía falta más personas, ni siquiera más de dos, porque eran tareas de mantenimiento. Al fin y al cabo, todos los datos llegaban a las oficinas y allí se analizaban.
Cuando comenzó la erupción, el nivel de alerta estaba en naranja. ¿Por qué no se subió al máximo?
Veíamos que la actividad estaba escalando y fortalecimos la presencia en la Isla. Empezamos a vigilar más de cerca, si cabe, el fenómeno. Yo estuve en la reunión con los vecinos de Las Manchas aquella tarde de sábado antes de la erupción. Las decisiones de Pevolca o de los gestores en ese momento fueron acorde a los datos que tenían. Mirando ahora, desde fuera y un año después, pues a lo mejor dices: 'oye, podríamos haberlo hecho así o asá'. Pero hay que tener en cuenta que, en ese momento, los datos que tenías eran esos. Y en la historia de la vulcanología tenemos más casos de actividad que terminan en nada, que casos de actividad que terminan en erupción. Aunque el semáforo de Pevolca es un indicador de la actividad, no es fácil valorar una actividad en este tipo de volcanes. No hablamos de un estratovolcán, que sabes al 99,9% que la erupción va a ser a través del propio volcán. En La Palma podría haber salido desde Fuencaliente hasta El Paso y desde Mazo a Tazacorte, o en el mar. En esos días previos a la erupción, casi hasta el domingo (19 de septiembre de 2021), se abarcaba una superficie más extensa.
¿Qué hacía cuando comenzó la erupción?
Ese día, como estaban todos expectantes, nos llamó la Televisión Canaria (TVC) para una entrevista. Y como nosotros nos movíamos en la parte oeste, entre Jedey y Las Manchas, habíamos quedado en el centro de interpretación Caños de Fuego. Dentro de Pevolca, como tenemos las competencias de vigilancia volcánica, se fija que el IGN debe establecer un centro como un nodo de atención y vigilancia de la erupción. Los datos deben salir de la isla hacia Tenerife o Madrid y hay que estar en un centro operativo. Esos días, empezamos a buscar sitios que podrían ser útiles para un centro operativo. Como nos tocaba mirar ese día Caños de Fuego, quedamos allí, se hizo una entrevista con TVC. Y terminando, a los pocos minutos, en el patio, se escuchó el ruido de apertura del volcán, del inicio de la erupción.
¿Le sorprendió?
Sorprender siempre sorprende. En los casos que tenemos no podemos hablar de estadística pura, podríamos decir que quizá una de cada 30 actividades así puede generar una erupción. Una cosa es intensificar una red de vigilancia y otra cosa, que comience una erupción. Todo eso que vivimos en La Palma en siete días, en El Hierro (con el volcán submarino Tagoro) duró tres meses. No se sabía exactamente el momento en el que iba a estallar eso. Hay una primera sorpresa, pero a partir de ese momento se comunicó la erupción, nos acercamos al punto de la erupción, empezamos a trabajar a otro ritmo. Ya pasamos a una segunda fase que era la vigilancia durante la erupción. Y lo primero que hicimos fue comunicarnos para poder organizarnos nosotros como unidad de vulcanología, replantear tareas. Porque viendo donde empezó la erupción, después de los primeros 30 segundos que lo ves y te quedas con la boca abierta, luego tienes que replantear toda la vigilancia.
¿Cómo era el día a día del IGN en La Palma?
Las jornadas de trabajo a partir de la erupción fueron largas, bastante largas. Duras. Jornadas en las que siempre se empezaba a las 08.00 con una reunión interna del IGN para valorar los datos del día anterior, del día presente y repartir las tareas. Las jefas, María José Blanco y Carmen López, organizaban las actividades que teníamos que hacer; gracias a ellas lo hemos dado todo. Luego generábamos informes que iban al comité científico del Pevolca. María José y Carmen exponían el informe con las demás instituciones. Y manteníamos las estaciones. No había horas establecidas, pero como somos bastante gente y teníamos apoyo de la red nacional, venían compañeros y compañeras nuevas y eso permitía los descansos. Gracias a la gestión del Gobierno de Canarias no teníamos que preocuparnos por la comida, el almuerzo o la cena llegaba al centro operativo con una camioneta.
¿Cuáles fueron las dificultades que se encontraron para realizar la vigilancia volcánica?
Hemos tenido tres enemigos durante la erupción: el primero era que empezaron a existir cortes de comunicación porque poco a poco las lavas afectaban a las antenas de la telefonía móvil. Entonces teníamos que buscar maneras alternativas de transmitir los datos. El otro problema eran los cortes de las carreteras; tuvimos problemas porque para acceder a una estación que estaba a 20 minutos, tardábamos una hora y media. Y, por último, un mantenimiento de limpieza diaria y continua, porque toda la ceniza que salía del volcán nos tapaba los paneles solares o nos generaba problemas en la comunicación y había que limpiarlo. En esa labor de limpieza tuvimos como aliado a la UME, que se encargaba de la limpieza de estaciones que estaban fuera de la zona cero, porque nosotros no podíamos hacernos cargo de las más lejanas.
¿En qué consistía el trabajo de campo?
Además de las tareas para mantener la vigilancia, porque si no tienes estaciones estás ciego en una erupción, seguimos instalando otro tipo de sensores que nos ayudaban a obtener información, como cámaras visuales o térmicas. También tomábamos muestras del material. Observar era una parte muy importante. Como las coladas afectaban a infraestructuras, se debía tener una información actual para poder actuar. El trabajo de campo lo hacíamos todos, para mantenimiento de las estaciones. Además de la unidad de La Palma, había gente trabajando en Tenerife y Madrid, porque la capacidad de procesado de datos en un centro operativo provisional no es muy alta. Entonces todos esos datos se generaban en las oficinas de Tenerife y Madrid. Yo iba a trabajo de campo ocho horas y al mismo tiempo había otra compañera que estaba detrás de un monitor 14 horas. Aunque muchas veces la imagen es de la gente que está a pie de la erupción, sin tener detrás un equipo que trabaja los datos, que los depura y los pasa, no se puede hacer nada.
¿La Palma contaba con estaciones suficientes para la vigilancia volcánica?
Sí. La red sísmica y de deformación eran suficientemente densas. Si ves que hay una pequeña probabilidad de que haya una erupción, solamente por poder tener datos más amplios, te ves obligado a instalar más estaciones. Pero con las estaciones que teníamos en ese momento se trató la evolución de la actividad los primeros días. Y en este tipo de volcanismo, si no sabes dónde va a salir el volcán, es un gasto innecesario hacer un despliegue a lo loco. Ya cuando empezó la erupción, instalamos más estaciones para tener más datos.
También atendía constantemente a la población o a los medios de comunicación, reconociendo incluso que a veces le dedicaba más tiempo a esta parte que a la propia vigilancia volcánica.
Nosotros somos servidores públicos, trabajamos para la administración general del Estado. Nuestro trabajo es la vigilancia volcánica. Pero entendemos también que cuando ese fenómeno volcánico ocurre cerca de una población, además de seguir monitorizando, también es muy importante informar. Son fenómenos que no ocurren con mucha frecuencia en Canarias y la gente tiene que saber lo que está ocurriendo. Tienen que saber que hay gente que está trabajando en eso y que no están solos. Lo peor que puede pasar es que haya que afrontar un problema solo.
Una parte importante también era cortar todas esas historias que hacían reír. Lo bueno que tiene internet es que puedes ponerte en contacto con mucha gente para ampliar conocimiento, pero también se pueden montar películas e historias. Por ejemplo, había una publicación de los años noventa que decía que en las islas volcánicas ocurren deslizamientos, que es normal. Pero no ocurren en el marco temporal de nuestra vida, sino cada 300.000 o 400.000 años. Entonces se decía que la isla se iba a partir, que se iba a generar un tsunami. Un científico lo puede publicar. Eso en un foro científico, no pasa nada. Pero si lo coges sin tener capacidad de entenderlo y lo transmites tal cual, se genera una incertidumbre y un problema. Eso fue de lo más importante. Hasta el servicio geológico de EE.UU, que es la entidad más importante para riesgos geológicos en todo el mundo, salió a desmentir.
También teníamos que afrontar el día a día. Nosotros, como servicio público, tenemos algunas estaciones en abierto para la gente que quisiera saber un poco más. Pero luego hay foros en internet, sobre todo, donde sin conocimiento alguno, había gente que cogía una imagen y empezaba a crear una película. Eran capaces de juntar palabras en una frase creíble. Día a día teníamos gente que venía al centro de Tajuya asustada. Un día ví la gente saliendo con los coches, “pero ¿dónde van?”; “nos han dicho por internet que va a llegar la fractura hasta Tajuya, entonces tenemos que salir”. Teniendo 15 estaciones sísmicas en La Palma, no puedes opinar teniendo una. Y viendo solo una imagen, no los datos. Toda esa gente (que propagaba bulos) habla porque no tiene otra cosa que hacer y no tiene sentido de la responsabilidad. Si tienes que rendir cuentas de por qué lo has hecho ante las autoridades, la cosa cambiaría mucho. Se basan en la libertad de expresión, pero tú no puedes opinar sobre un fenómeno que afecta a vidas humanas sin tener datos. Y los datos no son una imagen.
Durante el fenómeno era frecuente verle en periódicos o televisiones, siendo una de las caras más visibles del IGN. ¿Cómo vivió esa exposición mediática?
En ese momento me tocó dar entrevistas, le podría haber tocado a otro compañera o compañero. No es que no le diera importancia, pero el que está ahí es simplemente el altavoz de un trabajo conjunto. Si yo estaba con trabajo de campo, había otras personas delante de una pantalla de ordenador, teniendo un bebé de tres meses al lado y la familia un poco abandonada. Es un trabajo grupal. La vulcanología es una ciencia multidisciplinar, donde necesitas tener conocimiento de varias áreas. Tenemos matemáticos, ingenieros, físicos, geólogos, geoquímicos, topógrafos, geógrafos… todos tienen que aportar. Le puede tocar a una persona dar la cara, pero lo más importante en este caso es dar la cara, agradecer el trabajo de todo el grupo y no olvidar nunca que en ese momento representas a todos.
¿Y como científico?
Como científico es una experiencia que puedes tener en el lugar de residencia, si no vives en Hawái o Islandia, una vez en la vida. O nunca. Hay gente que no ha visto una erupción en su vida y hablo de gente que ha tenido una trayectoria importante de geología en Canarias. Es muy importante. Te marca mucho. Te pone retos. Te amplía el conocimiento. Te cambia el chip de cómo hay que trabajar sobre el campo y con los datos. Y te da una doble oportunidad: te contactan compañeros y se generan intercambios de conocimientos o colaboraciones. Al final, aprendes que todo lo que estás haciendo como científico debe ser aplicado. Si el conocimiento no repercute en la sociedad, que sufre incertidumbre, dolor y destrucción, quedará en una publicación; pero lo más importante es poder ayudar. Tanto en esta erupción como en las futuras. Esta erupción es y sigue siendo un laboratorio en vulcanología porque lo hemos registrado desde el principio, pasando todas las fases. Y seguimos recabando datos, que serán la base de datos o la columna vertebral para aplicar metodología, modelos y tener todo ese conocimiento para futuras erupciones. Ya no solamente en Canarias. Porque este tipo de erupciones suceden en otros sitios, como en México, donde hay campos de actividad volcánica basáltica extensos, con cientos de volcancitos pequeños. Eso es un tesoro.
¿Cómo percibió el comportamiento de la población de La Palma?
Desde que llegamos la isla y hasta el momento de la erupción, se acercaba mucha gente a preguntar. Todo lo que quería saber la gente se reducía a tres preguntas: ¿dónde? ¿cuándo? ¿cómo? Nosotros, como vigilancia volcánica, estamos para poder responder. A partir de la erupción, la gente nos veía que trabajábamos 24 horas al día. Había gente afectada, que había perdido su casa, su finca, su trabajo, pero según mi apreciación, la gente ha mantenido la compostura y se ha portado mejor de lo que se podía esperar. Y nosotros percibimos gestos de amor hacia nosotros. Venían al centro, nos traían comida, cartas u obsequios. Por agradecimiento, no por otra cosa. Ibas a comer y te invitaban, luego te enterabas de que quien te había invitado, había perdido su casa el día anterior. Se han portado muy bien, se han portado fenomenal.
¿Por qué no se puede predecir el final de una erupción?
No se puede predecir el final de una erupción por el simple hecho de que el proceso, lo que vemos nosotros sobre la superficie, que es un volcán y que puede tener un tamaño de 200 x 300 metros, en profundidad es magmático y puede acaparar un área de kilómetros. Lo que vemos nosotros arriba es solo una pequeña manifestación de lo que ocurre bajo la superficie. No se han dado casos de predicciones exactas sobre la finalización de una erupción, pero quizá sí podría acercarse, sobre todo cuando se trata de volcanes grandes, porque ahí sí es una cámara magmática que, por anteriores erupciones, sabes que cuando vacía un tanto por cierto de esa cámara, el volcán empieza a perder fuerza. En esos volcanes grandes puedes arriesgarte a dar una estimación. Pero en el caso de La Palma no se puede hacer una estimación porque no se puede saber qué volumen de material tiene y a qué profundidad. Muchos se arriesgaron a decir: “Bueno, como la estadística de La Palma dice esto, el volcán va a durar entre tanto y tanto”. Pero esa estadística es de siete erupciones volcánicas durante los últimos 500 años. La Isla existe desde hace 2 millones de años. ¿Tenemos estadística fiel de ese periodo? No. Es como si me pongo en el balcón de mi casa media hora y pasan dos coches que son blancos. ¿Significa que en la otra media hora va a pasar un coche blanco? Puede pasar, pero puede que no. Si la muestra para sacar la estadística es tan corta… imagina que ese volcán hubiera durado 100 días. Entonces con esa idea, la próxima erupción de La Palma, alguien saldría y diría: el volcán puede durar entre veintitantos días hasta cien, porque es el último. No tiene sentido eso.
¿Cómo vivió los días previos a la declaración del final de la erupción?
El día que se declaró el final yo estaba en el Pevolca. Pero el día que vimos el último pulso de actividad, estaba preparando la maleta para volver a La Palma, porque estaba en Tenerife. Era el 13 de diciembre y yo volaba al día siguiente. Vimos el silencio. Con los datos de la estación sísmica, sobre todo del tremor, ya empezamos poco a poco a creerlo. Está claro, como ha pasado en El Hierro, que puede sorprender. Y por eso era difícil poner una fecha. Marcamos ese momento y a partir de ahí aumentó la intensidad de trabajo. Ves que está parado, pero puede pasar como en la primera semana de la erupción, que paró y después tuvimos otro problema. Ahí es cuando intensificas la labor. Fui a La Palma el 14 de diciembre y todos los indicadores seguían al mínimo. Se hizo la comisión científica del Pevolca y, casi el día de Navidad, el consejero declaró el final de la erupción. Era un tiempo arbitrario, pero había que esperar un rato para asegurar que no iba a pasar nada. Viendo como se estaba comportando el volcán, se estableció un periodo de tiempo para asegurar la defunción del volcán.
¿Cuál es el trabajo del IGN en La Palma un año después?
Desde que se declaró el final de la erupción, poco a poco pasamos a bajar el nivel de alerta interna. Poco a poco, empezamos a espaciar más los viajes. Antes, desde que llegamos el 14 de septiembre de 2021 hasta finales de febrero o marzo, el IGN no salió de la isla, siempre había gente. Alquilamos un apartamento esos meses y estábamos ahí. A partir de Semana Santa empezamos a espaciar las visitas porque la actividad dejó de ser lo que era y, por otro lado, porque la red está bastante robusta. Las visitas que hacemos son mayoritariamente para mantenimiento de estaciones, reparaciones o algún cambio. No es algo que requiera una presencia continua.
Una de las mayores preocupaciones son los gases en Puerto Naos o La Bombilla, ¿se puede saber cuándo podrán regresar sus habitantes?
Tanto nosotros como el Involcan, desde que se detectó el problema de la acumulación de gases de carbono, pasamos los datos al Cabildo de La Palma, que ahora mismo es el gestor de la emergencia. Hay un problema de acumulación de dióxido de carbono en la zona. Se han hecho varios trabajos de análisis sobre la procedencia de ese gas. Viene de abajo, de un cuerpo magmático. Y dificulta o hace imposible la estancia. Bueno, también hay mucha polémica, hay gente que quiere volver, pero yo creo que nosotros, como vigilancia volcánica, no somos los responsables de decidir si se vuelve o no se vuelve. Nosotros estamos para medir y facilitar esos datos al gestor y el gestor, con la administración responsable, tiene que decidir las actuaciones. Por otro lado, nosotros siempre hemos dicho que hay una irregularidad de esa emisión, porque es difusa, que viene desde el suelo, es decir, puede que hoy no haya nada y que mañana esté todo inundado de dióxido de carbono. Nosotros lo que hacemos es instalar los sensores, medir y pasar esos datos para que lo evalúe el gestor, que es el Cabildo de La Palma.
¿Qué enseñanzas deja el volcán de La Palma a la ciencia?
Cada volcán es un sistema distinto de comportamiento. Y dentro de la historia de un volcán hay pequeños cambios, no siempre es un cambio grande, no van a cambiar los rasgos así de la noche a la mañana. Pero está claro que cuando tienes una erupción… por ejemplo, la anterior erupción fue en 1971, apenas tenemos material y datos de esa erupción, datos casi nada porque no había ninguna vigilancia y no teníamos estaciones en ese momento. Pero a partir de este volcán, tú por ejemplo puedes comprobar poner los datos que has registrado en diferentes redes o sensores y comprobar la veracidad de esos datos en función de lo que mandaban los modelos. De los productos que arroja un volcán hay miles de trabajos, sobre las lavas del Teide o Timanfaya, pero no has estado presente para ver los procesos. Entonces, por un lado estar presente en esa erupción y tener eso registrado te da una radiografía que antes tenías que leerlos, ir fuera a verlos o ni siquiera eso. Ahora tenemos datos para poder generar una base de datos que pueden permitir en la siguiente erupción mejorar la respuesta. Por ejemplo, si vigilas un volcán y tienes lo datos antes de la erupción, ya tenemos los de El Hierro y La Palma, primero se pueden comprar los datos entre sí y en una futura erupción en el Archipiélago, ya tienes una base de datos de la que partir y ver, y digamos comprobar y verificar y seguir desarrollando los modelos y seguir ampliando los conocimientos. Es un tesoro de información.