En la pequeña tienda de Carmen y Pedro, en el barrio de La Laguna (Los Llanos de Aridane, La Palma), apenas transcurren clientes este lunes. En la esquina, la Guardia Civil ha restringido el paso ante el avance de la lengua de lava y solo permite a los agricultores avanzar unos metros en coche para regar sus plataneras. Muchos temen que la colada, ese muro de rocas incandescentes a mil grados, se acerque más de la cuenta al vecindario. Tanto, que arrase con todo lo que encuentre, como hizo en Todoque. “Enfrente hay un barranco, y se va a llevar todas las casas que hay por ahí”, lamenta Pedro, quien ya se ha hecho a la idea de trasladar su pequeño local a Tenerife, donde tiene una casa y un almacén. “Pedro, no sabes qué va a pasar, no estés diciendo nada”, le responde enrabietada Carmen. Esta pareja lleva más de 10 años con un comercio en la calle de Cruz Chica, uno de los puntos más cercanos a la lava que no ha sido evacuado y que teme quedar vacío de la forma más abrupta posible. Pero no hay certezas. Al principio parecía que el volcán no expulsaría material por esa zona, más al norte de donde lo hizo en un primer momento. Y ya nadie se atreve a predecir nada. Lo único que les queda es hacer cábalas entre cuatro paredes: “Mucho tiene que cambiar para que la lava pase por aquí”, dice un hombre con chaleco reflectante parado junto con los agentes de seguridad. “Yo sacaría todo lo que tuviera”, agrega otro.
La colada norte del volcán de Cumbre Vieja, surgida después de que el cono volcánico se derrumbara parcialmente este sábado, ha afectado al polígono industrial del Callejón de la Gata, en el municipio de Los Llanos de Aridane, arrasando con una fábrica de cemento y provocando una nube de gas tóxica que ha obligado a la Dirección Técnica del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (PEVOLCA) a ordenar el confinamiento de varias poblaciones. El magma sigue saliendo de forma fluida y, aunque se mantiene en el área de exclusión, ha afectado ya a 591 hectáreas. Solo en el último día ha aumentado su destrucción en un 10%.
En la tienda de Carmen y Pedro, aunque no hay clientes, sí hay ajetreo. Ella está sentada, con una pila de papeles en la mesa, organizando el inventario con el que se va a quedar (en caso de que tengan que evacuar y salir con lo puesto) y el que va a vender in extremis a sus distribuidores. Él le recita lo que tiene delante. “Un KH7, cuatro champús Pantene, cinco paquetes de galletas Oreo…”. Y mientras tanto, sigue con sus predicciones. “Yo creo que aquí [la lava] no llega”, se dice Pedro a sí mismo, “el problema está si se desborda, si coge anchura”. “Si tiene que venir que lo haga de una vez”, apunta una de las vecinas que entró al local hace unos minutos, formando un corrillo alrededor del estante. “A mí que me dé unos días más para recoger las máquinas”, concluye Pedro.
En el local solo se les escucha a ellos dos (y de vez en cuando a Carmen, cuando olvida el papeleo) y a las furgonetas y pick-ups llenas de muebles y electrodomésticos que no paran de sucederse por delante del establecimiento. Algunos vehículos, muy pocos, se detienen y guardan alimentos de la tienda en caja. Dice Pedro que con una camioneta grande irían bien para marcharse a Tenerife. Él cree que este mismo miércoles podrán irse. A Carmen no le vuelve a gustar el comentario. “Ahora viene un transportista y me llevo todo esto. Tenemos una casa y un local en Tenerife. Es verdad que llevamos más de diez años aquí, pero esto es muy complicado”, insiste él.
Nada puede describir lo que significa dejar atrás lo que han cimentado durante las últimas décadas de sus vidas. Eso Carmen lo sabe muy bien. Nació en Venezuela y emigró hace 20 años a La Palma, donde montó su propia tienda junto con Pedro. “Nos iba bien. Vivíamos de esto”, recuerda. Ella habla ya en pasado, como si ese tiempo se hubiera esfumado, como si la lava ya hubiera sepultado lo que ha construido. Y casi resignándose, vuelve a sus documentos, pegándole algún chillido a Pedro, el encargado de dictar qué hay en el bazar y qué no. “Mermelada de fresa, tres, aceite de oliva, cuatro…”. A pesar de todo, fuera, en la calle, donde la arena volcánica ha ocultado las marcas viales de las carreteras, unos agentes de la Guardia Civil sonríen. Una mujer se ha puesto a barrer la ceniza de su balcón de manera despreocupada y los escombros han caído encima de una reportera de un importante programa de televisión. La risa se abre paso. Al menos unos segundos.
“Si llega aquí, hay que emigrar de esta isla”
A pocos metros del comercio de Carmen y Pedro se encuentra el Bar central, donde cerca de una decena de personas se reúnen a la hora del almuerzo. En ese momento se anuncia por la televisión canaria que la lengua de lava está enterrando el polígono industrial de Los Llanos de Aridane y se desconoce si discurrirá hasta alcanzar el núcleo residencial de La Laguna, una opción improbable al comienzo de la erupción pero que ha cobrado fuerza en los últimos días. “Si llega aquí, socio”, exclama Pablo, que vuelve a tragar un par de almendras, “hay que emigrar de esta isla, porque entonces llega al pueblo de Tazacorte”.
Pablo sale del bar y apunta al polígono industrial. “¿Ves esas naves azules de ahí?”, pregunta, sabiendo que sabe la respuesta, “si esas las ves caer, vete de La Laguna”. Por el momento, nadie sabe si eso llegará a pasar.