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Familias de Senegal siguen llorando por sus desaparecidos en el mar en la ruta hacia Canarias

Alicia Justo

Thiès, Senegal —
8 de marzo de 2022 22:32 h

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Baye Lamine partió de su casa en 2018 para llegar a Europa y poder construir una vida mejor que la que tenía en Senegal. Su mejor amigo, Elhadji Macodou, se marchó poco después para emprender juntos el mismo camino hacia Canarias. De ninguno de los dos hay noticias, sus teléfonos no dan respuesta y sus familias viven en el limbo que separa la vida de la muerte. Como ellos, casi 4.000 personas desaparecieron o murieron en 2021 en la ruta migratoria canaria, según cálculos de la ONG Caminando Fronteras en un informe sobre el trayecto más mortal para llegar a Europa. Pero los que se quedan a la espera de alguna señal son la otra pata de esta trágica realidad. Por cada desaparecido hay una familia que vive en la incertidumbre. 

La casa de Baye está en Kaossara, en Thiés, la tercera ciudad por número de habitantes de Senegal y donde solo en este barrio de laberínticos caminos de tierra hay otros 15 jóvenes desaparecidos en su intento de llegar a Canarias. En la habitación que Baye dejó hace ya casi cuatro años, su madre, Nogaye, permanece sentada en la misma cama en la que tantas noches descansó el mayor de sus hijos. De las paredes cuelgan fotografías de su padrastro en Barcelona, quien era su referencia e inspiración para salir del país. Nogaye, que tiene ahora cuatro hijos después de la muerte de una de sus hijas por enfermedad y de la desaparición de Baye, recoge de la cómoda los libros de informática y los cuadernos de cuadros llenos de fórmulas matemáticas de su hijo, un chico de 25 años que había estudiado dos años Informática en la Universidad de Thiès y que como tantos jóvenes del país se había marchado para buscar trabajo y ayudar a la familia: “Mi hijo me prometió que si trabajaba y ganaba dinero, me compraría una casa para que yo fuera feliz. Y como era el mayor de los hermanos, creía que era el único que podía ayudar”, confiesa. 

En ese cuarto, acompañan a Nogaye las mismas personas que la apoyan cada día para salir adelante. Son su hermana mayor, su vecina y uno de sus hijos, Assane, quienes recuerdan a Baye como un chico generoso que, mientras estudiaba, también trabajaba de albañil e impartía clases particulares de francés a sus vecinos. En 2018, el joven se marchó a Rabat, donde vivía un tío suyo con el objetivo de viajar después a España. Aquí trabajó un poco más de un año como vendedor ambulante de cables y cargadores para el móvil. Tres días antes de coger la patera, ya a principios de 2020 y desde El Aaiún, llamó a su madre para comunicarle su intención de partir a Europa. “Yo le dije que pasara lo que pasara no fuera por el mar porque no es seguro. Aun así me comentó que rezara por él porque había tomado la decisión de marcharse para poder ayudarme”, recuerda Nogaye.

El día de la partida,  Baye volvió a comunicarse con su madre para pedirle el último rezo. Nogaye hizo poco después lakh, una papilla de cereal, que ofreció a los niños talibés (los menores que piden limosna) del barrio, en una suerte de pedir protección durante el trayecto para su hijo. Durante los días posteriores, tanto su madre como su hermano intentaron comunicarse con él a través de Whatsapp, medio por el que hablaban todos los días. “Como no me contestaba, pensé que el móvil se había descargado. Pero desde entonces ya no sé nada de él”, cuenta ella entre lágrimas. 

Tras una semana sin noticias, Assane se movilizó para tener información del paradero de la embarcación que partió desde el Sáhara Occidental a Canarias con su hermano a bordo. Por medio de su padrastro pudo contactar con Caminando Fronteras y con otros organismos que, recuerda, desconocían el rastro de la patera. Dos semanas después, averiguaron gracias a otros compañeros de Baye en Marruecos que varios chicos de la embarcación llamaron para dar la alerta de su desaparición y que estaban a la espera de un rescate.

“Cuando me enteré de la noticia estuve unos meses sin hablar; es como si hubiera perdido la razón. Además si hubiera visto el cuerpo, podríamos hacer una ceremonia religiosa, enterrarlo e ir a rezar a su tumba, cerca de él”, se lamenta Nogaye. Ahora a lo que se aferra es a la foto que tiene de su hijo en su teléfono móvil: “Si pienso en él, cojo la foto y recuerdo los buenos momentos. Veo lo que ha dejado aquí, como sus cuadernos, y cuando miro todo esto es como si lo mirara a él”. 

“Mientras los jóvenes de aquí no tengan los medios para quedarse, se desplazarán”

En ese cayuco viajaba con su mejor amigo. Elhadji también tenía 25 años, pero, a diferencia de Mbaye, no le comunicó a su familia sus intenciones de partir por el océano a Canarias. Solo le dijo a su padre que estaba preparando su pasaporte para marcharse a Marruecos y reencontrarse con Baye, que ya había partido. Era un joven apasionado del fútbol, que incluso llegó a recibir trofeos con su equipo en Rabat. “Hace un mes, un vecino vino a mi casa y me contó que ellos dos se habían marchado juntos a España y que la patera se perdió. No me lo puedo creer”. Hace casi dos años que no tenían noticias de él, pero no sabía que se había embarcado con rumbo a España. “Su madre y su tía no se creen que haya muerto porque no han visto el cuerpo”, señala el padre. 

La ausencia de certezas provoca que el proceso de duelo sea aún más traumático. Las familias expresan su dolor envueltas en dudas y preguntas. Boza Fii es una asociación senegalesa que se ha especializado en prestar ayuda a familias de desaparecidos y que recibe cada semana la notificación de, mínimo, cuatro casos de personas que no llegaron a su destino, señala su presidente, Saliou Diouf. La intervención en este ámbito es la más difícil porque muchas familias y amigos de desaparecidos se sienten estigmatizados y esconden su dolor. Por ello, desde la entidad están trabajando con ellos el aspecto comunicacional, dándoles confianza y motivación a través de la palabra. Sus miembros organizan reuniones donde se les pide que expresen cómo se sienten, les cuentan que algunos de ellos han pasado por situaciones parecidas y que, incluso, vieron morir a sus compañeros en el mar, y acuden a la religión para animar las familias: les decimos que somos seres humanos que hoy estamos aquí pero que en algún momento todos vamos a morir“, sostiene el presidente de la asociación. Poco a poco, algunas familias comienzan a sentirse fuertes para expresar su dolor y para reivindicar la búsqueda de los cuerpos. 

Al mismo tiempo, Diouf vuelca la mirada hacia las autoridades de su propio país y de la Unión Europea (UE) a la hora de buscar responsables. Señala a Frontex como uno de los mecanismos que agravan el problema, exige que se revisen los acuerdos pesqueros entre Senegal y la UE y opina que los planes de cooperación de los países europeos en África no repercuten en la sociedad. “Mientras los jóvenes de aquí no tengan los medios para quedarse, se desplazarán”, subraya.

Boza Fii también se encarga de denunciar públicamente la violación de derechos humanos que sufren muchos migrantes. Hace unas semanas se sumó al homenaje que cada año se realiza para recordar la tragedia de la playa Tarajal, donde 15 personas murieron después de que la Guardia Civil les lanzara pelotas de goma. Celebraron una concentración en la isla de los esclavos de Gorée, donde denunciaron que muchos jóvenes son forzados a morir en las fronteras. 

Así también opina Nogaye, que, con mucha firmeza, considera que la ausencia de vías seguras está causando un dolor profundo en las vidas de las personas que se quedan en el continente africano y que impedirlo tendría solución: “Si Baye hubiera tenido una visa habría volado en avión, no habría arriesgado su vida. Y como él, muchísimos jóvenes”.