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El ''milagro'' de Leas, el camerunés que con 14 años cruzó el desierto y el océano en manos de mafias para llegar a Canarias

Natalia G. Vargas

Santa Cruz de Tenerife —
4 de junio de 2022 22:20 h

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“Yo no puedo hablar de mi historia sin hablar de un milagro”. Leas podría haber muerto de hambre y sed en el desierto de Níger. También podría haber desaparecido en el mar que separa Canarias del Sáhara, como uno de sus compañeros de neumática. Sin embargo, después de salir desde Camerún y caminar por medio continente, de limpiar un hotel durante cuatro meses por un plato de arroz blanco al día y sufrir el abandono de los traficantes en mitad de la nada, pudo llegar a Lanzarote sano y salvo. Cuando abandonó su hogar tenía 14 años. Seis años después, quiere recopilar todas sus vivencias en un libro y cumplir el propósito por el que salió de Yaundé, la capital camerunesa: estudiar las energías renovables. 

Desde niño, Leas aprendió a ganarse la vida en Camerún, pero nunca utiliza la palabra trabajar. “Trabajar es tener una ocupación y un contrato. En mi caso, lo que veía lo hacía. Vivía al día para poder comer y por las noches le rezaba a dios para que al día siguiente saliera otro trabajo para comer mañana”, recuerda. La pobreza, los conflictos políticos, las carencias en educación y sanidad y los problemas familiares empujaron a aquel niño de 13 años a pensar en desplazarse. 

Su país sufrió dos procesos de colonización distintos. Uno por parte de Reino Unido y otro por Francia. Aunque las dos regiones se unificaron en 1961, las diferencias aún perviven. “No hay paz. Hay muchos enfrentamientos entre tribus. Yo no tengo ningún lugar al que regresar y mi abuela ha tenido que mudarse a Bafoussam, al oeste del país. Vivía en un sitio con miedo y temor. Eso nadie lo quiere vivir”, cuenta Leas. 

Cuando le preguntan qué hizo para llegar a Canarias, ríe. “Viajé de todas las formas posibles. Caminando, nadando, corriendo… De todos los modos de movimiento que puedes imaginar”, confiesa el joven de 19 años. “Camerún está en el centro de África. Cuando viajas desde allí hasta Marruecos ya has recorrido la mitad del continente. Cuando salí sabía el por qué, pero no me imaginaba lo que me iba a encontrar”. Leas llegó caminando a Nigeria a las cuatro de la mañana. 

Después de una semana durmiendo en la calle, consiguió llegar al norte del país. Allí se encontró con hombres mayores y niños más pequeños que él que recurrían a las drogas y al alcohol para “evitar el dolor”. “En esa época teníamos una habitación para 24 personas en el sótano de un hotel”. El que llegaba primero tenía un buen sitio para pasar la noche. Los demás, a veces tenían que dormir de pie.

“Para no dar mala imagen ante los turistas, el dueño nos obligaba a estar fuera del edificio entre las seis de la mañana y las diez de la noche. Estábamos mal vestidos y su empresa tenía que seguir funcionando”, dice Leas. Además, antes de las 6 tenían que limpiar todo el complejo. Esa era la condición para pasar gratis las noches allí. 

Cada día que pasaba llegaban chicos nuevos y era más difícil ganar algo de dinero. Una de las pocas vías para conseguirlo era limpiar sin previo aviso los coches de los clientes del hotel estacionados en el parking. “El 90% de las personas nos golpeaba por haber limpiado su coche sin permiso. Otros nos daban 5 nairas (moneda nigeriana), lo que equivale a diez céntimos”. Los “días buenos”, Leas comía arroz blanco o batata con aceite una vez al día.

Cuatro meses después, apareció un traficante camerunés. “Él no sabía utilizar ordenadores y yo sí. Si le ayudaba, me daba un plato de comida”. De esta forma Leas pudo comer algunas semanas más, pero de un momento a otro el traficante lo subió a un camión rumbo al desierto de Níger. Allí lo abandonaron y pasó dos días sin comer ni beber, hasta que otro traficante lo mandó en un pequeño coche con 17 personas hasta Argelia. En el camino, una familia camerunesa se convirtió en su familia. Sus caminos se separaron cuando ellos tomaron la ruta libia hasta Italia. Uno de ellos murió en el mar.

En Argel, a Leas le robaron todos los ahorros que iba consiguiendo como ayudante de albañil. Con el poco dinero que le quedaba se fue a Marruecos caminando. Cuando entró a Uchda, unos traficantes lo atraparon. “Me dijeron que había policía y que me iban a echar del país. El objetivo era asustarme y que me fuera con ellos a una casa. Sabían por todo lo que había pasado hasta ese momento”. Allí pasó tiempo pidiendo dinero. Algunas noches dormía en la calle. Otras, en cementerios. 

“¡No queremos morir!”

El 4 de agosto de 2020, Leas emprendió su último trayecto hasta Europa. En la costa de El Aaiún se subió a una barcaza de plástico con 54 personas más, entre ellas catorce menores. “Cuando te digo niños te hablo incluso de bebés. Había un bebé de un mes con su mamá de Costa de Marfil”, insiste. Según Leas, “el mundo entero estaba en la patera”, ya que viajaban con él personas de Comores, de Pakistán, de Guinea, de Camerún…

En la playa de El Aaiún había olas de casi dos metros, describe Leas. La fuerza del océano frustró el primer intento de salida, ya que un golpe de mar acabó con la vida de un guineano que cayó al agua. “¡No queremos morir!”, comenzaron a gritar los demás. El pánico hizo que muchos migrantes saltaran al agua y comenzaran a nadar para regresar al Sáhara. En la embarcación precaria se quedaron 24. “Después de todo lo que pasé para llegar hasta allí, yo no podía volver atrás”. 

Casi al final de la travesía comenzó a haber problemas en la patera. “Mucha gente decía que ya no podía más. Algunos empezaron a perder la cabeza, a gritar y a insultarse. Pensaban que estábamos perdidos y querían regresar al continente. Tampoco estábamos seguros de que la gasolina fuera a durar”, describe. Al tercer día, vieron cinco islas y en una de ellas la luz más cercana. Era Lanzarote. Un barco pesquero que pasó junto a la neumática alertó a Salvamento Marítimo, que rescató a los supervivientes poco antes de llegar a puerto.

“Cuando llegué no tenía nada en la cabeza y nada en el corazón. Tenía que pensar en otra cosa para evitar sufrir. Había mucha gente vomitando y gritando”, narra. Entre 2021 y los cinco primeros meses de 2022 han llegado a Canarias 519 cameruneses, según datos ofrecidos por Cruz Roja a este periódico.

En Lanzarote, Leas pasó 72 horas en una nave de Arrecife habilitada como Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE). Después pasó trece meses en el centro de menores de La Santa, donde aprendió español. Cuando salió del recurso cursó un ciclo de electricidad y ahora quiere continuar sus estudios en energías renovables. Mientras tanto, trabaja como ayudante de cocina en el sur de Tenerife, estudia en el IES César Manrique y trata de recopilar en un libro todo lo vivido. Después de un periplo de cuatro años, Leas saca una conclusión. “Las fronteras matan. Son peligrosas. Lo importante no es guardar las fronteras, sino a los migrantes que las cruzan”.