Salió de Vietnam en patera hace más de cuatro décadas, hoy vive en Tenerife: “Bebíamos un tapón de agua por persona”
Thu Hoa nunca se planteó huir de Vietnam, incluso después de librarse por poco de que la alcanzara un pedazo de misil que dejó el techo como “una coladera”. Para ella, la posguerra fue peor que la guerra. Cuando era pequeña, su padre construyó un refugio que compartían con otras familias y pasaban horas dentro sin apenas poder moverse, pero sus padres decidieron poner fin a esa situación en 1980, cuando ella tenía 17 años.
Thu Hoa vive ahora en Tenerife desde hace años tras haber sido madre en Galicia. Recuerda que los primeros años de su vida fueron “muy difíciles”, pero eso no la detuvo para estudiar, trabajar y fundar una ONG cuya labor consistía en ayudar a migrantes recién llegados a España.
La noche en que dejó su país natal, su madre le entregó una mochila con lo básico para un viaje que, hasta entonces, no sabía que iba a hacer. Después de atravesar arrozales en mitad de una tormenta, llegó al barco que ocuparía durante siete días con más de cien personas, entre ellas su padre, dos hermanos, dos hermanas y la familia de una de ellas. Su destino era Estados Unidos, donde ya vivían otros dos de sus hermanos.
Pero antes de soñar siquiera con la llegada, los siete días que pasó en la precaria embarcación rodeada de “nada más que agua, agua y agua” y, en ocasiones, “olas del tamaño de una montaña gigantesca”, fueron paradójicamente protagonizados por la sed.
No tardaron en agotarse las reservas y solo pudieron paliar sus ganas de beber con lo equivalente a “un tapón de agua por persona” que recogían del vapor de la cocinilla. Durante el día, hacía tanto calor que “no se te ocurría tragar”. En su lugar, prefería mantener el agua en la boca para mantenerla húmeda.
La séptima mañana, un pájaro que volaba sobre sus cabezas les indicó que estaban llegando a tierra. A lo lejos, vieron una isla perteneciente a Vietnam, pero pararse allí, aunque fuera para reponer agua y comida, podría significar su detención.
A pesar de la sed y el cansancio, siguieron navegando durante el día hasta que arribaron a una pequeña isla filipina habitada por militares, todos hombres, aislados, que los acogieron “con mucha amabilidad” y les cedieron su comida.
Mentir para protegerse
Desde aquella isla, los militares filipinos debían trasladar al grupo a Palawan, donde había un pabellón en el que se acumulaban los refugiados, a la espera de ayuda internacional para viajar a su destino.
Sin embargo, no disponían del transporte suficiente para trasladarlos a todos, por lo que conformaron dos grupos. El primero en viajar estaba integrado por personas mayores, niños y sus familias; el segundo, que viajaría una semana después, por adultos. Thu Hoa, al tener 17 años cumplidos, ya contaba como adulta.
“Muchos soldados estaban allí solos” y “se aprovecharon” de las chicas, rememora con desagrado. Sin querer hablar demasiado sobre el tema, concluye que “se abusó de ellas”.
Antes de hacer la clasificación por grupos de edad, Thu Hoa y su padre hablaron con el intérprete de filipino a vietnamita: “Nos dijo que lo más fácil era reducir mi edad. Yo lo hice y volvería a hacer lo mismo. Legalmente, nací en el año 65”.
Además de una esterilla para dormir y la comida sin cocinar que les daban diariamente, no tenían mucho más en el pabellón. “Vivíamos todos allí apiñados, había mucha escasez de agua, escasez de higiene… escasez de todo”, explica.
Salir de allí se convirtió en la prioridad. Se dieron cuenta de que llegar a Estados Unidos, su destino predilecto, era muy complicado porque muchos solicitaban ese mismo país. Además, no tenían ninguna forma de contactar con su familia que ya residía allí.
Sus planes cambiaron cuando llegó un comisionado español que pretendía acoger a varios cientos de refugiados vietnamitas, ubicados en Palawan y Hong Kong. Ante la esperanza de poder salir, “muchas familias se apuntaron” para que estudiaran su situación y, si les seleccionaban, establecerse en España.
Sin embargo, la espera se alargó varios meses, y eso causó que más de la mitad de las personas que ya habían pasado la selección renunciaran. Bien porque habían conseguido viajar a su destino predilecto, o bien por la desesperanza de la demora.
Cuando por fin les confirmaron que podrían viajar, Thu Hoa cuenta que solo llevaron a un pequeño grupo hasta Manila, capital de Filipinas, para finalmente llegar a un complejo turístico provisional en Cádiz “con todos los papeles arreglados”.
Una vieja guerra en un país nuevo
La familia de Thu Hoa y el resto del grupo fueron algunos de los primeros refugiados que acogió España desde su adhesión en 1978 a la Convención de Ginebra. De este modo, el Gobierno se había comprometido a regularizar su situación cuando todavía no existían leyes específicas al respecto.
Cuando llegaron a España, Thu Hoa relata que fueron llevados a un complejo turístico en el que se alojaron junto a refugiados de un campo de Hong Kong. Los de esa zona provenían del norte Vietnam, mientras que los de Palawan, del sur.
El país acababa de reunificarse, apenas en 1975, después de haber estado dividido en Vietnam del Sur y Vietnam del Norte desde 1954. A pesar de esa unificación, el aislamiento mutuo, los estereotipos y las políticas propiciaron que la sociedad vietnamita conservara una profunda brecha que inducía al odio.
Asegura Thu Hoa, sin querer profundizar en ello, que ese odio llevó a una persona del norte a matar a una del sur. Para ella, fue “muy desagradable” vivir aquello, por lo que prefiere no aportar detalles.
“Venganza iba a haber”, razona, así que se tomó la decisión de separar los grupos, y el suyo fue enviado a Cáceres. Finalmente, cuando se distribuyeron las familias por provincias, fue trasladada a Galicia, donde pudo formar su propia familia y, años más tarde, se mudó a Tenerife.
Sin embargo, cuando Thu Hoa se fue de Vietnam, su madre se quedó allí junto a otras dos hijas. Intentaron salir del país varias veces, y aunque fracasaron en sus intentos, tampoco se rindieron.
Su madre dejó a una de las niñas a cargo de unos vecinos que iban a salir de Vietnam junto a otro grupo, pero aquello tampoco acabó bien: “A fecha de hoy, no sabemos nada de ellos”.
Intentaron tramitar la reagrupación familiar, pero les comunicaron que no reunían los requisitos necesarios para traerlas a España. Por suerte, en este caso, sí tenían otra opción que llegó a puerto. Su hermana, desde Estados Unidos, también inició ese trámite y consiguió una resolución positiva.
Extranjera perpetua, “española de adopción”
En su empeño por estudiar, Thu Hoa compaginó el trabajo con las clases para obtener el graduado escolar y, posteriormente, cursar la Formación Profesional en Gestión Administrativa.
Aunque ya no trabaja en la ONG que fundó para orientar a personas migrantes en España, siente orgullo por la “honradez” con la que desempeñó esa labor, que iba desde la tramitación de documentos hasta actividades culturales, pasando por clases de español e informática.
Ahora vive en Tenerife y, aunque ha regresado en una ocasión a su país natal, insiste en que tan solo volvería de visita: “Ya no tengo nada allí. Si vuelvo, soy extranjera, aunque aquí también me llaman extranjera”. Por ello, se considera a sí misma como “española de adopción”.
0