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Una puerta abierta al trabajo para migrantes y refugiados en Canarias: “Te permite empezar tu proyecto de vida”

Una semana antes de que el coronavirus obligara a toda España a aislarse, Fany llegó a Canarias. En febrero de 2020 salió de Cali, Colombia, hacia Gran Canaria en busca de oportunidades laborales. Tiene más de 35 años y, según ella misma cuenta, encontrar trabajo en su país después de esa edad se vuelve una misión imposible. “Prefieren personas más jóvenes”, dice. Sin embargo, la pandemia enterró de golpe sus opciones de encontrar empleo. “Me tocó un poco duro. Llegué y a la semana nos encerramos en casa”, recuerda. En plena cuarentena, la persona con la que vivía le dijo que buscara otro sitio al que ir “Afortunadamente, me presentó a una amiga que es madre soltera. Llegamos a un acuerdo y, cuando ella salía a trabajar, yo le cuidaba a la niña. Tenía techo y comida”, cuenta.

Cuando al fin la nueva normalidad se instauró en las calles, Fany pudo empezar a labrar su proyecto de vida. Pasó varios años de interna, cuidando de personas mayores, pero necesitaba unas condiciones mejores. Fue entonces cuando tocó la puerta de CEAR Canarias (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), que lidera un proyecto pionero dentro de la propia ONG para la inserción laboral de personas refugiadas y migrantes en situación de vulnerabilidad. “Conseguir un trabajo implica empezar tu proyecto de vida. Empiezas a ganar tu salario, puedes irte de vacaciones aunque sea dentro de la isla, te relacionas… Todo va empezando a rodar”, valora Aram Marrero, técnico del área de Empleo y Formación de CEAR y del proyecto Insertia Las Palmas. 

Gran Canaria es el único punto de todo el país en el que la entidad desarrolla esta iniciativa, que ha abierto este año su segunda convocatoria. Está subvencionada por la Fundación La Caixa y por el Fondo Social Europeo y perdura hasta 2029. En 2024, la organización debe atender a 70 personas, 40 mujeres y 30 hombres, para facilitar su inserción laboral. “En la convocatoria anterior atendimos a 464 personas. De ellas, 261 obtuvieron cualificación en los sectores más demandados, como supermercados, almacenes y hostelería”, señala el técnico. 

“Lo primero que se hace es una entrevista individual, para hacer un diagnóstico y un plan de intervención. En diferentes tutorías se trabaja el currículum y la carta de presentación”, explica Marrero. Después, se planifica la formación cualificada que va a recibir cada persona. “Impartimos cursos de manipulación de alimentos, prevención de riesgos laborales o de carretilla elevadora para trabajar en supermercados”, detalla. Este último curso es el que ha permitido que Fany trabaje ahora en un supermercado de Gran Canaria. “Tengo mejores condiciones y un mejor pago”, cuenta ella, que ahora convive con su marido. 

La historia de Carlos, un rayo de esperanza 

Carlos Ramón se graduó en Ingeniería Industrial en 1981. En junio de 2023, con 68 años y acompañado de su esposa, se desplazó a Canarias desde Venezuela en busca de una vida mejor. En su país de origen trabajó durante años en una conocida empresa de vehículos japonesa, hasta que la inestabilidad política y social lo empujó, como a miles de sus compatriotas, a marcharse. No pasaron muchos días desde que Carlos pisó las islas hasta que se dispuso a encontrar empleo. A través de CEAR, se preparó para obtener las competencias clave en matemáticas, lengua e inglés. “Con eso ya abrí puertas, pero, ¿a cuáles tocar?”, se preguntaba, mientras trataba de homologar su título.

“Cuando cierras los ojos ante un problema solo te imaginas una pared, pero si lo miras como una oportunidad de mejora, aparece un camino grandote, una avenida”, dice. Con esa perspectiva, decidió hacer un curso de docencia para la formación profesional. Nunca le había llamado la atención dar clases, pero con el tiempo empezó a ver las aulas como una buena salida laboral. Después de “muchos golpes y negativas”, su currículum llegó al Servicio Canario de Empleo. Hace dos semanas, recibió la gran noticia: “En septiembre voy a comenzar a dar clases en dos módulos de la especialidad mía”. “Yo le decía a mi esposa ”pellízcame a ver si es que estoy soñando“, confiesa Carlos, que a sus 68 está a punto de empezar su primer trabajo en España. 

“Uno tiene que ir más allá y prepararse para trabajar en la experiencia que uno tiene. El hecho de estar legal y trabajar le da a uno una satisfacción muy grande, porque ya nosotros no nos vamos a ningún lado. A veces tenemos la mala costumbre de llegar a un sitio y vivir mentalmente en otro, pero tenemos que hacer la vida acá, y eso significa trabajo y amistades”, insiste. 

Luz nació en Perú y se desplazó hasta España “por necesidad” en 2018. Vive con sus tres hijos, aceptando cualquier oferta de trabajo que le aparece porque “el alquiler no perdona”. El 10 de junio comenzó a formar parte del proyecto Insertia, donde hizo un curso de manipulación de alimentos y tutorías individualizadas para la elaboración del currículum y la búsqueda de empleo. Hasta ahora, no ha encontrado trabajo en el sector, y trabaja cuidando a una persona mayor. 

Durante meses pensó en volver a Perú, ya que las condiciones laborales bajo las que trabajaba en el servicio doméstico eran “malísimas” y la falta de documentación suficiente le impedía salir de ese sector. Las trabas burocráticas son, en la mayoría de los casos, una de las principales fronteras que los migrantes y solicitantes de protección internacional deben sortear para vivir en condiciones de igualdad en España. “Mis hijos me pidieron que aguantara y lo hice. Yo misma intenté encontrar la calma, aunque estuve a punto de enfermarme. Ahora estoy preparada por si me llaman en algún momento para lo que sea”, concluye Luz.