Cuando cierra los ojos, Luis González todavía ve a aquella niña pequeña acostada en la camilla y abrazada a una muñeca. La menor, de entre cinco y seis años, llegó al hospital de El Hierro una noche en la que él estaba de guardia. ''No sabíamos qué le pasaba. Era como un on-off. Cuando se recuperaba, cogía un poco de agua. Después, se volvía a dormir'', recuerda el director médico del Hospital Insular. La incógnita se resolvió cuando llegó al complejo hospitalario una compañera de su cayuco, una joven de 16 años. ''La madre murió en el camino y la tiraron al mar delante de ella'', dijo a los sanitarios. ''Te dicen eso y te quieres morir tú con esa gente. ¿Qué le puedo ofrecer a la niña que no sea humanidad y sensibilidad? ¿Hasta dónde llegamos?'', se pregunta González.
Los sanitarios de El Hierro se enfrentan cada día a la cara más letal de la ruta migratoria hacia Canarias. El cansancio, la impotencia y el dolor se entremezclan cada día en sus jornadas maratonianas. La isla más remota del Archipiélago se ha convertido en el destino de decenas de cayucos que parten desde Gambia, Senegal y Mauritania. Se trata de embarcaciones sobreocupadas que pasan en ocasiones más de dos semanas a la deriva hasta encontrar tierra firme. En otros casos, Europa nunca llega, y estas barcazas aparecen al otro lado del planeta con cadáveres a bordo.
“Lo llevamos como podemos. Yo siempre digo que los sanitarios estamos hechos de otra pasta. No sé si es el ADN que nos inyectan en la carrera o en la vida misma”, dice González. “Lo llevamos como podemos”, repite, “sobre todo cuando ves de cerca la muerte de personas jóvenes, de niños, te deja mellado”. A partir de ese momento, se le atragantan las palabras, y no puede evitar emocionarse al recordar una de las últimas muertes en El Hierro: la de una niña de dos años que falleció el lunes. “Sabes que no tienen que morir, que no son números, sino seres humanos que han fallecido por buscar una vida mejor”, asevera.
Entre los sanitarios, llorar se ha vuelto la “única vía de escape para salir adelante y desahogarse”. “Sabemos que tenemos que seguir y seguiremos. Continuaremos haciendo lo mismo y viendo calamidades, sí, pero seguiremos hasta que el cuerpo aguante. No sé cuánto tiempo, ni me interesa, pero sé que vamos a aguantarlo porque nos necesitan”, afirma. El director médico habla en nombre de todos sus compañeros cuando dice que “no les temblará el pulso en hacer más turnos, más guardias, y en brindar todo lo que tenemos de nosotros mismos. Para eso cogimos una profesión que es vocacional y sabemos que tenemos que hacerlo”.
Tener más personal “sería ideal” para hacer frente a estas tragedias en mejores condiciones. Sin embargo, González asegura que la falta de médicos es una carencia que se propaga por toda la comunidad autónoma. A pesar de ello, reconoce que tanto el Servicio Canario de Salud como la Gerencia han facilitado a los sanitarios “todo lo que han pedido”. “Tenemos más material y más instrumentalización que nunca. No nos han puesto ninguna pega y nos dan lo que haga falta con tal de que estas cosas vayan bien y salgan adelante”, sostiene.
La deshidratación y la hipotermia son las patologías más habituales entre los supervivientes de la ruta canaria. “La hipotermia es de lo que más nos atemoriza, porque a veces nos cuesta trabajo resolverla”, dice el médico. En otras ocasiones, las personas llegan con los músculos deteriorados por pasar mucho tiempo sentados en la misma posición. “Las últimas veces hemos visto en varias ocasiones casos de neumotórax, que consiste en la acumulación de aire en el pulmón. Se trata de un trastorno respiratorio que puede venir dado por el aumento de presiones intratorácicas consecuencia de vómitos o de deshidratación”, explica.
Otra de las enfermedades habituales entre los supervivientes de los cayucos es el bautizado como “pie de patera.”. “Se forman infecciones en la piel como consecuencia de las aguas sucias por la mezcla de orina, con heces e incluso el agua de mar. Muchas veces nuestro cuerpo no asimila estas bacterias”, subraya.
Pacientes sin nombre
Fue precisamente el pie de patera lo que acabó con la vida de J-15. Tratar a pacientes “sin nombre” es una de las cosas que “peor llevan” los sanitarios. Luis González recuerda en especial el caso del migrante J-15, que fue enterrado con este código en el cementerio de El Mocanal. “He visto esa lápida muchas veces y me parte el alma. No es un número, es un hombre que tiene su familia y por el que no se pudo hacer nada”, recuerda.
El pie de patera fue detectado rumbo al hospital y menos de 24 horas después de llegar allí, el hombre murió. Buena parte de los migrantes que fallecen en las islas son enterrados sin nombre en los cementerios de las islas. Sin embargo, en los Institutos de Medicina Legal siempre se conserva una muestra de ADN por si algún familiar los reclama. En El Hierro, un hombre pudo encontrar a su hermano fallecido gracias a esta muestra.
“No voy a hablar de política, porque no soy político, pero puedo hablar desde el punto de vista de un ciudadano. A los políticos les diría que se dejen de chorradas y que se pongan a hacer las cosas que tienen que hacer, que ya me encargaré yo de atenderlos humanamente”, afirma González preguntado por el uso de la inmigración como arma política. “Por mi parte, le doy gracias a todos mis compañeros. Desde el voluntario de Protección Civil que va por la mañana y se va de madrugada, hasta la Policía Nacional, pasando por médicos, personal de limpieza, celadores, enfermeros y la sociedad herreña, que se ha volcado en esta emergencia humanitaria”, concluye.