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Tres noches al raso contra el bloqueo de migrantes en Canarias: “Que nos manden a la Península o nos deporten, esto es terrible”

Natalia G. Vargas

17 de febrero de 2021 21:22 h

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Cada día, un grupo de 20 personas abandona el macrocampamento de Las Raíces, en Tenerife, con algunas mantas bajo el brazo. En un pequeño trozo de tierra frente al antiguo acuartelamiento militar, improvisan un colchón con lonas y edredones y allí esperan a que salga el sol. ‘’¿Sabes qué pasa aquí?“, pone en un cartel amarillo con letras negras que preside lo que se ha convertido desde hace tres días en el escenario de una protesta contra el bloqueo de cientos de migrantes en Canarias. En unas pancartas hechas con sábanas se puede leer ”no al racismo“, ”los inmigrantes no son criminales“ o ”buscarse la vida no es un crimen“. El objetivo de los 560 migrantes que permanecen hasta el momento en el recurso gestionado por la ONG Accem es poner fin a su reclusión en las Islas. Baba, nacional de Mauritania, pasó la noche de este martes al raso, sin poder pegar ojo. Hoy volverá a una de las carpas donde convive con al menos una docena de personas. ”Hacemos relevos y nos vamos turnando“, explica. Para él, solo hay dos soluciones: ”Que nos manden a la Península o nos deporten“.

A su lado está Mohamed, un hombre de Marruecos licenciado en Biología. Asegura que la protesta seguirá hasta que haya una solución. “Cada vez que hablamos con alguien de la organización del campamento nos dicen que esperemos a mañana. Pero no tenemos más paciencia’’, cuenta. El biólogo relata que el agua de la ducha en el campamento está fría, que la comida es poca y que hay muchos nervios por la falta de comunicación, comprensión y respuestas. ”Los animales están mejor que nosotros“. Pero más allá de eso, confiesa que no quiere comida, ni ropa, ni caridad, sino ‘’libertad y trabajar”. 

“No Marruecos, prisión”, pone en uno de los carteles que bordean el lugar de la protesta. Sin embargo, el hartazgo ha hecho que algunos hombres que antes rechazaban por completo la idea de la deportación ahora se resignen ante esa opción. “Si el Gobierno de España decide que me tengo que marchar yo no puedo hacer nada. Ellos son el poder, yo soy solo una persona’’, cuenta en inglés. La Delegación del Gobierno en Canarias no ha respondido sobre cuáles son las posibles soluciones a la situación que se vive en este punto de Tenerife.

Desde el bosque de eucaliptos que bordea el campamento se escuchan algunos gritos desde el interior. Abdel, un hombre marroquí que llegó en octubre al muelle de Arguineguín, explica que a veces hay “problemas” y atribuye estos conflictos a que hay muchas personas diferentes conviviendo juntas, sin saber cuál será su destino. Abdel tiene 37 años y era pescador profesional en Dajla. En Gran Canaria ya sentía que la situación era desesperante y veía cada vez más lejos su intención de llegar a Italia. Hafid, que llegó con él en la misma patera, también está ahora en Las Raíces. “A veces creo que me estoy volviendo loco, pero me paro, respiro y me convenzo de que si estoy así es porque dios lo ha decidido”, contó en diciembre de 2020 a esta redacción desde Puerto Rico.

El pueblo que acoge

A medida que se va acercando el mediodía, algunos vecinos de la isla se aproximan a la zona. De un pequeño vehículo gris se baja una pareja de personas mayores con una bolsa de pan y un caldero gris entre las manos. Dejan la comida y se van. Pocos minutos después, los manifestantes no dudan en invitar a comer a todos los canarios y canarias que se han desplazado a La Laguna para pasar el día con ellos. “¡No, no! Eso es para ustedes”, responden.

En la estación de servicio más cercana al recurso de acogida tres jóvenes migrantes esperan por José (nombre ficticio), el cajero de la gasolinera. Cuando termina su turno, el cajero los acompaña al campamento y les lleva ropa, abrigo y comida. “Tengo muchas ganas de que se acabe el coronavirus para poder darles un abrazo. Les he cogido mucho cariño”, cuenta José. El tinerfeño continúa la conversación con sus clientas, y debaten sobre los obstáculos impuestos por el Ejecutivo central para que los migrantes llegados en pateras y cayucos al Archipiélago puedan seguir con su proyecto migratorio.

Ángela (nombre ficticio) ayuda a Baba a recargar su tarjeta de prepago para que este pueda hablar con su madre, que sigue en Mauritania, y cuando él se va le da dos chocolatinas. “Aquí hay vecinos de todo tipo. Algunos miran con recelo, pero la mayoría estamos pendientes de ellos por si necesitan algo”, cuenta la trabajadora de la estación.

Desde que los residentes de Tenerife tuvieron constancia de que algunas personas estaban durmiendo en la calle, se movilizaron a través de las redes sociales para reunir recursos para ellas. Así, la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife hizo un llamamiento a la solidaridad para que se trasladara al exterior del establecimiento para dar acompañamiento, llevar comida y agua. “Están totalmente solas, con todo el peligro que esto puede suponer en su situación”, apuntó la Asamblea.

Algunos de los productos que pedían son bolsas de basura, baterías portátiles, lonas, sábanas, cartones, colchones inflables, linternas, mascarillas y gel. Así como también cubo para lavar y ropa de abrigo. La Asamblea también ha bautizado al recurso como “campamento de la vergüenza”, como ocurrió primero en la nave del puerto de Las Palmas, después en Arguineguín y finalmente en el CATE de Barranco Seco.

Mohamed critica que no hay papel suficiente en los baños y que las colas para recibir la comida son eternas. El joven marroquí lamenta que las personas de su país no sean consideradas como vulnerables. “Yo en Marruecos vivía con mis hermanos, sus mujeres y sus hijos en una casa muy pequeña. Trabajaba en la construcción ocho horas por diez euros al día, que tenía que gastar en la comida”, concluye. Su objetivo es continuar su formación como biólogo en la Península y poder trabajar. “Yo sé que en Malí hay una guerra, pero la situación no solo es mala cuando hay un conflicto armado”.