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Banderas rojas y sábanas revueltas

Manifestación del Primero de Mayo en Santa Cruz de Tenerife. (EFE)

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Amaneció el día luminoso hoy, lavado y fresco como camisa de camarero tendida al sol. Un día para perderse en el monte de Anaga o en los pinares de la Corona Forestal que me rodea y así despejar la mente, respirar toda esa soledad de los musgos y con suerte observar algún endemismo canario como el pinzón azul o las palomas de la laurisilva. 

Eso me recomienda mi terapeuta, realizar actividades que me den placer y estar en contacto con la naturaleza. Pero si a mi distimia le sumo la cola de coches para acceder, por ejemplo, a mis peñas y bosques de Anaga, la ingente cantidad de personas que encontraré en mi paseo campestre,  empiezo a imaginarme como un Robert Walser en medio de las Ramblas de Barcelona y las ganas se van desvaneciendo.

Esto de estar de baja laboral me da la posibilidad de imaginar hacer estas cosas un jueves y salir de este encierro casero. Cuando “a vella compañeira”, como describió tan poética y certeramente el mítico político gallego Xosé Manuel Beiras a la depresión, se pasa día a tu lado pasando las cuentas de un rosario, pierdes la noción del tiempo. Los días fluyen como esas bolas de líquido viscoso fluorescente de aquella “lámpara de lava” que una vez le compré a mi hijo.

Tal es así que no me di cuenta hasta el segundo café que hoy era Primero de Mayo. Siempre recuerdo en este día señalado el poema de Pere Rovira “La huelga”. Su última estrofa dice así:

De noche, en los balcones, brillan los cigarrillos

 de los hombres que odian la mañana.

 La huelga terminó, pero ellos la prolongan

 con humo del insomnio. Hace calor,

 y mañana hará más junto a las máquinas,

 sagradas otra vez como la ley

 que ha dictado el dinero, como el ámbito

del tiempo y del amor. 

No es víspera de nada esta hora ofendida,

 llega el soplo del alba, fuerte, espeso

como una vaharada de hospital, y vuelve, biliosa, a las ventanas

 la luz de un nuevo día de trabajo.

Hoy es un día festivo más. Para muchas personas lo es y que así sea, benditos días no laborales. No hubo que madrugar, se habrá remoloneado en la cama o se habrá hecho el amor en vez de fotocopias o apuntalar plataneras con horcones. Pero no es un día festivo cualquiera, desde finales del siglo XIX  este festivo de origen incierto fue elegido como Día Internacional de los Trabajadores. Así que, respeto y envidio a esos amantes de este jueves Primero de Mayo desnudos en su cama, con sus cuerpos refrescándose con esta brisa casi primaveral. Pero también respeto y admiro a los que salieron a la calle, con sus banderas, gritos, proclamas, para no olvidar, como leí ayer en este mismo periódico que Canarias, es una de las comunidades con mayor precariedad del país con casi el 40% de sus trabajadores cobrando por debajo del SMI

Aquí la precariedad es otro endemismo más, como el pinzón azul, la paloma turqué o la tarabilla canaria y es más fácil de ver, no hace falta ir Anaga o la Corona Forestal.

Los datos proceden de 2023 y los facilita el sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda. Canarias forma parte de un infame G6 de la precariedad: Extremadura, Andalucía, Murcia, Ceuta y Melilla.

Ya se habrán escrito artículos más sesudos, con más profusión de datos y estadísticas (a más estadísticas más creíble es la noticia, aunque a veces los que las usan son como preadolescentes delante de una web solo apta para adultos: se excitan sin saber bien por lo que es). Soy sociólogo y no necesito dar aquí cifras ni hacer operaciones básicas de estadística descriptiva para diagnosticar que la sociedad canaria tiene fallas y roturas. Solo remito a los curiosos a echar un ojo a la Encuesta de Condiciones de Vida que realiza el ISTAC o la Encuesta de Población Activa.

Ya no se trata solo del paro, es que el propio trabajo es fuente de precariedad, que baje Weber y lo vea. La ética del trabajo hace tiempo que murió y los trabajadores precarizados son esos que fuman en los balcones de noche odiando la mañana, como en el poema de Rovira. Porque ya no se trabaja para vivir,  sino para sobrevivir. Si la institución “trabajo” (léase mejor empleo) se erigió en fuente de realización y aún se sigue vendiendo ese relato, el empleo/trabajo se ha convertido en fuente de inestabilidad, en socavamiento de la propia identidad del individuo y su fragilidad. Pero aún voy más allá, ese relato de realización personal, que lo podría ser, y lo debería ser, se vende ahora en frasquitos seductores pero kitsch –si no te han alineado lo suficiente para darte cuenta- con el refuerzo de sandeces como salario emocional, “no pain, no gain”, sácale 25 horas al día,… En este mercado de lágrimas, la cruz y la corona de espinas guían el camino hacia el Gólgota de un éxito que es producir para consumir, y producir para producir más. Siempre con positividad porque ya sabemos que el problema no es el sistema socioeconómico sino el cortisol y no haber tirado a la basura a esos tóxicos que no son personas vitaminas y que impiden que tus sueños se hagan realidad.

Pero volvamos a Canarias, porque ya no solo se trata de trabajar para consumir, consumir constantemente porque la felicidad está a la vuelta del siguiente expositor o página web.

Porque si combinamos unos índices de precariedad laboral tan altos, tasas de paro preocupantes,  precios de alquiler y compra de vivienda por las nubes,… se nos queda un panorama que ni el Dune antes de la era del emperador Paul Muad'dib Atreides: el trabajador canario lo pasa peor que un fremen intentando sobrevivir al desierto sin destiltraje.

Entre el trabajo y la precariedad hay una membrana translúcida y no lo suficiente gruesa que hemos tenido que inventar la categoría de “trabajadores pobres”. Biografías laborales y personales fragmentadas, vivir al día o vivir pidiéndote un Glovo y ver una peli de Netflix el finde y el lunes al amanecer, cigarro y diazepam, que el blíster sale menos de un euro; así arreglamos los problemas sociales: los patologizamos.

La precariedad es otro endemismo más en nuestras Islas, y al final me alegra quien haya aprovechado su día de sábanas revueltas sudando con su pareja o saliendo a la calle a defender los derechos que nos corresponden a la clase trabajadora y la dignificación de nuestras vidas. Porque tanto las banderas rojas, como la ropa interior debajo de la cama y las migas en el colchón a las 11 de la mañana es lo que queremos: vida. 

Alguien tal vez haya hecho el plan que yo no llegué a realizar hoy: perderme por los bosques y tener la fortuna de observar alguno de los endemismos naturales de nuestra tierra antes que desaparezcan como le va a ocurrir a la Tarabilla Canaria en Fuerteventura. Justo al contrario que la precariedad.

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