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A todos los que han llegado, a todos los que se han ahogado

Siete fallecidos y un bebé desaparecido al volcar un cayuco en el puerto de La Restinga.

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Están viajando conmigo en la guagua en este momento. ¿Vendrán de estudiar? ¿De trabajar? ¿De dar una vuelta? ¿A dónde van? ¿A dónde va toda esta gente que viaja conmigo? Cada uno a lo suyo, a la pantalla de su smartphone, su música o escrutando con las miradas vacías lo que solo ellas pueden sondear.

Ellos también, son dos, viajan de pie –agarrados al pasamanos- están a lo suyo. En su charla. No sé que dicen, no sé qué dice nadie, porque viajo con mi música; porque una guagua abarrotada me estresa y porque no quiero que la noticia que acabo de leer me afecte más de lo normal. La piba que va detrás de ellos, también de pie, está absorta con sus cascos de música, mirando por las ventanas. Pero no llama la atención. Su piel, como la del resto, o la mayoría de viajeros es blanca (en toda la escala cromática que pueda haber de tonos blancos). Los pibes tienen la piel negra, negrísima, como el fondo abisal de un océano profundo, y tienen rasgos faciales africanos.

Me alegro por ellos, porque en realidad no me importa a dónde van, de dónde vienen ni lo que hacen o dejan de hacer. Solo me importa ahora de dónde han venido, porque están aquí, vivos. Solo me rasguña una pregunta: ¿cómo llegaron? No a la guagua, a la isla. Porque la noticia no deja de interpelarme y de dolerme. Hoy, personas que provenían del continente hermano, han muerto al intentar llegar a El Hierro. Tal vez, me pregunto, serían compatriotas de ellos. Porque cuándo entrará en las entendederas de muchos que África no es un país; cuándo, que llegar a la costa de Senegal o Mauritania es ya una travesía continental, donde las mujeres son víctimas de violaciones.

Esas, de momento siete personas muertas, que no tuvieron la suerte de sus compañeros de travesía han dejado su vida en el Mar de las Calmas. Niños y niñas muertas, un bebé desaparecido. ¿Estos dos muchachos fueron en su día niños que tuvieron la fortuna de tocar tierra? ¿Llegaron hace algunos años en una frágil embarcación? No sé, ahora comparten trayecto conmigo, me alegro tanto por ellos. Los imagino llegando a alguna de nuestras costas, pasando trámites, lejos del hogar. Supervivientes de una de las rutas migratorias más peligrosas. Solo imagino. Ahora solo veo a dos chicos que charlan entre ellos, sonríen y yo sonrío con ellos, a pesar de que la socialización del sufrimiento del fenómeno migratorio nos haga casi ya inmunes a la tragedia. Scrolling y más noticias mañanas, pasando trepidantes como el paisaje tras las cristaleras de la guagua.  Su aparente buen humor y la tragedia, otra más, de El Hierro, hacen que me den ganas de llorar, por tristeza y por alegría. Alegría por ellos dos –por esa vida imaginada o real que estoy narrando-, tristeza por las muertes de hoy. Acabas dejando todo atrás, me da igual el motivo, y acabas ahogándote casi al final de tu odisea.

Esos dos pibes están aliviando este sabor acre. 

No he querido ni mirar los comentarios y reacciones que acompañan a la noticia, que, como yo, muchas personas habrán visto en sus redes sociales . Ya las conozco. Las conocemos. Sé lo que me voy a encontrar: si no la xenofobia y el racismo más descarado, una estupidez e ignorancia inhumana. No sé lo que es peor. La ignorancia humana ha acabado en atrocidades históricas.

Ojalá que alguna o algún rebenque, de los que vomitan su odio o estolidez en comentarios de Facebook, vayan a El Hierro y pidan de comer morena frita. Y que esa morena, se haya alimentado del cuerpo del bebé desaparecido hoy. Así lo llevarán dentro.

Ya no quiero ni puedo escribir más. Ahora solo me dan ganas de darles un abrazo a estos dos pibes africanos, compañeros de viaje, e ir a tomarnos una coca cola y celebrarles la vida y brindar por los hermanos y hermanas de África que no están y que con sus huesos están formando en el fondo del Océano Atlántico un museo a otro holocausto más del sistema global. Descansen en paz.

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