TENERIFE ARQUEOLÓGICA, LOS ASTRÓNOMOS DEL PASADO /1
El descubrimiento de un marcador solar refuerza el carácter cultual de San Lorenzo, el valle sagrado de los guanches
El Ayuntamiento de Arona prepara con discreción la presentación de un descubrimiento arqueológico en este municipio del sur de Tenerife. Será diciembre cuando se proyecte un documental de Tarek Ode para dar cuenta del importante hallazgo: un marcador solar del solsticio de invierno. El catedrático emérito Antonio Tejera Gaspar da cuenta del fenómeno astronómico en su último libro: Los guanches de Arona. Este descubrimiento refuerza la sacralización de San Lorenzo o Ahijadero, el valle sagrado de los guanches, una comarca salpicada de decenas de estaciones rupestres que atesora, al menos, cuatro yacimientos con conexiones astrales. Uno de ellos ha sido investigado y acreditado por dos astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias y otros dos planteados por el historiador Miguel Martín pero, como en el caso de Tejera, sin certificación astrofísica. Con este reportaje, este diario inicia una serie de tres entregas sobre el legado arqueoastronómico y la cosmovisión de los primeros pobladores de la isla de Tenerife.
“Después de haberlo comprobado de manera reiterada, se trataría con seguridad de un marcador que señala el inicio de ambos solsticios, el del verano y del invierno, el comienzo de los períodos principales del calendario de los guanches”. Esto lo cuenta Tejera en el citado libro. En declaraciones a Canarias Ahora-elDiario.es, primer medio de comunicación en difundir este importante hallazgo, el veterano arqueólogo nos cuenta que “de arqueoastronomía sé muy poco, por eso siempre acudo al astrofísico Juan Antonio Belmonte, quien nos confirmó que el sol lanzaba sus primeros rayos por el mar y, con posterioridad, alumbraba el grabado de la roca”. No obstante, aún no se han realizado mediciones astronómicas para certificar que, en efecto, se trata de un marcador solsticial.
El grabado al que se refiere Tejera -ver la foto bajo este párrafo- es un cruciforme, “una figura en forma de aspa”, describe el catedrático jubilado de la Universidad de La Laguna. Solo el 21 de diciembre, el sol lo ilumina al salir. El grabado se encuentra en un yacimiento muy conocido –no desvelaremos el nombre hasta la presentación oficial de este marcador del solsticio de invierno-, en uno de los numerosos roques que circundan el valle de San Lorenzo, catalogado Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1999.
Juan Antonio Belmonte y César Esteban, científicos del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y pioneros en astronomía cultural de España, fueron los primeros en documentar la conexión astronómica del yacimiento del Roque de La Abejera, declarado BIC en 2012. La existencia de un grabado soliforme, una indiscutible representación del sol, fue objeto de estudio por parte de los citados astrónomos, una de sus primeras investigaciones arqueoastronómicas de las numerosas que han realizado dentro y fuera de España.
Hace más de 30 años, recuerda Belmonte en declaraciones a este periódico, Antonio Tejera había documentado numerosas estaciones de grabados rupestres en las montañas y roques de Chacacharte, topónimo indígena del Valle de San Lorenzo. En La Abejera “vimos un soliforme, más pequeño que el de Masca –el tercer capítulo de esta serie informará sobre este yacimiento arqueoastronómico- , pero con una serie de radios bien delimitados que parecían señalar direcciones privilegiadas; uno parecía apuntar al Teide, otro apuntaba al Roque de Bento pero hay otros dos que no parecían apuntar a nada”. Sin embargo, cuando hicieron los cálculos, “sí parecían ser astronómicos”.
Los astrónomos del IAC levantaron el plano del lugar e hicieron “los cálculos pertinentes del acimut” –el ángulo que forma el norte geográfico y la proyección vertical de un cuerpo celeste sobre el horizonte del observador-. “Hicimos las medidas, tomamos los datos, obtuvimos números y estos cuadraban con los dos solsticios. Fue muy bonito porque en el solsticio de verano el sol salía por el horizonte lejano de otra estación de grabados y por una montaña que domina el valle de Granadilla”. Estas mediciones se realizan con un instrumento que se denomina tándem, una máquina que combina clinómetro y brújula de precisión.
Los astrónomos también comprobaron que el planeta Marte, justo en el año que realizaron la investigación, iba a tener “exactamente la declinación del sol en el solsticio de verano en una determinada fecha”. Así, “nos fuimos una noche al Roque y efectivamente pudimos comprobar como Marte salía por donde habíamos predicho”. Belmonte recuerda que fue “muy curioso porque el poniente, en el solsticio de invierno, otro de los rayos del grabado marcaba esa dirección y parecía ponerse sobre otro roque que se encuentra encima del Barranco del Rey, donde había una estación espectacular de grabados lineales”.
Esa estación del Barranco del Rey fue “destrozada”, nos informa el científico. Los expoliadores arrancaron los bloques y, según informaciones no contrastadas, se vendieron en un mercadillo del sur de Tenerife. “Desde aquella época”, explica Belmonte, “entendí por qué los arqueólogos tienden a mantener los yacimientos en secreto”. Justamente donde estaba esa estación de grabados, “se ponía el sol en el solsticio de invierno”. En consecuencia, “pensamos que La Abejera había sido elegido, no el roque propiamente dicho sino el lugar dentro del roque donde se localiza una estación de canalillos y cazoletas, para grabar el soliforme”. El investigador califica de “espectacular” la vista que se atisba desde el yacimiento “porque se ven la mayoría de los roques del Valle de San Lorenzo” (ver la foto de portada de este reportaje).
¿La clave para que los guanches determinaran la localización exacta para realizar estos grabados fue la observación?, le preguntamos al doctor Belmonte. “No podemos obviar que esta gente eran fundamentalmente pastores de cabras; seguro que se situaban en puntos elevados para vigilar sus rebaños y desde esas atalayas vas observando lo que ocurre a tu alrededor: Si hay montañas llamativas, ves lo que ocurre sobre ellas; si estás al amanecer o al anochecer y sale una estrella que tú reconoces en tu pensamiento...” Las crónicas, afirma Belmonte, solo mencionan una: Sirio. “Es la estrella de los caniculares, se observa en su momento de esplendor en julio, justo en el momento de la cosecha”. Marín de Cubas, en el siglo XVII, escribió: “ Se guiaban por el sol, la luna y la estrella de los caniculares por donde empezaban el año con grandes fiestas”. Sirio es la estrella más brillante del firmamento. “Es normal”, continúa Belmonte, “que les llamara la atención; además está presente durante casi todo el año, solo desaparece del cielo durante 70 días”.
Montaña de Chijafe
La Montaña de Chijafe es otro de los espacios arqueológicos con conexiones astronómicas. Así lo defiende el historiador especialista en la cosmovisión de la sociedad prehispánica Miguel Martín González. En su libro La memoria de lo sagrado, Antiguos Canarios (editado por Bilenio en septiembre de 2024), Martín detalla las siete estaciones rupestres del enclave, con más de 80 panales, “con una amplia variedad de motivos esquemáticos lineales paralelos y haces de líneas, cruzadas, reticulares, escaleriformes y cruciformes”. Por esta riqueza rupestre, Chijafe fue declarado BIC en 2008.
La gran aportación del trabajo de Martín en este yacimiento, que por primera vez difunde un medio de comunicación, es la conexión astronómica de los grabados rupestres de Chijafe. Al igual que los guanches, el historiador palmero ha dedicado muchos días a la observación, para concluir que desde las tres estaciones ubicadas en la cota más baja de la ladera de la montaña “se puede observar como el sol, durante los equinoccios, emerge por el pico superior de Chijafe” e ilumina los grabados, como vemos en la imagen bajo este párrafo. Con la ayuda del programa stellarium, Martín ha comprobado que en la época aborigen –entre los siglos III y XV de la era común- los movimientos solares eran similares a los actuales.
Este posible marcador equinoccial no es el único fenómeno astronómico que refiere Miguel Martín González. Desde la estación IV, “vemos una doble orientación solsticial, una con el pico secundario –la montaña de Chijafe tiene dos picos, como vemos en la foto inferior en la que posa el arqueólogo Fran P. Caamaño-, durante el solsticio de verano, y la otra durante el solsticio de invierno por la protuberancia de la ladera sureste”.
Además de Chijafe, Martín considera que hay otras manifestaciones arqueoastronómicas que solo se producen durante el solsticio de verano. Desde los grabados de El Roquete y Piedra Señora, yacimientos muy próximos, el historiador cuenta a esta periódico que “el sol se pone sobre la Montaña del Conde o Roque del Ahiyo, iluminando los grabados; es una imagen espectacular”. Para Martín, es evidente “que es una marca posicional temporal destacada en su cosmovisión”.
¿Cómo podemos dar sentido al conjunto de estaciones rupestres del Valle de San Lorenzo? Una de las primeras explicaciones, señala el historiador, las da el doctor y reputado arqueólogo Juan Francisco Navarro, “cuando afirma que la mayoría de los grabados se sitúan en las elevaciones del terreno que dominan el valle”, antes denominado Ahijadero porque los guanches “concentraban sus ganados a comienzos del invierno para la cría”, para parir a los hijos de las cabras. Esta práctica continuó durante varios siglos después de la colonización europea. La hipótesis de Miguel Martín “es que estos grabados eran una práctica asociada a sus creencias religiosas, vinculadas a esa parte fundamental de su economía, la ganadería, y más concretamente al periodo de los partos y primera lactancia”.
Valle ritualizado
Para la elaboración de esta reportaje, visitamos el Valle junto al arqueólogo y profesor Fran Pérez Caamaño, especialista en análisis de territorios arqueológicos y autor, entre otros libros, de Arona, una aproximación al paisaje arqueológico guanche.
El valle fue una zona muy rica en recursos al tener agua y pastos. Pero “no solo era lugar para explotar la ganadería, para juntar las cabras en época de cría, también vivían porque hay asentamientos en superficie, cuevas de habitación, funerarias y áreas cultuales. Todo eso hace que el territorio esté apropiado en todas las dimensiones de la realidad de aquella sociedad, de su realidad material y simbólica”, explica nuestro interlocutor.
Los grabados, afirma Pérez Caamaño, “son una dimensión más de la apropiación del territorio. Estas manifestaciones no aparecen solas. En Arona tenemos el 60% de los grabados de Tenerife. El Valle es sagrado porque la arqueología lo demuestra, está ritualizado por sus numerosas manifestaciones rupestres”.
Este doctor en Prehistoria clasifica los grabados, al margen de las estaciones rituales de canales y cazoletas, abundantes en todo el Archipiélago, en dos tipos: “De intervención y de representación o figurativos”. La mayor parte son los que él denomina de intervención, son los lineales o geométricos; los interpreta “como marcadores territoriales”, ya que “la mayoría de los paneles están ubicados en lugares de paso para entrar y salir del valle”.
Los de representación, como los podomorfos de Roque Bento – “única montaña en la que tienes una panorámica íntegra del valle”- “están relacionados con la élite social”, considera Fran Pérez Caamaño. Ha llegado a esa conclusión porque “están en lugares importantes de asentamiento, que se reflejan también en la toponimia, como Lugar del Rey”. Las muestras de arte rupestre de representación “son más selectivas y la mayoría son de la etapa final de la época aborigen, cuando la sociedad estaba mucho más jerarquizada”.
De lo que no hay duda, al margen de la tipología de sus grabados, es que esta comarca arqueológica, la más estudiada de Tenerife, atesora un patrimonio guanche conectado con la cosmovisión de una gente que creó una sociedad a lo largo de los aproximadamente mil años en los que vivió aislada, sin contacto con otras culturas hasta que llegaron los primeros europeos en el siglo XIV.
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