Su portentoso perfil pétreo llama la atención a kilómetros de distancia. Por su posición dominante en la cara sur del macizo de Teno y por su color, de ahí su nombre, Risco Blanco es un capricho geológico que sobresale en el abrupto entramado de montañas y barrancos de vértigo que separan el norte del oeste de Tenerife. Y ni siquiera alcanza los mil metros de altura. Es especial. Ahora y hace mil años. Unos grabados en la atalaya de este roque delatan el respeto que le profesaban los indígenas. Llegar a la base es fácil, a través de varios caminos guanches que parten de Tamaimo y El Molledo, pueblos de montaña del municipio de Santiago del Teide. Con esta entrega, cerramos esta trilogía sobre el patrimonio prehispánico del oeste de la mayor de las islas de Canarias.
A las ocho de la mañana hace pelete para los isleños que vivimos a ras de mar. Es diciembre y estamos en Tamaimo, a 575 metros sobre el nivel del océano. Aarón González, nuestro anfitrión en la comarca Isorana, nos espera puntual en nuestra tercera jornada en el lejano oeste tinerfeño. Hoy, nos acompañan dos amantes de las tradiciones populares y estudiosos de la cultura que nos legaron los guanches. Son José Fumero y Airam Perdomo. Los tres destilan una sabiduría que enriquece nuestro trabajo. En la parte superior del pueblo dejamos el auto, junto al punto de partida de uno de los senderos que serpentean y entrelazan a la vez el paisaje. Es el camino guanche de Tamaimo a Risco Blanco.
De entrada hay que subir para salvar un desnivel de un par de centenares de metros. En vanguardia va Airam, pertrechado con una lanza de pastor de 3.93 metros de longitud. Es el más joven de los cinco senderistas. La quinta persona es Mariló Jubells, profesora de Biología que se ha encargado del soporte gráfico de esta serie de reportajes. José es de Arona y conoce al dedillo el legado guanche en el sur de la isla –será nuestro guía cuando viajemos a esa comarca en 2024-, pero aquí, en el camino guanche de Tamaimo, es su estreno. Atesora un buen olfato arqueológico. “Aquella zona de toba roja es propia de estaciones de cazoletas”, dice señalando un promontorio a unos cuantos metros de nuestras cabezas. Minutos después se confirma su pronóstico. Nos encontramos con un conjunto de cazoletas unidas por unos canalillos irregulares.
Todavía queda un buen repecho hasta llegar a la primera de las degolladas de la ruta. Airam nos espera desde hace unos minutos. Al llegar, Aarón nos lleve por un caminito pedregoso y nos muestra los primeros grabados de la jornada. Son rayas finas, con unos motivos geométricos de líneas horizontales y verticales. No tiene la grandeza del gran friso de Aripe, ni mucho menos la belleza del sol y las figuras antropomorfas que nos encontramos en la ruta de la montaña sagrada de Tejina, pero es la primera señal de la teoría que Aarón González nos contó días atrás sobre su interpretación de este conjunto de enclaves.
Los yacimientos rupestres del entorno de Tejina tenían un evidente sentido cultual, tal como nos explicaron los investigadores consultados; es un espacio sacralizado. Empero, esos indicios sólidos que llevan a los arqueólogos a esa conclusión no se aprecian en las estaciones diseminadas en los caminos históricos que recorremos en Santiago del Teide. Producto de la observación tras numeras visitas, Aarón cree que el conjunto de grabados “son marcas de camino”.
Esa interpretación la expone nuestro interlocutor “con todas las cautelas, ya que no soy arqueólogo”. Aarón profesa un gran respeto al trabajo de los profesionales de la Historia. A diferencia de Guía de Isora, que hay al menos una investigación financiada con fondos públicos –la que hemos citado en las dos anteriores entregas de El oeste guanche de Tenerife-, en el municipio de Santiago del Teide no se ha realizado ninguna prospección específica.
Sí se han realizado intervenciones mientras se ejecutaban las obras de la carretera del anillo insular, en 2007 y 2008 –se contabilizaron varios yacimientos funerarios, en los que se descubrieron cinco enterramientos en cuevas, con cuatro adultos y un menor-, y los trabajos de años auspiciados desde la Universidad de La Laguna, bajo la dirección de Matilde Arnaiz de la Rosa; en este caso, todas las prospecciones y excavaciones se han ejecutado en el contexto de Las Cañadas de el Teide –el parque nacional del Teide es un conjunto arqueológico en sí mismo, tal como expusimos en Amaziges de Canarias, historia de una cultura-, pero no se han superado los límites geográficos del entorno del gran coloso volcánico.
A lo largo del camino guanche de Tamaimo a Risco Blanco, seguimos encontrándonos manifestaciones rupestres, una en la proximidad de uno de los cruces de caminos que vimos durante la excursión. La teoría del activista cultural Aarón González cobra peso y sentido. En una de las intersecciones, bien oculto, nuestro guía recoge un fragmento de un bloque con un precioso grabado.
La segunda parte del camino guanche es más horizontal tras superar el repecho inicial. Ahora, el sendero se bifurca en tres ramales. Nuevos grabados van dejando marcas de camino. Avanzamos unos centenares de metros. Risco Blanco cada vez está más cerca. El paseo es muy agradable, bajo un cielo impoluto, nítido, y una temperatura excelente de 20 grados.
La cara este de Risco Blanco la tenemos de frente. Hacemos una parada para recuperar energía con frutos secos, hidratarnos y, sobre todo, admirar el profundo barranco del Natero; al fondo, a lo lejos, el cauce. La vertiente de enfrente pertenece al municipio de Buenavista del Norte. El siguiente barranco hacia el norte, paralelo al Natero, es el famoso barranco de Masca. Estamos en el Parque Rural de Teno.
Llegados a este punto, observamos dos cabras silvestres en la cresta del roque; ante la dificultad que entraña la ascensión, decidimos que Airam suba al edificio rocoso y que él se encargue de fotografiar el yacimiento de grabados guanches. Mientras nuestro compañero de caminata emprende la ruta acompañado con su espectacular lanza, nosotros nos alongamos por un camino de cabras para apreciar mejor la ladera y la cabecera del Natero.
Es tal la popularidad de su vecino Masca, que el barranco del Natero es un olvidado. Es, como leemos en una web especializada en senderismo, “uno de esos lugares escarbados durante miles de años, donde el agua y el viento han ido trabajando a su gusto para hacer un lugar como poco espectacular”. Desde nuestra privilegiada atalaya, admiramos paredones impresionantes y los altos acantilados del Natero, pero también, a lo largo del cauce medio, la huella del hombre está presente en este lugar recóndito en su búsqueda de agua; se atisban galerías y un pozo a lo lejos. Lo que no logramos otear es la boca del túnel que une los barranco de El Natero y Masca.
Desde nuestro lugar de avituallamiento, en la base de Risco Blanco, se dibuja la figura diminuta de Airam Perdomo. Está en lo alto del Roque de Risco Blanco; desde allí, la vista del Teide se supone espectacular, como las de La Gomera y, más lejos, La Palma. Airam nos envía vídeos desde la cumbre mientras desde la base vemos los posibles encuadres para inmortalizar los grabados. La ubicación del sol dificulta la calidad de las imágenes, como vemos en la foto bajo este párrafo.
Realizada la prospección, Airam inicia el descenso con la ayuda de su lanza de pastor. Es un espectáculo verlo bajar con una agilidad asombrosa. Al llegar al punto de encuentro iniciamos el camino de vuelta. Volveremos al último cruce de camino, pero en lugar de regresar por el sendero que nos condujo desde Tamaimo, bordearemos una ladera y llegaremos al pueblo de El Molledo, un caserío de 225 habitantes a 870 metros sobre el nivel del mar.
Pero esta última parte del camino la hacemos sin Airam. El ha regresado por el camino guanche de Tamaimo, porque allí tenemos el coche. Perdemos de vista a nuestro compañero mientras va superando el desnivel con la ayuda de su lanza de casi cuatro metros de longitud.
En la recta final de la jornada, nos encontramos con otro yacimientos de cazoletas y canales. Es probable que esté asociado a rituales para pedir agua porque hay una fuente muy cerca. Durante la última parte del camino, rumbo a El Molledo, nos compaña la vista del Teide en el horizonte. A llegar al pueblo, escuchamos el sonido de las chácaras y la voz de Valentina la de Sabinosa, la leyenda de la música popular de El Hierro. Los acordes salen del interior de un vehículo. Airam nos está esperando.