Lantigua: toda una vida al servicio de Fontanales

José Cristino Lantigua Lantigua, o más conocido por Leonardo Lantigua es un nonagenario vecino de Fontanales responable e impulsor de numerosas obras de interés público realizadas en el municipio de Moya. Tras ser sorprendido por la Guerra Civil de voluntario en Ceuta, forjó su caracter en el frente de batalla, que abandonó por orden del Estado Mayor al ser el menor de tres hermanos. Regresó a casa, retomando sus labores en el campo y convirtiéndose también en un líder vecinal con un enorme carisma, intercediendo con la autoridades para ayudar a sus vecinos. Ahora la calle de acceso a a la zona de Aguas de Fontanales llevará su nombre, en honor a la gran labor realizada por la comunidad.

Nacido el 15 de diciembre de 1919 en los altos de la Villa de Moya, Leonardo fue el décimo de los once hijos que tuvieron Juan y Jacinta. Se crió en El Tablero, en un cortijo de cien fanegadas de Montaña Pajaritos, en la zona conocida como Lomo El Marco, uno de los parajes más hermosos del municipio de Moya y de Gran Canaria entera. En ese recóndito lugar vivió antes que él su padre, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre, y así hasta donde alcanza la memoria genealógica.

La vida en Pajaritos en la primera mitad del siglo XX era una vida dura, de hambre y de miserias. Siguiendo la tradición familiar, el joven Leonardo se dedicó a pastorear vacas y ovejas, a plantar papas y millo y a sorribar las tierras para la agricultura y la ganadería de subsistencia propias de la época. Apenas fue a la escuela. La única instrucción que recibió se la proporcionó José Mateo, un recordado vecino con el que de noche, una vez encerrado el ganado y liberado el joven pastor, aprendía lecciones rudimentarias de lectura y escritura.

Entre tierras y ganado transcurrió su vida hasta que con 17 años decidió alistarse voluntario a las milicias, una manera útil en aquellos tiempos de enfrentar el futuro y escapar del hambre. Y allí, de voluntario en Ceuta, en 1936, le cogió por sorpresa el estallido de la Guerra Civil Española.

Como tantos otros jóvenes de Moya, Leonardo Lantigua acabó con sus huesos en el frente de batalla. En el duro invierno de Aragón, en las trincheras de la Guerra Civil, curtió su personalidad. Entre nacionales y rojos, con el frío, el hambre, el miedo y el peligro de la muerte cercana, se forjaron los valores de fraternidad y solidaridad que desde aquella terrible experiencia le acompañaron, ya para siempre, durante el resto de su vida.

“Si me matan, no muero más que una vez”, se decía a sí mismo para infundirse valor y coraje. De la guerra lo sacó la providencia. Sus hermanos Juan y Eulogio también peleaban en el frente y el Estado Mayor del ejército no veía bien que tres hermanos a la vez estuvieran jugándose la vida en la primera línea. Demasiado riesgo para la moral de la tropa. Así que, al ser él el más pequeño, fue enviado de vuelta a casa.

Terminada la guerra volvió al ejército a cumplir los días que le faltaban para poder licenciarse. De nuevo, al norte de África, esta vez a Larache. Su experiencia con las bestias y su dominio de los caballos le granjearon un puesto como carrero, con el que recorrió Tetuán, Tánger y otras ciudades del entonces protectorado español de Marruecos. Toda una aventura para un humilde hijo de las medianías de Gran Canaria.

Un día de permiso de 1942, Leonardo Lantigua se casó con Isabel María Arencibia Montesdeoca, una muchacha natural de Valsendero y vecina de Aguas de Fontanales a quien había conocido no hacía mucho tiempo en uno de esos caminos que atraviesan los imponentes barrancos de la zona. “Niña, ese vestido tan lindo que llevas un día va a ser mío”, recuerda que le dijo, lanzado, la primera vez que la vio. Tuvieron ocho hijos, todos nacidos y criados en Fontanales.

Porque una vez pudo abandonar las milicias, Leonardo retornó al terruño como labrador. Guardando vacas, sorribando tierras, cavando cuevas y estanques, Leonardo no paró de trabajar hasta hace bien poco, cuando ya los músculos y el esqueleto no se lo permitían.

Hombre noble, respetado y de palabra, como la gran mayoría de los habitantes del campo moyense, Leonardo fue durante décadas un fiel servidor de su pueblo. Gracias a su gran reputación, adquirida durante su estancia en el Ejército, pudo interceder ante las autoridades civiles, militares o religiosas para resolver los problemas de sus convecinos, mediar en contratos, conseguir ayudas y subsidios, arreglar situaciones de conflicto. Fue un líder vecinal con un enorme carisma.

La experiencia y el valor en situaciones límites que le propició la guerra también fueron útiles para que, en tiempos de aislamiento y falta de cuidados médicos, Leonardo hiciera de practicante accidental, enfermero o incluso partero, asistiendo a más de un nacimiento en esos campos de Gran Canaria de hace medio siglo. Sus manos fueron las primeras en abrazar a muchos niños que hoy pintan canas en Fontanales y alrededores.

Leonardo ha sido ante todo una persona desprendida por el interés común. Participó en la colecta para levantar la nueva iglesia de Fontanales, construida en 1974 a fin de sustituir en el culto a la vieja ermita centenaria, hoy conservada como Bien de Interés Cultural. Cedió terrenos propios al Ayuntamiento para poder trazar y construir la carretera de acceso a La Montañeta y Aguas de Fontanales, que actualmente da servicio a varias decenas de vecinos. Regaló suelo para la ampliación del cementerio de Fontanales con 60 nuevos nichos y también se desprendió de pedazos de su propiedad para solucionar problemas de inundaciones en el cementerio o para construir la nueva calle de acceso.

José Cristino “Leonardo” Lantigua, hombre noble, trabajador y generoso, querido y admirado por todo Fontanales. Un hijo ejemplar de la Villa de Moya, con cuyo nombre, como reconocimiento a su trayectoria vital, el Ayuntamiento ha decidido bautizar la calle principal de acceso a la zona de Aguas de Fontanales.