Paulino Rivero vuelve a ser presidente. No del Gobierno de Canarias, cargo que ostentó durante ocho años entre 2007 y 2015, el más longevo de la historia autonómica del Archipiélago. Tampoco de su partido, Coalición Canaria, que lideró durante 13 años en dos etapas diferentes, como parte de una trayectoria en la que fue, desde responsabilidades diversas, testigo y protagonista de la consolidación del nacionalismo canario como una fuerza hegemónica en el panorama político canario. Paulino Rivero es desde hace unos días presidente del Club Deportivo Tenerife, la sociedad anónima deportiva que compite en la Segunda División del fútbol español, y que, también desde hace pocas fechas, cuenta por primera vez en su historia con un accionista mayoritario no nacido en las Islas. El acceso de Rivero a la presidencia de un club de fútbol reúne algunas paradojas. La primera ha sido citada: un líder nacionalista de larga trayectoria aliado con un inversor foráneo. La segunda: su acceso al lugar más privilegiado del palco coincide con la actual situación política del partido que lideró, ubicado en la oposición tanto en el Cabildo de Tenerife como en el Gobierno de Canarias. Una formación, Coalición Canaria, con la que Rivero mantiene ahora mismo unas relaciones distantes, y que en el pasado reciente llegaron a ser realmente traumáticas, de ruptura prácticamente irreconciliable.
El nuevo presidente del Tenerife pisa territorio conocido. En varios sentidos, además. Su trayectoria política ha conocido diversos puntos de encuentro con las vicisitudes de una entidad deportiva empeñada en ocupar un lugar estable en la aristocracia del fútbol español, con desigual fortuna. En conversación con este diario, Rivero lo define como “el desarrollo de una película, que es lo que he vivido durante los últimos meses de reflexión”. En esa mirada retrospectiva, recuerda la ampliación del Estadio Rodríguez López, gestada a partir de 1987, cuando Rivero ocupó su primer cargo de relevancia insular, consejero de Deportes del Cabildo (también fue alcalde de El Sauzal, su pueblo natal, entre 1979 y 2007). Desde entonces se convirtió en interlocutor destacado de una entidad que, amparada en la potente sinergia con las administraciones públicas y la entidad financiera total, la extinta CajaCanarias, vivió una etapa dorada en lo deportivo allá por la década de los noventa del pasado siglo. Y esa condición de mediador vocacional la llevó al extremo en 2006, cuando articuló un acuerdo de empresarios para salvar al CD Tenerife de la desaparición (la deuda de la entidad ascendía a 54 millones de euros) y propiciar una serie que operaciones urbanísticas vinculadas al suelo donde hoy se levanta la Ciudad Deportiva del club. Eran los tiempos de extraña concurrencia entre el fútbol, el urbanismo y el poder local, una mescolanza que ha dejado alguna que otra resaca judicial en la isla de Tenerife, siempre con el Cabildo como protagonista.
Rivero ha sido un valedor convencido del poder del deporte profesional como herramienta de imagen exterior para un territorio. Lo aplicó también en sus dos legislaturas como presidente del Gobierno de Canarias (una en pacto con el PP, la otra con el PSOE), cuando impulsó los convenios plurianuales con los clubes profesionales canarios de fútbol y baloncesto, concebidos en este caso como instrumentos para la promoción turística de las Islas. Y fue este el argumento utilizado por su sucesor en el cargo y actual líder de CC, el hoy senador Fernando Clavijo, para bloquear su acceso a la presidencia del club de fútbol de sus amores en 2015, una vez abandonado el primer plano de la política tras su derrota interna en la elección del candidato presidencial de los nacionalistas. Fue aquella una batalla a sangre y fuego en las entrañas de una formación más proclive al reparto y la componenda en el reparto de cargos y candidaturas.
Paulino Rivero, desgastado por las medidas impopulares derivadas de la Gran Recesión, y a las que se vio obligado en su condición de presidente del Gobierno canario, fue derrotado por Clavijo en la elección interna, y aquel combate dejó heridas aún pendientes de cicatrizar. Pero supuraban más en aquel otoño de 2015 en el que Rivero vio al CD Tenerife como un destino apetecible y Clavijo lo vetó apelando a la incompatibilidad entre esta ambición y las medidas de apoyo al club adoptadas por Rivero durante sus ocho años de mandato autonómico. La relación entre ambos se mantiene gélida desde entonces, y por medio pasaron años en los que Coalición Canaria perpetró un destierro en toda regla de quien fuera su máximo líder, una tarea que se llevaba a la práctica cuando en los mítines del partido el nombre de Rivero era omitido en el relato nominativo de los líderes que se han sucedido al frente del nacionalismo canario. Era aquel un ejercicio de amnesia entre cruel y cómico, pues muchos de sus intérpretes habían sido promovidos por el propio Rivero.
En estos años de aislamiento involuntario, Paulino Rivero ha sabido aplicar su propio manual de resistencia y ha encontrado sus apoyos, tanto empresariales como mediáticos. Ocupa la dirección de relaciones institucionales de Naviera Armas, una de las dos empresas que cubren las rutas de transporte marítimo interinsular, y mantiene una colaboración semanal con el diario grancanario Canarias 7 en la que, sin faltar una semana, comparte reflexiones sobre la situación política canaria y su papel en el ámbito estatal. Su acceso a la presidencia del club de fútbol no lo apartará de ninguna de estas tareas, afirma, porque este Paulino Rivero resucitado para el primer plano pretende, en sus propias palabras, “defender mis ideas, que siguen intactas, y conservar las buenas relaciones que tengo con todos los partidos de Canarias, porque la política es una buena escuela y mi experiencia ayudará al crecimiento del club”.
Lo de sus capacidades relacionales en el ámbito político es cierto. Rivero lo demostró en catorce largos años como portavoz de Coalición Canaria en el Congreso de los Diputados, con presidentes del Gobierno del PP y del PSOE, tiempos en los que cultivó con astucia una posición equidistante en asuntos de Estado, caso de la investigación parlamentaria tras los atentados terroristas de Madrid en 2004, cuya comisión presidió por ser digno de confianza tanto para el entonces inquilino de La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, como para el líder de la oposición y a la postre también presidente, Mariano Rajoy. La agenda de contactos de Rivero engordó notablemente en esos años, incluso más allá de la política y, acaso en un guiño premonitorio, también en el deporte. Rivero, colchonero confeso, mantiene una sólida amistad con el presidente del Atlético de Madrid, el productor cinematográfico Enrique Cerezo.
La oportunidad de Rivero para demostrar que la experiencia en política cualifica para la gestión deportiva se producirá en un contexto insospechado hasta hace poco en la sociedad y la estructura de poder en la isla de Tenerife. Porque el cambio en la presidencia coincide a su vez con un cambio accionarial de relieve. Miguel Concepción, constructor nacido en La Palma con el que Rivero siempre mantuvo óptimas relaciones, ha vendido sus acciones en el club al inversor madrileño José Miguel Garrido Cristo (es sobrino, por cierto, del mítico domador de circo del mismo apellido), que se ha convertido en el nuevo primer accionista de la entidad y el hombre que ha configurado un equipo directivo formado por hombres de su confianza. La presidencia de Rivero es, en este sentido, una presidencia con asterisco, porque hay dudas sobre su margen real de maniobra en la gestión del club. Pero, según afirma, no le supondrá ningún problema manejarse en esa extraña cohabitación, un propietario foráneo aliado con un ex político nacionalista de pura cepa. “Al contrario, me ilusiona promover ese equilibrio entre la participación de capital externo y el respeto a las señas de identidad de un club que tiene 34.000 accionistas y representa a Tenerife y Canarias; y mi trayectoria en política demuestra que soy una persona capaz de unir, de cohesionar”, sentencia. Tendrá la necesidad de demostrarlo.