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El cronista accidental

La pandemia lo ha cambiado todo, menos el Debate de la Nacionalidad

El presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Victor Torres (d), y el diputado de Coalición Canaria José Miguel Barragán

Juan Manuel Bethencourt

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Lo dijo con claridad y sencillez, en la televisión pública autonómica, el profesor de Periodismo Samuel Toledano unos minutos antes de arrancar la sesión vespertina del Debate sobre la Nacionalidad Canaria: “Este debate es aburrido porque se repiten los mismos mensajes a cargo de las mismas personas. Por eso hay que cambiarlo”. Una periodista cuya opinión siempre tengo en cuenta me rebate minutos más tarde, justo cuando el portavoz de CC se encamina hacia la tribuna: “¿Los cambiamos para el debate? ¿Ponemos a otros diputados y hablamos de otra cosa? Entonces será otra cosa”. Concluyo, diletante como soy, que el Debate de la Nacionalidad Canaria de la pandemia se parece muchísimo a todos los que he contemplado y seguido durante las dos últimas décadas, lo cual es una prueba de resistencia extraordinaria. Porque la pandemia, que lo ha cambiado todo en nuestras vidas, no ha logrado cambiar el Debate sobre la Nacionalidad Canaria, que sigue tan previsible como solía, mostrando, en ese aspecto, una salud formidable, a prueba de virus asesinos.

Echando la vista atrás, que es la regla ecuménica de la política, resulta casi imposible rememorar un discurso de la Nacionalidad Canaria capaz de dejar un recuerdo potente en la sociedad o incluso en la opinión pública de las Islas. La pieza oratoria pronunciada por Ángel Víctor Torres no romperá esa tradición, pues el presidente canario optó por una intervención descriptiva y defensiva. Descriptiva, porque constituyó un resumen de otras muchas comparecencias públicas e intervenciones parlamentarias a lo largo de los últimos meses, centradas en la lucha contra el infortunio que acompaña al actual Ejecutivo en media legislatura de pesadilla, con la pandemia de coronavirus como ejemplo totémico al respecto. Defensiva, porque Torres, que tiene mucho oficio político, tuvo claro en todo momento que solo hay un error más grave que no hacer autocrítica en un discurso importante, y es precisamente hacer autocrítica, es decir, conceder credibilidad a la acusación que con toda seguridad iba a caerle por parte de los portavoces de la oposición. Un discurso marcado por ambas reglas no está pensando para sorprender a nadie, sino para blindar al conferenciante de unas críticas que también vienen prefijadas. El resultado es un guión que respeta al milímetro el libreto de la política canaria en los últimos meses, lo cual, comparado con los estruendos y giros narrativos que se producen en otros escenarios -polarización ideológica, traiciones, histrionismo dialéctico, hiperpersonalización, etcétera-, tiene muy poco gancho. Quizá el aburrimiento sea una virtud en estos tiempos políticos, el hecho de que ni Torres ni sus adversarios tengan vocación de sumarse a la Liga de la Justicia.

El presidente autonómico intentó extraer un punto de emotividad en las palabras finales de su discurso, en una alusión a la dificultad del momento y la necesidad de aplicar nuestra particular versión del “sangre, sudor y lágrimas” (Torres es un lector ávido de Churchill, sus milagros e incoherencias). El problema es que no hay un enemigo enfrente por más que atribuyamos ese rol a un microorganismo: el SARS-CoV-2 no es la Alemania nazi, es un virus al que es imposible humanizar por más que lo intentemos, de modo que la única medición posible al respecto resulta brutalmente fría y tiene que ver no con lo que hace “el enemigo”, sino con cómo lo hacen otros gobiernos y sociedades en nuestra situación. Ahí Ángel Víctor Torres tenía algunos buenos argumentos que exponer, y lo hizo con tono descriptivo, sin aportar anuncio relevante alguno más allá de los conocidos propósitos sobre la vacunación colectiva, que ahora se demoran hasta el final del verano porque el suministro es el que es. Si lo pensamos bien, todo esto de la pandemia se ha simplificado una barbaridad: la vacunación es la gran medida sanitaria, económica y política, porque salva vidas, rescata empresas y, dicen en Israel, también gana elecciones. El ARN mensajero como nuevo remedio universal. El único remedio, hay que asumirlo.

La oposición se puso de acuerdo en algo: el ataque a la “falta de humildad” del presidente. Era una jugada audaz, destinada a socavar una fortaleza de Torres, su condición de hombre de la calle, de gobernante cercano, de alcalde de Canarias, precisamente la credencial que ha acompañado a sus predecesores en el cargo aunque fueran de otro partido. La intervención del nacionalista José Miguel Barragán resultó particularmente astuta, lo cual a su vez extrajo los mejores momentos de réplica de Torres, que como orador también se siente más cómodo en la refriega (otro tic de alcalde). Resulta curiosa la posición política de Coalición Canaria, cuya fortaleza argumental, la experiencia de gobierno durante largo tiempo en las Islas, es asimismo su principal debilidad. El presidente lo aprovechó tirando de manual, es decir, de retrovisor. Fue, el de Barragán vs Torres, un ejercicio de experiencia, una esgrima con movimientos correctamente ejecutados pero muy previsibles, el propio de adversarios que piensan si quizá en el futuro serán socios. Otra vez la esclavitud de un libreto al que se quiso sumar Australia Navarro, aunque en su caso con dos puntos más de agresividad, la herramienta a través de la cual la líder del PP canario busca hacerse visible en el bando de la oposición parlamentaria, con piezas bien escritas de indisimulado aroma ayusista, aunque en este discurso de crítica frontal (el populismo es probablemente el único camino posible para el PP canario en la política canaria actual, y eso Australia Navarro lo tiene clarísimo), tuvo el detalle de no obligarnos a elegir entre socialismo y libertad. Torres le replicó, estaba cantado, con el espejo de la ejecutoria de los populares en otros territorios, además de verbalizar una oportuna réplica sobre la criminalización de las ideologías, esa bobería que ha cobrado peligrosa vida en la vida española y la clase de agente político infeccioso que aún carece de antídoto fiable.

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