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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Al principio fue ATI (I)

Cuenta Iriarte que una rana cayó en un tazón de leche y desesperada por salir, sin lograrlo, movía y movía sus ancas hasta el agotamiento, observada por una mosca desde el borde del tazón. La mosca se burlaba de la rana, convencida de que el final de ésta llegaría pronto, y la animaba a rendirse: -“No te esfuerces, no podrás salir nunca del tazón”, le decía. Pero la rana se negaba a rendirse y seguía moviendo desesperadamente sus ancas. Tanto batió y batió la leche la rana, que acabó por convertirla en mantequilla. Luego se subió en la mantequilla, dio un salto, se zampó la mosca y se fue tranquilamente -aunque algo cansada, eso sí- a tomarse unas copas con los colegas. De esta fábula de la rana existen además versiones infantiles que cuentan que la rana y la mosca se hicieron grandes amigas. Pero se trata de versiones poco creíbles: la fraternidad universal no ha convertido nunca la leche en mantequilla.

Hace ya casi treinta años, un político de la UCD tinerfeña, llamado Manuel Hermoso, se cayó dentro de un tazón de leche, y en vez de ponerse a batirla para hacerla mantequilla, se dedicó a convencer a media isla de Tenerife de que lo mejor del mundo es practicar con placer el baño de Popea. Al principio, las moscas de los alrededores, socialistas todas ellas, se partían de risa con su plática, pero no entendían por donde iba la cosa. Hermoso, hábil conversador y dotado de un particular sentido para entender las frustraciones ajenas y usarlas en propio provecho, logró subyugar con su cantinela a tantos, que al final había más gente dentro del tazón de leche que fuera. Las moscas revoloteaban sorprendidas por los alrededores, sin acercarse demasiado, no fuera a ser que entre tanto batracio, alguno tuviera la lengua más larga de la cuenta y pudiera alcanzar con ella el borde del tazón.

Así estuvieron algún tiempo Hermoso y los suyos, a remojo en el tazón, y con las racionalistas moscas alucinando con el espectáculo, sin lograr entender por qué una sociedad entera estaba optando por aislarse. Finalmente, Hermoso se enteró de que fuera del tazón, al lado mismo, sobre la mesa de la cocina, había un gran trozo de bizcochón que había perdido a su dueño, y decidió juiciosamente que si la leche está bien, la leche con bizcocho puede estar infinitamente mejor. Pero no podía salir del tazón después de haber convencido a tantos de que lo bueno está dentro... ahora tendría que inventarse otra cosa. El nacionalismo, por ejemplo.

Del despojo al nacionalismo vergonzante de la Fraic

El componente fundamental del primitivo discurso político de Hermoso -cuando este discurso se proyectaba exclusivamente en su isla- era el enfoque de reconquista por y para los tinerfeños de un protagonismo político en la toma de decisiones, que los Gobiernos socialistas de la primera legislatura autonómica -y especialmente el del Pacto de Progreso- habrían hurtado descaradamente en beneficio de una pretendida hegemonía grancanaria en la dirección de las políticas regionales.

Se trataba de un argumento mucho más inteligente de lo que su maniqueísmo podía hacer pensar: durante los últimos dos años del Gobierno socialista del Pacto de Progreso (1986-87), mientras la prensa tinerfeña reclamaba atención a los intereses de la isla, recitando el catálogo completo de los agravios y despojos, en la conciencia profunda de una sociedad políticamente moderada como la de Tenerife, incapaz de comprender el acuerdo de Saavedra con la izquierda comunista, se iban conformando los ingredientes para las resurrección del viejo pleito insular.

La habilidad de Hermoso fue la de comprender y utilizar en su particular beneficio el alcance y la potencialidad de ese sentimiento de humillación y abandono que algunos de los gestos más torpes del Gobierno de Saavedra contribuyeron a alimentar en el electorado de la Isla.

Pero los primeros tiempos, antes de las elecciones del 87, resultaron difíciles para Hermoso y su grupo de seguidores. El PSOE gobernaba Canarias desde una virtual hegemonía parlamentaria, en alianza con la izquierda y los insularistas majoreros, y lo hacía en la errónea certeza de que seguiría gobernando por muchos años. Saavedra, convencido de la validez de su proyecto de construcción política regional, seguro de su fuerza y afirmado en la pervivencia de su papel protagonista, había minusvalorado el fenómeno insularista, al que consideraba como último fruto de un pleito insular condenado a desaparecer en los meandros del futuro. La académica seguridad de Saavedra le hacían negarle al insularismo cualquier viabilidad política, calificándolo de proyecto aldeano. No le faltaban a Saavedra, es cierto, motivos para pensar y actuar así.

Surgida la ATI como una reacción de un grupo de alcaldes centristas de Tenerife tras la derrota de UCD en las elecciones generales del 82, la fuerza y el prestigio del movimiento se limitaban a lo que podía aportar el carisma de Manuel Hermoso y su excelente gestión en el municipio de la capital tinerfeña durante los primeros cuatro años de democracia municipal. Lo que había comenzado siendo un muy modesto club de alcaldes integrado por Elias Bacallado -alcalde de El Rosario-, Froilán Hernández -Granadilla-, Alfonso Fernández -La Victoria- y Francisco Sanchez -La Orotava-, con alguna escasa aportación más, acabaría por adoptar el insularismo de la afrenta y el despojo como norma de actuación política.

El mensaje, sembrado en el terreno abonado de la tradicional rivalidad interprovincial, daría magníficos resultados. Pero Hermoso y sus hombres acabaron por darse cuenta de que lo que servía para generar apoyos en Tenerife podía convertirse, al mismo tiempo, en el candado que encerrara las aspiraciones tinerfeñas en el perímetro de la propia isla. Para evitar que eso ocurriera, con todas las previsiones y cuidados del mundo, a principios del año 1985, los insularistas tinerfeños iniciaron los contactos con los insularistas herreños y gomeros que -menos condicionados que los áticos- habían apostado por presentarse en las elecciones regionales del 83 al parlamento de Canarias y habían logrado, además, obtener una discreta representación de tres diputados.

De esas primeras negociaciones con el más tarde mítico Tomás Padrón, y también con Lito Plasencia, presidentes de los cabildos del Hierro y La Gomera, respectivamente, surgió la idea de extender el proyecto insularista a toda la región.

Canarias, en el centro

En Canarias, la quiebra del centrismo en las Elecciones del Cambio -celebradas el 28 de octubre de 1982- no había sido tan absoluta como lo fue en el resto de España. Las dos provincias mantuvieron representantes de UCD en el Congreso y en el Senado, y cuando llegaron las elecciones locales del 83, un numeroso grupo de alcaldes optó por no integrarse ni en el PSOE ni en Alianza Popular, apostando por una difícil independencia centrista.

Tras las elecciones municipales de 1983, el mapa político de Canarias se había convertido en una disparatada y singular sopa de letras. En Gran Canaria, un total de diez municipios quedaron bajo control de formaciones de carácter independiente, de las que únicamente dos se reclamaban izquierdistas o de influencia socialista. Además, el Partido del País Canario, un invento centrista contemporáneo a UCD, logró obtener la alcaldía de Tejeda. En Lanzarote, la Agrupación Insularista (entonces denominada AIL), consiguió las alcaldías de Tinajo y Yaiza, y un grupo municipal independiente se hizo con la de Teguise. En Fuerteventura, los independientes de IF lograron la alcaldía de Betancuria. En Tenerife, ATI ganó seis alcaldías: Adeje, Granadilla, La Orotava, El Sauzal, La Victoria y también Santa Cruz de Tenerife, capital y feudo de los insularistas. Grupos independientes, ajenos a UCD, se presentaron en La Palma y lograron las alcaldías de Breña Baja, Fuencaliente, Los Llanos de Aridane, el Paso y San Andrés y Sauces. Pocos meses más tarde, esos mismos grupos constituirían la Agrupación Palmera Independiente, que acabaría convergiendo con ATI. En La Gomera, los seguidores del presidente del Cabildo, Lito Plasencia, lograron hacerse con el control de tres de los seis ayuntamientos de la isla, ganaron nuevamente el Cabildo y colocaron dos diputados en el Parlamento regional, sin contar siquiera con algo que pudiera identificarse como un auténtico partido. En El Hierro, y de forma inesperada, Tomás Padrón resultó elegido Presidente del Cabildo, mientras su colega Juan Padrón lograba la alcaldía de Frontera y un acta como diputado regional.

En total, las fuerzas políticas de corte centrista, entre las que ya se podía contar el recién nacido CDS de Adolfo Suárez, habían logrado conquistar las alcaldías de 33 de los 87 municipios de Canarias. Sólo 28 alcaldías consiguió obtener el PSOE, y eso habiendo obtenido los mejores resultados electorales de toda su historia, con un 42% de los votos emitidos en Canarias, y 27 de los sesenta diputados del Parlamento regional.

Ese singular y atípico reparto del poder municipal en Canarias, además de demostrar el enorme peso específico del centrismo en la sociedad isleña, y la vinculación y fidelidad del electorado a sus políticos locales, debería haber producido una evolución de los acontecimientos en el archipiélago tendente a la confluencia de la mayoría de esas formaciones municipales en una única fuerza política, por un lado, y, por otro, a la moderación centrista de las políticas del PSOE. A fin de cuentas, lo ocurrido en las elecciones suponía una lección sobre la pervivencia de una sociología electoral de centro en Canarias, que alguien debía recoger.

No quiso hacerlo el presidente Saavedra, que tras la espantada del CDS en el debate parlamentario sobre la integración en la Unión Europea (entonces todavía denominada Comunidad Europea), decidió gobernar en coalición con la izquierda comunista y Asamblea Majorera, en aquel momento muy radicalizada al extremo del arco político, perdiendo así la mejor de sus oportunidades para pasar a la historia como el presidente de todos. Pero tampoco supo hacerlo en aquel momento el partido destinado a dirigir y liderar la vertebración política de las fuerzas municipales del archipiélago: no supo hacerlo ATI.

Hermoso, inspirador último del proyecto federativo de los independientes, intentó lo que se denominó entonces el experimento de Betancuria, fundando una federación de partidos insularistas en la que Ildefonso (Fonfín) Chacón habría de tener un papel determinante.

Con la constitución de la Federación Regional de Agrupaciones Independientes (Fraic), Hermoso tuvo en sus manos la posibilidad de convertirse en líder regional de los grupos políticos centristas, y lo habría logrado si hubiera sido capaz de renunciar a sus miedos y temores a entrar en Gran Canaria de la mano de los alcaldes independientes. Pero Hermoso y su partido estaban ya enfrascados en la preparación de las elecciones generales de 1986 y en su segundo Congreso, en el que José Miguel Galván Bello fue elegido presidente de honor, encabezando una plancha en la que Hermoso mantenía la Presidencia y José Luis Ravina la Secretaría General. Ravina jugó un papel determinante en el retraso de la vertebración del nacionalismo canario. Su visión santacrucera de la política regional y sus contactos con Rafael Pedrero, un joven arquitecto grancanario, le llevaron a creer que la penetración de las Agrupaciones Independientes en Gran Canaria debía hacerse desde Las Palmas, precisamente el único municipio canario donde la entrada de Hermoso y sus ideas resultaba inconcebible. Por lo menos sin contar previamente con apoyos sólidos entre el empresariado local o desde el interior de la isla, que habrían contribuido a neutralizar el perfume tinerfeño de la Fraic.

Una oportunidad perdida

Hermoso erró completamente su pronóstico en la elección de interlocutores en Gran Canaria y al hacerlo perdió la oportunidad de equilibrar la Fraic y extenderla a todas las islas. En vez de forzar la unidad en torno a la Federación de todas las siglas y fuerzas dispersas del centrismo municipal grancanario, la ATI optó por incluir en la federación a un ridículo partidete de salón -Aigranc- que logró sobrevivir hasta el harakiri universitario, gracias al protagonismo que sus socios de la Fraic quisieron darle.

Ese error, posiblemente el más importante de los cometidos por Manuel Hermoso en la proyección inicial de su proyecto político, continuó pagándose hasta que Hermoso -muchos años después, en 1993- se asoció con Olarte y Mauricio en Coalición Canaria para desplazar a Saavedra de la Presidencia del Gobierno de Canarias y presentarse a las elecciones generales bajo una sigla común. Hasta ese momento, el desconocimiento por parte de Hermoso de las realidades de la sociedad grancanaria convertirían su intento de aterrizar en la isla redonda en un terrible patinazo electoral: las AIC, bajo el nombre de Aigranc, apenas lograron un par de concejales por elección directa en toda Gran Canaria. Pero la elección de Aigranc como soporte grancanario del incipiente proyecto nacionalista, no fue la única gran equivocación de la Fraic. El estatuto fundacional de la federación, posiblemente elaborado por algún alcalde desconocedor de los mecanismos organizativos de un partido, encerraba en sí mismo todos los elementos para impedir un liderazgo regional sólido -que habría correspondido sin duda a Hermoso- y para impedir que la primitiva federación de Agrupaciones acabara convirtiéndose en un único partido dotado de proyección regional, unidad estratégica y cohesión política. Careciendo de tales componentes, la Fraic y los partidos que la integraban, cargaron las tintas en el insularismo como ideología, y en un nacionalismo escasa y malamente definido, renunciando a convertirse en una fuerza centrista desideologizada y moderna, típicamente gestora, moldeada y estructurada en torno a un amplio poder municipal sustentador del proyecto. La imposibilidad de una distribución equilibrada de ese poder en las siete islas del archipiélago, convertía el primitivo nacionalismo ideológico de la Fraic en una tibia excusa, sin soporte político alguno, dramáticamente mantenida contra viento y manera por Victoriano Ríos, único de los dirigentes áticos que continuó pronunciando el discurso del nacionalismo futuro desde todos los púlpitos donde le dejaron hablar.

Las legislativas del año 86 demostraron que la Fraic, rebautizada gracias a los buenos oficios de los asesores de imagen de la consultora Muniesa & Asociados como AIC, no era en su formulación de entonces un proyecto de recibo: ATI logró su objetivo de colocar a Hermoso en la Carrera de San Jerónimo, pero hasta eso se convirtió en una distorsión del proyecto equilibrado que era el leit motiv de la existencia de la propia federación.

Los errores cometidos en la proyección pública de la oferta insularista tinerfeña, desatada a los excesos del despojo y la afrenta, acabaron por limitar el crecimiento por el centro de los partidos de la Fraic, precipitando en una fuerza de carácter nacional -el CDS- los votos esperados en las elecciones generales. La Fraic logró alcanzar apenas un mísero diputado. El CDS, sin ningún poder municipal, pero con la ayuda de un entonces reemergente Adolfo Suárez, alcanzó con tres diputados lo que las elecciones regionales de 1987 confirmarían como su techo electoral... Algo no había funcionado: los votos en las elecciones legislativas que la Fraic esperaba fueron a otras arcas, las administradas por Lorenzo Olarte en Gran Canaria y por Fernando Fernández en Tenerife, y el desánimo cundió en las filas insularistas.

Pero había un error de apreciación, que los insularistas no comprendieron hasta un año después: las elecciones generales no son lo mismo que las regionales y locales. En el 87, por mucho que Adolfo Suárez paseara su cautivadora sonrisa de perdedor por las islas, los votos iban a avalar gestiones municipales concretas, nombres de vecinos con los que uno se toma el café y la copa en la barra de un bar de pueblo.

Hermoso y sus gentes no creyeron en la victoria hasta contar la noche del 10 de junio del 87 sus votos. La gran ilusión de Hermoso -ser presidente del Cabildo tinerfeño- se vio truncada por su falta de confianza en una victoria que ninguna encuesta, ni las que el concejal santacrucero Luis Suárez Trenor amañó olímpicamente para ATI, les daba tan abultada. Hermoso, que había sido aclamado un año antes como candidato al Cabildo de Tenerife en el Segundo Congreso de su partido, vio como su amigo Adán Martín, que había aceptado la candidatura a la Presidencia del Cabildo dispuesto estoicamente al sacrificio, se convertía ante sus ojos en la máxima autoridad tinerfeña, mientras él mismo entraba en la historia como el alcalde porcentualmente más votado en una capital de provincia de la moderna democracia española. Y había más: el sabandeño Elfidio Alonso derrotó a un atónito Pedro González. ATI consiguió nada menos que trece alcaldías, y no logró otras dos por las trampas y manejos de un CDS dispuesto a enseñar los dientes tras su derrota en Tenerife. Y aún más: siete diputados en Tenerife, dos en La Palma, uno en Fuerteventura, otro en Lanzarote, y dos diputados presuntamente aliados en el Hierro. Sólo en La Gomera, sin que se produjeran sorpresas, la radicalización de Lito Plasencia tras el incendio que a punto estuvo de costarle la vida, llevó a AGI al desastre más absoluto. En Gran Canaria, también sin sorpresas, AIGRANC no se comió ni una miserable rosca.

CONTINUARÁ...