La Laguna vivió este miércoles una jornada inusual al recibir la visita de los Reyes de España, que no realizaban una gira similar por todas las Islas desde hace veinte años. Más extraordinaria resultó la tarde de este miércoles para los vecinos del barrio de Taco, que observaban con las bocas abiertas y sonrientes un hecho doblemente singular. Es difícil saber qué les sorprendía más, si ver la causa de sus incomodidades de meses de obras ?el tranvía- circulando con pasaje a bordo o el pasaje en sí, ya que Sus Majestades viajaban en el primero de los cinco módulos del vehículo.
Los cerca de 3.000 vecinos congregados en el exterior y acceso al Complejo Socio Cultural y Deportivo del Polvorín, fueron de los afortunados que pudieron ver, sin reclamarlo, a los Reyes entrar a pie al recinto y, unos pocos elegidos al azar, estrechar sus manos. Hasta tres horas llevaban esperando el momento, explicaban. No ocurrió lo mismo a la llegada, en coche, de Don Juan Carlos y Doña Sofía al Real Santuario del Santísimo Cristo de La Laguna, que habían visitado cuando aún eran Príncipes, en 1973.
Este hecho provocó una revuelta popular, pacífica, eso sí, que decidió a los Reyes a romper el protocolo a la salida, ante la insistencia de los gritos de “¡Queremos ver al Rey!”. Este alarde de generosidad estuvo a punto de ocasionar un percance a Don Juan Carlos que, deslumbrado por los flashes y los focos de las cámaras de los reporteros gráficos, trastabilló con un evidente gesto de indisposición momentánea.
Si esta frase fue la más escuchada en la tarde lagunera, las más esperadas, las de los Reyes, fueron bastante escasas. “Está muy bien, pero se nota que aún le queda por hacer”, dijo el monarca del tranvía, tras realizar un recorrido de cinco kilómetros entre Taco y la Cruz de Piedra. Y su esposa, sobre la exposición fotográfica de la visita de Alfonso XII a las Islas, que visitaron por la mañana: “Muy emotiva y preciosa: el antes y el después”.
Crónica de una apretada agenda
La jornada de la tarde comenzó a las 16:40 horas, cuando el vehículo de los monarcas llegava al Polvorín. Allí se congregaba una multitud de unas 3.000 personas, según los servicios de seguridad, que, confundida por la afluencia de tantos coches oficiales, arengó, primero, al presidente del Gobierno de Canarias, Adán Martín, que lo hizo a las 16:10 horas; al ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, y al presidente del Parlamento de Canarias, Gabriel Mato. En el lugar, ya esperaban los anfitriones, la alcaldesa de La Laguna, Ana Oramas, y el presidente del Cabildo de Tenerife, Ricardo Melchior, a los que se unieron el delegado del Gobierno en Canarias, José Segura, y el consejero regional de Infraestructuras, Vivienda y Transportes, Antonio Castro, entre otros.
Tras los saludos correspondientes y con un fondo sonoro de “vivas” al Rey, accedieron al edificio en medio de un pasillo humano que pugnaba por tocar una mano regia e incluso demandaban por favor un beso real. Los únicos que consiguieron el deseado beso de los Reyes fueron Andrea y Carlos, dos niños ataviados con el traje regional, que regalaron a doña Sofía un ramito de flores y se llevaron a casa a cambio unas fotos con los monarcas.
Tras este emotivo momento, Don Juan Carlos descubrió una placa conmemorativa del momento en la que se dejó constancia del hecho de la inauguración de este miércoles. Tras visitar el complejo, los Reyes subieron a bordo del tranvía, acompañados, también por el consejero de Presidencia y Hacienda del Cabildo de Tenerife, Víctor Pérez Borrego, y el gerente de Metropolitano, empresa responsable del transporte, Andrés Muñoz. Emulando a su antepasado el Rey Alfonso XIII, hicieron en esta ocasión un recorrido de cinco kilómetros hasta la Cruz de Piedra. A Don Juan Carlos le gustó la experiencia, pero no dejó de hacer mención al hecho de que aún queda “por hacer” hasta
El siguiente punto de encuentro con el grupo de prensa designado como A fue el Real Santuario del Santísimo Cristo de La Laguna, donde fueron recibidos por el obispo y el vicario de la Diócesis Nivariense, Bernardo Álvarez y Antonio Pérez Morales, respectivamente, así como por el esclavo mayor de la Esclavitud del Cristo, Juan Luis Mauri, en la que Don Juan Carlos ostenta este título honorífico. Por ello, nada más llegar, Mauri le entregó la vara que utiliza en los actos litúrgicos.
Una vez en el interior del templo, acompañados aún por Martín, Melchior, Segura Aguilar y Oramas, sus Majestades escucharon una breve salutación del obispo, que rezó posteriormente un Padre Nuestro. Después subieron al altar, donde tras conocer las características de la imagen del Cristo, firmaron en el Libro de Oro del Santuario, como también hiciera Alfonso XIII hace cien años. De hecho, pudo mostrarle la pluma y el libro que utilizara su abuelo.
Bernardo Álvarez hizo entrega a continuación a los monarcas de siete medallas de oro con las imágenes del Cristo y la Virgen de la Candelaria como obsequio para sus nietos, mientras que Mauri le regaló la insignia de oro de la Esclavitud.
En el patio esperaba la Corporación lagunera en pleno, que tuvo ocasión de saludar a los Reyes, como también consiguieron finalmente, entre ovaciones, algunas de los centenares de personas que se habían reunido para poderle ver en persona.