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El Archipiélago fantasma: Canarias y la represión franquista

Miles de canarios pasaron por las cárceles franquistas entre 1936-1939. Los militares se hicieron rápidamente con el control de las instituciones, siendo destituidos los gestores republicanos. Salvo en aquellas zonas donde las organizaciones obreras estaban mejor organizadas, como en el norte de La Gomera y de Gran Canaria, en Santa Cruz de Tenerife y en algunas zonas de La Palma, la resistencia al golpe será escasa. Entonces se imponía la creencia de que la situación cambiaría y que la sublevación se frenaría en la Península. Pero no sucedió así.

La recuperación del poder político e institucional

Los mayores contribuyentes, propietarios agrícolas, exportadores, comerciantes e industriales, tomaron posesión de los cargos de alcaldes y gestores en los Ayuntamientos y Cabildos Insulares canarios. Buena parte de ellos militaban o simpatizaban con los partidos conservadores que durante décadas habían controlado la situación política en las Islas. Unos y otros pasaron a formar parte, progresivamente, de Falange. También de organizaciones destinadas a sofocar cualquier situación de desorden, como Acción Ciudadana y las llamadas brigadas del Amanecer. De esta manera, aquellos hombres eran los encargados de gestionar la política del nuevo régimen pero también de ejecutar las detenciones, las torturas, las desapariciones de cientos de hombres, militantes de los partidos y sindicatos de izquierdas, fundamentalmente. De llevar a cabo las tareas de depuración social. Unas veces directamente y otras actuando al frente de las mismas.

Víctimas de la represión franquista en Canarias: desaparecidos y fusilados

La gran mayoría de los desaparecidos de las Islas fueron arrojados al mar, habitualmente atados en sacos utilizados para la comercialización de los productos del campo. En Santa Cruz de Tenerife eran sacados de Fyffes o de los barcos prisión (el “Archipiélago fantasma”como se le conocía), después de que sus nombres se incluyeran en los listados que los falangistas leían cada noche. En Gran Canaria “les llevaron a los acantilados de La Laja y fueron arrojados a la Mar Fea. Los cadáveres de algunos de ellos aparecieron días después en las playas cercanas”, según explica el historiador Sergio Millares. Ejemplos de fosas comunes los encontramos en Fuencaliente (La Palma) y en el Llano de las Brujas en Arucas (Gran Canaria). En este municipio los militantes obreros fueron asesinados y arrojados a los pozos. Su Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica lideró en solitario en Canarias, durante muchos años, la lucha de las familias por recuperar los cuerpos de los desaparecidos.

Uno de los casos más impactantes se dio en Tenerife con la desaparición del alcalde de Buenavista del Norte, Antonio Camejo Francisco (“A él lo sacaron de Fyffes, lo llevaron a los barcos y lo apotalaron”). Este había declarado la reforma agraria en enero de 1933, en el contexto de una huelga general que tendría notables efectos en municipios como Santa Cruz y La Laguna. Camejo también fue el encargado de solicitar la destitución del comandante militar de Canarias, Francisco Franco, después de que este movilizara fuerzas del Ejército durante la celebración del 1º de mayo de 1936. Ese acuerdo del Ayuntamiento fue apoyado por otros de la isla de Tenerife, lo que supuso, entre otras cosas, la desaparición de destacados líderes del período como el diputado a Cortes Luis Rodríguez de la Sierra Figueroa o el concejal y líder comunista tabaquero, Domingo García Hernández, firmantes de aquella petición.

Como ellos, cientos de canarios fueron desaparecidos durante la Guerra Civil, a los que se sumaron ciento veintitrés fusilados por Consejos de Guerra. Entre ellos el gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife Manuel Vázquez Moro y su secretario particular Isidro Navarro López o el diputado grancanario Eduardo Suárez Morales. Este, destacado militante comunista durante el quinquenio republicano, escribió antes de ser ejecutado las siguientes palabras: “¡Salud, valientes y queridas hermanas  tabaqueras! Por vosotras y por todos los explotados del mundo Doy mi vida. ¡Salud, y adelante siempre! ¡Viva el Partido Comunista! ¡Viva la liberación de los oprimidos!”. Como él otros destacados militantes obreros, caso de 19 militantes anarquistas tinerfeños, fueron ejecutados en las Islas.

Pagando las culpas de la Segunda República

Los años de la Segunda República lo habían cambiado todo. Por primera vez en la Historia de las Islas existía una fuerza social capaz de plantar cara al poder hegemónico de quienes controlaban las instituciones y la economía canaria. El movimiento obrero a través de sus organizaciones sindicales combatió duramente la precaria situación laboral y social de sus afiliados.

Muchos de aquellos propietarios que luego se sumaron al golpe y al nuevo régimen habían sufrido el sabotaje en sus atarjeas para impedir la llegada de agua de riego a sus fincas o el corte de las piñas de plátanos. A este tipo de acciones se sumaron las huelgas en sectores estratégicos de las Islas, fundamentalmente en los puertos, entonces estructura principal en las comunicaciones con el Archipiélago. Los obreros se convirtieron en una masa organizada y dotada de discurso capaz de plantear una alternativa social y política a aquellos que habían controlado el poder político e institucional canario durante décadas. En ese contexto, el miedo y la defensa de sus intereses económicos, de la unidad de España y el sentido católico de sus vidas, fundamentalmente, les llevarían a secundar el golpe de Estado y unirse al resto de grupos que conformaron la coalición reaccionaria. Todos ellos con el objetivo común de poner fin a la Segunda República. Se convirtieron en activos colaboradores en la ejecución de las tareas represivas. Se integraron en organizaciones como Acción Ciudadana -dirigida por el herreño Anatolio de Fuentes y que durante unos meses también fue presidente del Cabildo Insular de Tenerife- y Falange y en conjunto apoyados por guardias civiles y militares, llevaron a cabo las tareas de mantenimiento del orden, como entonces se decía. En islas como La Gomera y El Hierro los responsables de estas tareas, amparados por los grupos dirigentes locales, actuaron con total impunidad. Así lo recogieron los investigadores Ricardo García Luis y Juan Manuel Torres en los años ochenta en Vallehermoso, al norte de La Gomera, foco de resistencia obrera y en el que la represión fue feroz: “Quien daba palos era un cabo de la Guardia Civil. Los falanges iban arriba, denunciaban a un tío (…) y este cabo decía «tráigalo para arriba», y venga leña (…) Aquí barrió por todos”.

Se calcula que casi ocho mil personas pasaron solo por los centros de detención de Fyffes y Gando durante aquellos años de la guerra. El testimonio de las torturas y vejaciones a las que fueron sometidos los presos han llegado hasta nuestros días gracias a algunos presos que dejaron testimonio escrito de ello. Fue el caso del dirigente socialista tinerfeño Manuel Bethencourt del Río que en sus diarios contó cómo vivían esos momentos de tortura a otros compañeros: “Algunos nos tapamos los oídos para a lo menor no oír –aunque sabíamos– lo que estaba ocurriendo. Pero, cuando retirábamos las manos de la cara, creyendo terminado aquel horror, volvíamos a oír los golpes –que sentíamos, casi, en nosotros mismos– y los lamentos de «¡¡ay, mi madre!!», «¡¡no me peguen más, por Dios!!», «¡¡que me muero, que me matan, socorro!!».

Castigos y depuración social: un tiempo nuevo

Pero la represión no fue exclusivamente física. Fue también económica, social, laboral, cultural, moral. Se manifestó de diversas maneras y no dejaría de estar presente durante los años siguientes a la finalización de la Guerra Civil. Miguel Ángel Cabrera en su libro pionero sobre el estudio de la represión franquista en El Hierro afirmaba que “se destruyen las bibliotecas (quemadas por los falangistas), se extirpa el interés por la cultura, se instala el más ciego apoliticismo, se desvincula la Isla del transcurrir histórico estatal y mundial, se generaliza el miedo (miedo a hablar, miedo a recordar...), etc.”. Además, propiedades y bienes de todo tipo les fueron incautados a las personas que se vincularon con las organizaciones de izquierdas, favoreciendo esto los intereses de aquellos adeptos al nuevo régimen que aprovecharon la ocasión para apoderarse de aquellos. Fue así como algunas fortunas crecieron y, en otros casos, como se ganaron una posición destacada en sus respectivas localidades. El caso del socialista Domingo Cruz Cabrera en La Laguna es un ejemplo, pues había sido el promotor del conocido como Barrio Nuevo en la ciudad y, tras ser detenido y desaparecido, sus propiedades pasaron a manos de otras personas próximas al régimen. El nuevo orden se había impuesto por la sangre. Pero no solo eso, pues sus familias sufrían también las repercusiones de todo aquello. Su hija, Rosario Cruz, recordaba como “a mi madre le registraban la casa, le tiraban las plantas, le aventaban lo que tenía (...) yo estaba en el colegio cuando vino Franco y a mí me echaron del colegio porque mi madre  no  me  puso el traje de Falange, me echaron a la calle...eso sí me acuerdo, de mi infancia esa parte es muy dura....me echaron porque mi madre no quería que me pusiera el uniforme, ni mis hermanos”. La represión fue también clave durante la posguerra y afectó notablemente a los familiares de los represaliados canarios.

“…ya nada volverá a ser como antes”. Emigración y silencio en la posguerra canaria

“De la ciudad alegre, tranquila y hospitalaria nada quedaba en pie”, recordaba Mauro Martín Peña, quien fuera concejal comunista y que había sido detenido después del golpe. “Un ambiente huraño, receloso y esquivo era la nota imperante. Las miradas de odio eran insistentes flechazos que hacían temblar”. Muchas de aquellas personas, presos y familiares, optaron por salir de las Islas. El regreso a casa no había sido el soñado y para entonces Venezuela, país de acogida de miles de emigrantes canarios, fue también destino de muchos expresos políticos que salieron de Canarias en barcos clandestinos. El Estrella Polar o el Telémaco fueron algunas de aquellas embarcaciones en las que emigraron integrantes de las organizaciones obreras, en viajes míticos por la dureza de las condiciones de viaje y lo arriesgado de una huída que era la única salvación para seguir sintiéndose vivos.

Para entonces, en los años de hambre y escasez de la posguerra canaria, todo había cambiado. De la efervescencia política y cultural de los años 30, se había pasado a la ausencia total de manifestaciones y celebraciones en las calles. Todo quedó reducido al hogar y al ámbito privado. Cientos de canarios seguían entonces presos, otros habían emigrado. El movimiento obrero había sido desarticulado. Los sublevados de 1936 habían conseguido todos sus objetivos. La muerte había glorificado su Cruzada y se había puesto fin a aquella breve experiencia democrática de la República. Aquella que en 1931 había sido acogida con esperanza e ilusión en las calles y plazas de las Islas.

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